Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Elogio de lo inútil
Fabrizio Andreella
La mujer en la ciudad
Leonardo Cazes entrevista
con Antonio Risério
Trans-lúcido:
tres estaciones
Ingrid Suckaer
Teilhard de Chardin y el
sentido de la evolución
Sergio A. López Rivera
Vigencia de Teilhard
de Chardin
Hugo Gutiérrez Vega
Cartas de viaje
Teilhard de Chardin
Dos poemas
“Las ideas cristianas
se han vuelto locas”
De Teilhard a Francisco
José Steinsleger
ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Poema
Stelios Yeranis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
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Control de daños
El sistema político mexicano es tan corrupto y prevaricador que ha logrado convertir a no pocos periodistas en burdos corifeos de propaganda gobiernista. El periodismo en muchos lugares (y en multitud de planos y dimensiones del rejuego político) se ha convertido no en la búsqueda y democratización de la información relevante, sino en operación de control de daños mediático que le limpie la jeta a una cáfila de déspotas. El principal cliente de una operación de control de daños en medios es desde luego el presidente de la República y su proverbial, reiterada torpeza, famosa desde que era un gris candidato sin lecturas relevantes, pero también las solicitan alcaldes, diputados, secretarios de Estado, senadores y desde luego ese club de la élite criminal que alberga a no pocos gobernadores en las capitales del interior, replicándose luego al nivel estatal y municipal proporcionales corresponsalías de diputados locales o simples síndicos. Políticos “pequeños” serán socorridos por medios pequeños, de ámbito e influencia locales; el tiraje o la cobertura son proporcionales a la relevancia del puesto público y al parecer siempre un politicastro ratero o simplemente descolocado tendrá a mano el recurso limpiador y cosmético de un periodista traidor. Traidor al oficio, a la justificación esencial de la existencia de cualquier medio de comunicación y sobre todo traidor al público.
Por eso era tan importante rescatar el quehacer de una periodista crítica, de alta incidencia por la amplitud de su audiencia, como Carmen Aristegui. Por eso es imprescindible elevar la voz cuando un periodista, precisamente porque es la naturaleza de su trabajo ser incómodo al poder, es amenazado, hostigado, agredido o en el peor de los casos “levantado”, desaparecido o asesinado. Como en Veracruz, pero también como en casi todo el territorio nacional. Los ataques a la prensa crítica se multiplican por todos lados, desde Cancún hasta Tijuana.
Siempre ha existido la prensa oportunista cerca de la ubre oficial (recuérdese el trato a medios –y la requisa del berrinchudo Luis Echeverría o los favores privatizadores del salinato a la parentela del sátrapa) pero es en últimos años cuando una mezcla de intimidación, coerción o simple compra de conciencias ha pervertido el sentido de operar de muchos medios, al grado de imponerse un cerco de autocensura tristemente operada desde dentro de esos medios. Precisamente porque de facto algunos medios, o más bien debo decir ciertos medios específicos, como las televisoras, pero más que nadie Televisa, se han arrogado competencias gubernamentales. Mientras tanto, las oficinas federales y estatales de “comunicación social” suelen quedar reducidas a meras gestorías de nómina para periodistas, directivos y oportunos columnistas golpeadores o analistas a modo que han trucado la dignidad y el prestigio, donde lo hubo, por el pragmático jugo del cochupo.
Acabo de ver parte de la conferencia de prensa que el lunes 10 por la mañana dio el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, a quien tanto se señala por la muerte de periodistas en su estado. La verborrea justificante de su discurso es tardía. O sea que además de la estridente y onerosa simulación en términos de resultados de las investigaciones policíacas de los crímenes de algunos de esos periodistas caídos, la campaña de control de daños ya es insuficiente. Pero lógicamente, desde la perspectiva del rechoncho mandamás veracruzano, muy necesaria para paliar en algo la impepinable campaña de desprestigio en que no los medios ni las redes sociales, sino la inepcia y la corrupción de su propio gobierno, lo mantienen en baño constante de vituperios, convertido en receptáculo ideal de la furia colectiva y la sed de venganza. En realidad, a Duarte le importa un pepino su particular camposanto periodístico: lo que para gente como él está en juego es conseguir abandonar el poder sin tener que devolver algo al erario o, en un utópico extremo imposible en el País de la Impunidad, hacer mutis sin terminar en chirona. Primero tratará, como si lo rezara un canon, de aparentar que se trabaja en esclarecer los terribles (y sonados) crímenes contra periodistas en su estado. Si eso no funciona, pronto veremos que ruedan cabezas. Porque el otro subproducto de la política mexicana es precisamente el del cordero propicio: ahí vienen los chivos expiatorios…
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