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Neciario (o de qué hablo cuando hablo de cine)
Firmada por Jorge Fons, la sección El Correo Ilustrado de este diario publicó el pasado martes 28 de abril la siguiente carta, que se cita en extenso por razones fáciles de descubrir y suscribir tan pronto la misiva es leída:
“No era necesario que La Jornada de enmedio del pasado domingo 26 anunciara con bombo, platillo y a todo color la próxima temporada de estrenos del cine de Hollywood. Es una pasarela de refritos (segundos intentos, nuevas versiones, películas derivadas y franquicias, las llaman) que tomarán por asalto y ocuparán las pantallas mexicanas gracias al TLC que le sambutieron a México y a los mexicanos.
Uno se pregunta: ¿y el cine mexicano? ¿Qué va a pasar con las 130 películas mexicanas realizadas el año pasado y que ansían un espacio donde ser exhibidas? ¿Cuál es su destino? Preguntas necias. Porque ocurre lo mismo en todas las áreas de la economía nacional, que yace postrada, enajenada, entregada en charola de plata al extranjero […] De toda la riqueza de esta privilegiada tierra ya sólo quedan el petróleo, el gas y los energéticos. Pero esa película se estrenará muy pronto y la veremos todos sin pagar boleto. Sólo habremos de sacar nuestro pañuelo y agitarlo diciéndole adiós a un presente y un futuro dignos.”
Al maestro Fons le asiste la razón en todo lo anterior pero, sobre todo, en el salutífero ejercicio de la necedad: las preguntas que se hace son de las que no deben dejar de hacerse por más que de a ratos el cansancio, la costumbre o el hartazgo quieran orillarlo a uno a la claudicación y, por esa vía veloz, a la definitiva derrota. Todo lo contrario, pues hoy más que ayer es necesario obrar como decía Albert Camus: “tal vez la humanidad no tenga remedio, pero eso no es motivo para no intentarlo”.
Llévese a cabo el parafraseo sustituyendo la palabra “humanidad” por “México”, “la situación actual”, “el entreguismo material y cultural” y, con un optimismo adecuadamente atemperado por la conciencia de lo duro que resulta remar contra corriente, pónganse manos a una obra que aunque incipiente ya ha sido comenzada, entre otros ejemplos, con la capacidad autocrítica de estas páginas, capaces de publicar el bien ganado jalón de orejas fonsiano a consecuencia de haber copiado lo peorcito de otros medios, o la insistencia de este espacio en echar luz sobre las inercias lamentables que rigen a ese claro ejemplo de esquizofrenia sociocultural que es el fenómeno cinematográfico mexicano, que un año y hasta dos produce una centena y pico de películas a sabiendas de que más de la mitad no han de ser vistas, haciendo triste gala de su propia incapacidad para otorgarse reglas distintas que lo lleven a resultados diferentes y actuando todavía como si viviéramos en los aciagos años cuando se produjeron apenas una decena o dos de filmes.
De qué hablo entonces cuando de cine hablo
Sirva este otro parafraseo –aquí del célebre título de Murakami– para explicar de qué cosa se habla aquí al hablar de cine, pero mejor dígase in contrario sensu: no se habla de una película como de un evento aislado de su entorno, por la sencilla razón de que ninguna película puede ser tal cosa; no se habla de lo que Hollywood hace o deja de hacer, con esa conducta lacayuna de quien se sabe de memoria vida y milagros del patrón –que si la filmografía, que si se ha ganado un Oscar, que si se casó o se descasó con alguien…–; no jugarle al “relaciones públicas” gratuito hablando por anticipado de aquello a lo que tal o cual compañía distribuidora le conviene que se hable por estrictas razones monetarias; no se habla desde el malabarismo bipolar de quien deplora el estado del cine mexicano –inclusive antes de haberlo visto y conocer lo suficiente para sentirse autorizado a emitir una opinión–, pero invariablemente sabe qué cosa va a elegir entre dedicarle al menos unas cuantas líneas a Güeros o a González, por citar sólo dos ejemplos, o aventarse dos páginas enteras, media hora al aire y cien elogios a unos “vengadores” que todavía no ha visto, o peor aún, a ponderar el trailer o avance de una guerra galáctica de pacotilla, sin hacerse cargo de que al actuar así no se está hablando de cine –muchísimo menos está siendo “crítico”, como Mediomundo insiste–, sino se habla meramente de publicidad cinematográfica…
No se habla, en fin, de cine a la manera de una vaca que regurgita del buche la pastura para después, predigerida, mascarla nuevamente y luego devolvérsela convertida en leche a un granjero que ni las gracias da y al que, por cierto, si hay algo que le sobra son nada menos que las vacas.
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