e todo gran personaje como él, cada quien tiene sus propios y sus muy diferentes recuerdos. Esto me dice Vicente Rojo: Venía a comer a la casa, pero nunca quiso que invitáramos a nadie más. Coincidí con él en París, en Barcelona y en Nueva York, donde vivía, en un edificio elegante en un piso 10, y en el que dormía sobre un petate. Hicimos con él un viaje a Guanajuato, donde él nunca había estado. Al día siguiente de llegar desapareció y, al tercer día, cuando habíamos quedado de regresar, ahí estaba esperándonos, en la puerta del hotel, con su bolsa de Aurrerá en la mano, en la que llevaba todo su equipaje. Intercambiamos mucha obra, pero cuando venía a la casa, siempre llegaba con algún regalo. Claro, yo correspondí enviándole un montón de obra mía al Iago
.
Mi primera visión de Toledo como personaje público es de 1983, cuando fue agredido físicamente y amenazado por encabezar la lucha por el respeto al voto en el istmo de Tehuantepec. Era la figura clave de la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo (Cocei). Se le sumaron distinguidos intelectuales. No Andrés Henestrosa, siempre pegado a la ubre presupuestal. Era presidente Miguel de la Madrid y secretario de Gobernación, Manuel Bartlett.
Tres años después, Francisco me buscó para visitar el norte de Oaxaca, donde se construía la presa Cerro de Oro. Por la obra obligaron a miles de familias indígenas a dejar sus hogares y tierras. Les prometieron mejorar sus condiciones de vida al reubicarlos en Uxpapanapa, Veracruz, donde antes hubo una selva majestuosa. Pasaron de vivir en un paraíso a las inclemencias de una tierra yerma.
Desde entonces comencé a colaborar con él en asuntos ambientales a través del Patronato Pro Defensa y Conservación del Patrimonio Natural y Cultural del Estado de Oaxaca (Pro-Oax). Lo fundó en 1993 y desde allí Toledo dio numerosas batallas. Anoto algunas: regreso a manos de la nación del ex convento de Santa Catalina de Siena, edificio del siglo XVI hoy convertido en lujoso hotel. Por atentar contra el patrimonio arquitectónico de la ciudad, impidió la instalación de un McDonald’s, una horripilante escultura de Don Quijote y remplazar las bancas tradicionales de la plaza principal del Centro Histórico por otras de cemento, feas e incómodas.
Exige evitar la contaminación que causaba una empresa papelera y un ingenio azucarero en la región de Tuxtepec; que los asentamientos irregulares no destruyeran el cinturón agrícola que rodea el sitio arqueológico de Monte Albán. Pide medidas para que el río Atoyac, que cruza la ciudad de Oaxaca, dejara de ser el basurero de industrias, comercios y poblaciones ribereñas. Su poder de convocatoria reunió a los principales cafetaleros para impedir que, en vez del tradicional sistema de cultivo de sombra, se plantara café a pleno sol, pues ocasionaría severos daños ambientales y económicos a los productores. Fue permanente su defensa de los maíces originarios y contra los transgénicos.
Se opuso a la instalación en el Cerro del Fortín de una espantosa velaria. Y en 2015, a la construcción allí de un Centro de Convenciones, negocio del secretario de Turismo de la entidad, copropietario del hotel ubicado en ese sitio emblemático de la ciudad.
A su visión se debe la creación del hermoso Jardín Etnobotánico. Con Pro-Oax a la cabeza, evitó el trazo de una vía que afectaría el bosque de niebla, fábrica natural de agua de la ciudad de Oaxaca. Se sumó a la iniciativa de su amigo Rodolfo Morales para reforestar con árboles de copal los cerros de la comunidad de San Martín Tilcajete, famosa por la elaboración de alebrijes.
La última vez que nos vimos fue en febrero pasado. Me invitó a opinar en un encuentro en defensa de la tierra, los bienes comunales y los derechos de los pueblos originarios. Y discutir los efectos de los megaproyectos Tren Maya y Corredor Transístmico. Su amigo cercano José Luis Bustamante del Valle se encargó exitosamente de la logística. La apertura del encuentro la haría Francisco. No quiso hablar. Sólo me dijo pasándome el micrófono: dí tú lo que piensas sobre estos despropósitos del gobierno
.
Sabía que no se ganan todas las batallas contra el poder económico y político. Pero nunca se dio por vencido. Muy pocos han hecho generosamente tanto por tantos, como Toledo.