Adriana Cortés Colofón
Entrevista con César Aira
El alquimista de historias
César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949) ha publicado cuento, ensayo y múltiples novelas, entre otras, Los fantasmas (1990), Los misterios de Rosario (1994), Cómo me hice monja (1996), El congreso de literatura (1999). En esta entrevista habla acerca de la literatura, que considera el arte supremo.
¿Qué le han enseñado los cuentos de hadas?
–Para escribir mis libros echo mano de todo lo que veo, recuerdo y leo. Los cuentos de hadas también me sirven, pero no creo que ocupen un lugar privilegiado.
–Usted militaba hace una treintena de años en la izquierda, ¿cuándo dio un giro a su obra? –Yo fui un escritor a tiempo completo desde los quince o dieciséis años. La militancia de la década del setenta fue un extravío juvenil, sin grandes consecuencias.
–¿Qué opina acerca del giro hacia la izquierda en Latinoamérica? –Nunca opino de política ni de futbol.
–¿Relata usted la crisis de Argentina en sus libros? –No. No sé qué sentido tendría hacerlo.
–¿Cómo asume el peso literario de Borges? –Los grandes escritores son un estímulo, un buen ejemplo, un lujo. Nunca sentí que Borges me pesara; al contrario, he sentido más bien el peso de los escritores malos y mediocres.
–¿Se considera un alquimista de historias? –"Alquimista de historias" es una metáfora, y yo siento una invencible desconfianza ante las metáforas. Evito usarlas todo lo posible.
–¡Debo confesarle que me entristeció el suicidio de la Patri, en Los fantasmas, cuando se avienta desde lo alto de un edificio acosada por los fantasmas!
–En Los fantasmas me propuse plantear un caso extremo de frivolidad. Si a uno lo invitan a una fiesta maravillosa, como no habrá otra, pero el requisito para entrar es estar muerto, ¿vale la pena? Si uno lo piensa bien, no es tan fácil responder.
–¿El cambio climático, en Los misterios de Rosario, provoca una situación apocalíptica?
–Al escribir esta novela no pensé en el cambio climático. Sólo quise crear una situación de fin del mundo, y no se me ocurrió otra cosa que una especie de glaciación súbita. Supongo que si hubiera querido hablar de cambio climático habría ido en la otra dirección del termómetro. Aunque no recuerdo si en la época en que escribí el libro ya se hablaba, o se hablaba tanto como ahora, del calentamiento global.
–En Los misterios de Rosario, la amenaza del fin del mundo lleva a los personajes a confrontarse con sus propias vidas...
–Creo que la idea fue la de plantear la siguiente pregunta: si el mundo se fuera a terminar esta noche, ¿los escritores pasarían el día tratando de publicar sus libros? Es un modelo extremo de crisis existencial, ¿no? Sobre todo para gente que se ha pasado la vida ocupada en algo tan superfluo como la literatura. Todos estamos más o menos insatisfechos con nuestras vidas, y es un buen motivo para seguir viviendo.
–Alberto Giordano, el protagonista: ¿un personaje melancólico?
–La intención con este personaje fue hacerlo neurótico, no melancólico. Pero me da la impresión de que todo personaje de la literatura sale necesariamente melancólico.
–¿Cree que pueda hablarse de un género literario "apocalíptico"? –No, no creo. Aunque, por supuesto, habría que definir la palabra "apocalíptico". Y habría que saber más de lo que yo sé sobre la novela actual. –Comunicación y relato, ¿cómo se interrelacionan en su obra? –Eso está en todas mis novelas y creo que es bastante realista, porque nos entendemos a fuerza de malentendidos. O mejor dicho: si no hay fallas en la comunicación, la situación se estabiliza y el relato muere. Es el malentendido el que lo lleva a nuevas dimensiones. –Según su punto de vista, ¿cuál es el papel de las humanidades para encontrar una solución a la crisis mundial que se vive en distintos aspectos? –La literatura, las artes, no tienen ninguna función en la sociedad. O dicho de otro modo: desmienten esa concepción orgánica de la sociedad, en la que cada parte cumpliría una función. –Clonación, avances científicos y tecnológicos, ¿está usted a favor o en contra de ellos? –En general, por mi carácter y por las pocas enseñanzas que he sacado de la experiencia, no estoy ni a favor ni en contra de nada. Prefiero la simple y humilde aceptación, y trato de entender. –¿La literatura: ¿el arte supremo? –Efectivamente. Después de muchos años de creer que me había dedicado a la literatura por falta de talento para la música o la pintura, o por falta de medios para el cine, hace poco estuve reflexionando y llegué a la conclusión de que, si no el arte más grande, sí el más difícil.
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