Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Elogio de lo inútil
Fabrizio Andreella
La mujer en la ciudad
Leonardo Cazes entrevista
con Antonio Risério
Trans-lúcido:
tres estaciones
Ingrid Suckaer
Teilhard de Chardin y el
sentido de la evolución
Sergio A. López Rivera
Vigencia de Teilhard
de Chardin
Hugo Gutiérrez Vega
Cartas de viaje
Teilhard de Chardin
Dos poemas
“Las ideas cristianas
se han vuelto locas”
De Teilhard a Francisco
José Steinsleger
ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Poema
Stelios Yeranis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
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La gruta de Lascaux (detalle), tomado del documental del mismo nombre. Fuente: youtube.com
¿La felicidad es el destino final de lo utilitario?
Es preciso impedir que la economía imponga sus reglas a la experiencia humana. En un momento histórico dominado por términos económicos como deuda, recorte y austeridad, celebrar lo inútil parece una actitud sacrílega. Sin embargo, solamente reivindicando y viviendo con intenso placer lo inútil podemos salir sin consecuencias mayores de la difícil situación en la cual nos hemos hundido al arrodillarnos a la divinidad de lo útil con una fe que roza o encarna la superstición.
El jubiloso ejercicio de lo inútil une al niño y al monje zen. Todos los demás –misterio aparentemente insoluble– nos concentramos siempre en “lo que sirve”, sin preguntarnos si lo útil tendrá realmente como destino final la felicidad.
A diario escudriñamos el mundo buscando cosas útiles que hacer, aun cuando tenemos mucho tiempo a disposición. Siempre existe algo que nos parece oportuno hacer en tanto útil. Inclusive el así llamado tiempo libre, el tiempo que hemos liberado de las actividades laborales, se ve fagocitado por el fervor de la utilidad.
Diversión, deporte, entretenimiento, viajes... hoy en día los vivimos con el convencimiento de que nos resultarán, de alguna forma, útiles (para la salud, para lucir con los amigos, para que la pareja no se aburra, para evitar el espejo de la realidad presente). Sin darnos cuenta, dejamos que nuestras acciones sean guiadas por una mente que carga problemas para poder tratar de resolverlos y que se llena de expectativas para poder huir en el futuro. La causa de esta actitud neurótica es la perspectiva económica que tenemos.
Aprovechar la fantasía y la imaginación es algo que, al contrario, nos sumerge en el placer primordial de gozar de nosotros mismos a través de la creatividad. La práctica de lo inútil es esa manera de actuar que pone en primer plano el gozo de lo que se está haciendo, sin importar lo que la mente proyecta como consecuencias imaginarias en el futuro.
Street art en París
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Gozar de las pequeñas cosas, descubrir el júbilo interior emancipado de la acción productiva, explorar la emoción del momento, son actitudes que nos ofrecen espejos inéditos donde mirar imágenes olvidadas y durmientes. Cultivar lo inútil nos lleva a experimentar el placer de existir, el simple y monumental placer de ser lo que somos (origen perenne y oculto de toda experiencia de amor que se siente por un ser humano, por el arte, el conocimiento, la justicia), sin necesitar un “más” o un “sí, pero”. He aquí por qué el ejercicio de lo inútil nos ayuda a comprender la perfecta y natural armonía entre nosotros y el mundo.
Para evitar equivocaciones, hay que decir que lo inútil nada tiene que ver con la pereza, actitud que en su inercia resulta orientada a testimoniar la supuesta inutilidad de la actitud pasiva. Al contrario, lo inútil es ese espacio que el hombre siempre ha llenado de sueños, energías y exploraciones.
Escalar una montaña, recorrer una región desconocida, esperar una mujer que no llega, contemplar la sonrisa de un viejo, demuestran cómo lo inútil es una necesidad y una conquista, la ofrenda de sí a algo más allá de sí. El mismo concepto de Dios es un salvavidas para mantenernos a flote en el áspero mar de la utilidad y seguir inhalando lo inútil.
La acción de representar artísticamente el mundo exterior o interior es una manera para reaccionar a la dictadura de lo útil. El amor es la experiencia que más nos hace ver cuán triste sería un mundo organizado solamente alrededor de lo útil. El anhelo de justicia es ese sentimiento que revela la codicia como una miserable fragilidad del poderoso y rico frente a lo útil. Arte, amor y justicia están entre las más importantes invenciones del hombre (o de origen divino, si prefieren) para escapar a una vida utilitarista que nos torna seres biológicamente clausurados en los instintos.
Otra aclaración necesaria es que la inclinación a lo inútil no nace con la riqueza económica y la satisfacción previa de todas las necesidades. Al contrario, se alimenta de la imposibilidad de acceder a lo necesario a través de lo útil. O también del deseo de rebelarse al yugo de la utilidad. Sin embargo, para defender actividades que no tienen un retorno económico, a veces tratamos de justificarlas señalando una cierta utilidad. Es decir que renunciamos a testificar la necesidad y la belleza de lo inútil afirmando que, por ejemplo, el estudio de las lenguas muertas es útil para abrir la mente, la oración es útil para aligerar el alma, la poesía es útil para conocer lo indecible, el arte es útil para apreciar la belleza, etcétera.
Estas justificaciones, aun cuando son verdad, son equívocas. Aceptar el parámetro de la utilidad para defender el placer de lo inútil es condenarnos a cultivarlo con vergüenza, como si fuera una concesión a una debilidad humana. Hay que afirmarlo sin temor: lo inútil es necesario en cuanto inútil, no porque tenga una utilidad velada que debe ser manifestada.
Gozar de lo inútil, de algo que no tiene un fin en un más allá temporal, es algo innato en el hombre. La belleza que no puede ser poseída, sino solamente gustada, es la más poderosa. La belleza del momento presente, que no necesita dinero, inteligencia o fuerza para poder disfrutarla, es la belleza que no tiene un fin diferente al de existir. Está allí, siempre accesible, y es completamente inútil.
Las pinturas rupestres de Altamira o Lascaux no eran útiles en el Paleolítico, cuando la sobrevivencia era el reto de todos los días. De esas pinturas podemos decir que fueron realizadas para detener el tiempo, para atestiguar la vida vivida o para dejar un legado. Podemos interpretarlas en mil formas, pero todas son explicaciones a posteriori. Lo que sí estimuló a esos hombres a dibujar caballos, toros y hombres con diferentes colores, formas y dimensiones no fue la utilidad imaginada: fue el placer de hacerlo. Nada más.
En la inutilidad se fundamenta el verdadero placer, es decir: si el placer fuese útil, no sería tan placentero. Por eso, en época de crisis, no dejemos que la economía dicte sus reglas a toda la experiencia humana. Que las llamas de un atardecer y la risa de un niño sigan siendo la riqueza inútil de todo mundo. Inclusive de un ministro de Economía. Paso a lo inútil.
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