Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Elogio de lo inútil
Fabrizio Andreella
La mujer en la ciudad
Leonardo Cazes entrevista
con Antonio Risério
Trans-lúcido:
tres estaciones
Ingrid Suckaer
Teilhard de Chardin y el
sentido de la evolución
Sergio A. López Rivera
Vigencia de Teilhard
de Chardin
Hugo Gutiérrez Vega
Cartas de viaje
Teilhard de Chardin
Dos poemas
“Las ideas cristianas
se han vuelto locas”
De Teilhard a Francisco
José Steinsleger
ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Poema
Stelios Yeranis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
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Dos poemas
Aurora
Nadia Escalante
Los escuchaste mientras dormías,
en la carretera hacia Tampico.
Detuvieron el autobús de madrugada,
lo desviaron de su ruta;
no creíste en la premonición
de que el sueño a veces amenaza
El ruido blanco del monte,
los somníferos que tomaste para el viaje
los ocultaron en la niebla,
pero escuchaste el contorno de sus voces,
las líneas duras del metal
permanecieron a tu lado.
Te despertó una época
en que es difícil regresar a casa
hacia el norte por la carretera del Golfo.
Las noches, antes,
eran sólo eslabones viejos y oxidados,
lentos para abrirse al día.
Ahora te ha alcanzado lo real
y se ha encadenado a tu sueño
con argollas de voces,
acentos familiares
que ordenan descubrir rostros,
contestar preguntas y abandonar el viaje.
Uno tiene un solo sueño para resguardarse,
pero ahora vigilan los caminos.
Uno tiene un solo cuerpo
a donde regresar en la vigilia.
Un cuerpo oscuro y precario
parecido a otros miles
que han dado la cara, forzados,
al ruido blanco del monte.
Bajaron a dieciséis
para dejarlos tirados sobre su propia sombra,
lo supiste cuando en Tampico
escuchaste las noticias. |
No es de sorprender
Pedro Serrano
Una estrella en el animal dormido
sube y baja.
Colectiva como la respiración,
la pesera, el tránsito opacado y criminal.
–¿Dónde queda el culpable?
Bajan y suben los bonos, los pagos,
alzan el lomo hirsuto los asiduos
a las comensalías, al jugo mismo, al caldo.
–¿Dónde se cuece el mal?
En el dedo índice sin melancolía,
en las vísceras expuestas como pescado,
en la amañada comezón de los pies
de tales jueces, sudosos, sudokis, equis...
Es de sorprender, dícese con sorpresa,
cómo el escandalo, la voz alzada,
los desgarros y las vestiduras,
vienen de aquellos, los mal cocidos.
–¿No éramos (o eran) entonces los predestinados?
Sí, desde afuera visto el amasiato, el vituperio, el verbo
inflado, la taimadura. Soplones.
El cerdo sube como pez globo, goteando, escurridizo, votado.
¡Qué indiscretas maneras, el modo
de hacer daño y salir como si nada!
Nos lo propusimos, dicen. –¿Nos lo?...
No hay cuadratura para este cúmulo virtual,
para este círculo de grasa,
química orgánica, asco.
Una respiración se alza y renueva
la manutención, la asistencia,
el tú con el otro.
Una respiración y las ganas de
no ceder,
de arrejuntar el caldo y el jugo y la grasa,
y acercarla a los labios del desdén
y darles de comer, ¡pitanza!
y que se vayan. |
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