Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Pedro Páramo
y sus astros
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Víctor Jiménez
La venganza del idioma
Ricardo Bada
Ramas de luz Ocho
poetas argentinos
Las etéreas fronteras
de la identidad
Fabrizio Andreella
Jorge Herralde
cumple ochenta años
José María Espinasa
Una palabra
Aristóteles Nikolaídis
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal |
|
nagrama es una editorial indispensable para entender la cultura en español de los últimos cincuenta años, y a ella está ligado, para siempre, el nombre de su fundador y director Jorge Herralde. Es una de las figuras emblemáticas de ese movimiento, verdadera cascada de editores excepcionales que surgió en la Barcelona de fines de los sesenta, anunciando ya el final del franquismo. Hoy en día es en cierta forma el único de aquellos proyectos –Barral, Seix Barral, Tusquets, Lumen, a los que hay que sumar los sellos catalanes– que conserva sus características originales y que, en el proceso de reestructuración del mercado editorial dictado por los grandes grupos, ha elegido una salida menos suicida que los otros: la fusión con la editorial italiana Feltrinelli, iniciada hace tres años, y que se concretará plenamente en 2017.
Más allá de los anecdotarios, los reclamos por los claroscuros, la mala calidad en ciertos momentos de sus traducciones, no hay duda de que Anagrama reunió dos virtudes invaluables: el impulso de un modelo de gestión económica viable, adecuando ambición –mucha– con tamaño corporativo –mínimo, hasta parece humorístico llamarlo corporativo. Pero tal vez la mejor manera de calificarlo, con un término que provoca gestos en la mercadotecnia y escozor en la piel demasiado sensible de los editores industriales, sea su olfato literario.
Agregaría, además, una estrategia y una fidelidad por sus autores que sólo se rompe por la chequera de editores más pudientes por arriba o, por abajo, la necesidad de dar un trato distinto a los autores, propio de editoriales más pequeñas. Voy a tratar de explicar esto de dos maneras. La primera, comentando los autores que Anagrama volvió asequibles –esenciales ya lo eran– para los lectores en español. Truman Capote, por ejemplo. El gran éxito de este autor, A sangre fría, una obra maestra y para muchos el inicio de la política de bestseller que hoy domina la industria editorial. La gran non fiction novel apareció antes de que naciera la editorial y Capote prácticamente dejó de escribir después de ella, pero Anagrama no adoptó al autor como el creador de un bestseller sino como uno de sus nombres insignia, creando en cierta manera su biblioteca Capote. Trataba de contratar sus libros, pero si había editoriales con más fuerza económica que pujaban por ellos, esperaba a que pasara la fiebre, casi con la seguridad de que terminaría siendo de la casa. Y lo consiguió.
Otro ejemplo similar, aunque menos mediático, es el de Patricia Higsmith. Gracias a sus ediciones, muchos lectores pudimos sumergirnos en la obra de la gran narradora estadunidense. Y cuando la editorial, sin dejar de ser independiente, ya tenía un tamaño suficiente para planear su catálogo en complicidad con otros sellos europeos similares, planeando compras de derechos conjuntas mostró un gran interés por la narrativa estadunidense posterior a los dos autores mencionados. Podría poner ejemplos similares en otras lenguas: Bernhard, en alemán; Tabucci, en italiano, por ejemplo, y generaciones posteriores mencionarían seguramente a Auster o a x.
Si su colección de narrativa es notable, tanto en español como en traducciones, la de ensayo no lo es menos, y contribuyó a crear un tono de lectura, como se dice un tono muscular. A pensar el mundo narrativo como un mundo reflexivo. Supo Herralde claramente cuáles autores que apreciaba eran para su sello, y cuáles, que también podía apreciar, no lo eran. Supo también perfilar políticas de promoción que volvieron a ciertos autores verdaderos booms de ventas. El caso más célebre es, sin duda, Roberto Bolaño. Me resulta, sin embargo, más ejemplar, el de Ricardo Piglia, pues el escritor argentino fue reconocido por la crítica como un autor notable desde sus inicios en los setenta, pero es sólo hasta dos décadas después que Anagrama lo vuelve conocido en toda la lengua española, al sacarlo de la burbuja argentina y de los nunca muchos, o al menos nunca suficientes, enterados del asunto.
La mención de estos dos autores permite también señalar que dentro de esos sellos surgidos en España al calor del boom fue uno de los que trató con más rigor y cuidado a los escritores latinoamericanos, sin caer en la euforia en los setenta y sin despreciarlos en los ochenta y noventa. Gracias a ello pensó con cuidado y tino, aunque no necesariamente en todos los casos con éxito, en las geografías hispanohablantes. En el caso de México, y sobre todo a través del autor mexicano más “anagrama” de todos, Sergio Pitol, fue introduciendo con gotero a plumas nacionales.
Los narradores mexicanos de la onda y posteriores fueron un hueso duro de roer para los editores españoles. Si Pitol fue un éxito allende nuestras fronteras, lo fue gracias a Anagrama, pues era, la editorial que lo publicaba en México, no habría podido darle esa proyección. No ocurrió lo mismo con los intentos de dar a conocer a Juan García Ponce o a Carlos Monsiváis, por ejemplo. Y ya de escritores como Severino Salazar, Ricardo Elizondo, Esther Seligson o Hugo Hiriart no hubo caso. Su calidad, para mi muy alta, no era del gusto ibérico. Pero Anagrama/Herralde persistieron en su atención por México y terminaron por conseguir imponer algunos nombres: Margo Glantz, por ejemplo. Ya en los años noventa la brecha mexicana la abriría en Anagrama Juan Villoro, y por allí recuperaron espacio los escritores mexicanos. Cito indistintamente y sin ser exhaustivo: Sergio González Rodríguez, Guillermo Fadanelli, Álvaro Enrigue, Guadalupe Nettel y recientemente Luigi Amara. El caso más importante fue el de Daniel Sada, quien gracias a Anagrama conquistó un lugar importante entre los lectores del otro lado del océano.
Las editoriales suelen estar ligadas a la personalidad de sus editores, y Herralde tiene una personalidad dominante, un carácter fuerte, no siempre fácil según dicen sus autores, pero con indudable olfato, como dije antes. Pero su personalidad no fue, al menos por como constituyó su catálogo y colecciones a lo largo de los cincuenta años recorridos, absolutista, y su registro es diverso, no prevaleció un gusto unidireccional. En aquellos años de su surgimiento también en México y en Argentina hubo un renacimiento editorial. Aquí, sellos como Joaquín Mortiz, Siglo XXI y ERA son un buen ejemplo. Recordar su ejemplo, aprender de su gestión y analizar sus errores y aciertos nos enseña mucho sobre la situación editorial actual, muy distinta.
Querido y admirado Jorge Herralde: no te vas a ir en blanco en esta felicitación por tus ochenta años. Te tengo que reclamar tu poca atención por la poesía. Ya sé que no se vende, pero eso no te exime de culpa.
|