Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
En memoria de Ramón Martínez Ocaranza
Evodio Escalante
FINI: Festival
Internacional
de la Imagen
Wendy Selene Pérez
Un encuentro entre
la idea y la imagen
Francisco García Noriega
Helena Araújo, una
Scherezada en el trópico
Esther Andradi
Leer
Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal
|
|
Ana García Bergua
Allá tú si te olvidas de todo
Por despecho me di al internet durante meses. A punto de llorar, por tanto recordar, me sentaba frente a la pantalla de la computadora a mirar cosas, las que fueran, un par de horas al día. Nomás unos twits, me decía, cuando en la fila del mercado sacaba el celular a ver qué había pasado, qué habían dicho, qué cosa de qué; es un minuto de olvido y no mirar alrededor, irse de ahí al ciberespacio y más allá.
Por despecho me hundía en la pantalla, primero en la noche, luego en la madrugada, después la mañana y el día entero. Hilaba una liga con otra, saltaba del periódico a los juegos, los videos porno y las películas vintage, sólo para olvidar. Quise hallar el olvido al estilo Sudoku. Acabé formando parte de una protesta en Paraguay, firmé miles de páginas en solidaridad con causas que no se resuelven, espié a todos mis vecinos del Facebook, pasé horas pendiente de sus vidas, los amigos que frecuentaban, sus discusiones, gustos y disgustos, plantas y mascotas. Logré olvidar eso que quería olvidar y hasta empecé a querer olvidar los recordatorios que saltaban a mi mente de vez en cuando, ideas que perdían sentido en el salto de liga a liga, de googleo enloquecido. Mírate este video conmigo y en el último cuadro, me besas, le decía a mi mujer.
Por despecho perdí la proporción. Quién no llega hasta su muro exigiendo sus noticias y posteando su canción. Me levantaba sólo para conectarme y podía pasar horas perdido frente a la pantalla. No comía, apenas bebía agua y al día siguiente no sabía qué fue de mí: creo que vi cientos de fotos de gente que no conocía, jugué juegos con manzanas, caramelos y zombis del espacio, discutí sobre todos los temas, desde las elecciones hasta el sándwich con más ingredientes o las mejores películas de terror. Mi mujer y mis hijos me abandonaron: no controlas tu manera de ver la pantalla, llegas a buscarlos a la escuela alucinado, a la mitad de un corto sobre los diez pasos para bajar diez kilos o las noticias de las masacres. Ya no nos hablas, sólo nos respondes si te escribimos al mail o te ponemos like en el Facebook o pegamos algo en el Twitter. Andas chateando bajo, te has convertido en un monosílabo, me dijeron. Por despecho no respondí, pero posteé en Facebook muchas fotos y artículos de interés general, sobre política, religiones y recetas saludables. De mi mano sin fuerza se cayó el mouse sin darme cuenta.
Y sólo por despecho me seguí perdiendo. Pasé días enteros en piyama, fotografiando a mi hámster. Pegué sus fotos en la página del Facebook y recibí las felicitaciones (fueron sesenta, de amigos en piyama como yo), pero olvidé darle de comer. Por el dolor de su muerte perdí la concentración: pensaba y escribía en 140 caracteres. Fingía leer y opinaba sobre textos cuya longitud excedía mi atención. Mi lógica abarcaba un párrafo, después del cual se escapaba hacia otra cosa: de Afganistán al vestido azul o blanco y dorado, de la historia sentimental de un amigo a la mascota de otro, de la amenaza del Estado Islámico a los aparatos para agrandar el pene; de las elecciones a las caricaturas del monero h.; del chiste sobre los chistes y de regreso a Afganistán, o a la tragedia, la guerra, la miseria, la inundación. Todo tan lejos y tan cerca a la vez. Posteaba una canción de Youtube y sentía que el mundo entero la tarareaba conmigo. Hasta que un día me desperté sin saber quién era ni qué hacía ahí, y en el espejo me encontré un emoticón del tamaño de mi cara. Por despecho me perdí en internet y me convertí en una persona de mi tiempo, a mi espalda la sombra de la locura o el cerebro lleno de manchas blancas y vacías, un mar de islas con los puentes dinamitados, un ser en medio del todo y la nada, lleno de buenas intenciones y ganas de que la Paz reine en el planeta para poder ver el internet en paz. Y cuando pensé que si no posteaba, nadie me querría, los twitteros callaron.
Me llamo Ranulfo Ortega y soy adicto a los monosílabos: twit, boot, face, link. Eso lo supe en internet, lo escribí en internet en alguna página llena de fotos y anuncios que saltaban de un lado a otro; ya no sé lo que mi nombre significa ni recuerdo lo que me advertía el horóscopo de hoy (soy Cáncer). Ahora ocupo mi atención haciendo ejercicios para recuperar la atención; alguien me ha dicho que pronto seré feliz, si paso a la fase 4, no recuerdo fase de qué. Pero recuerdo el 4, ya es algo. Me están posteando ya la del estribo, ahorita ya no sé si tengo fe.
|