Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
En memoria de Ramón Martínez Ocaranza
Evodio Escalante
FINI: Festival
Internacional
de la Imagen
Wendy Selene Pérez
Un encuentro entre
la idea y la imagen
Francisco García Noriega
Helena Araújo, una
Scherezada en el trópico
Esther Andradi
Leer
Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal |
|
Evodio Escalante
Durante el sexenio nefasto de gustavo díaz ordaz
escribió en prisión el libro otoño encarcelado.
Conocí a Ramón Martínez Ocaranza en los años sesenta en una reunión de personas que trabajábamos en la difusión cultural que tuvo lugar en la ciudad de Chihuahua. Cuando nos presentaron, todos alrededor de una mesa, yo dije que venía en representación de la Universidad Juárez de Durango. ¿Durango, la tierra de Silvestre Revueltas?, me inquirió alguien de inmediato. A lo que respondí: “Y de José Revueltas, a mucho orgullo.” Esto le encantó a don Ramón Martínez Ocaranza de quien me hice amigo instantáneo. Es que a su vez, el poeta era no sólo gran amigo de Revueltas sino un camarada en toda la extensión del término: compartía con él la misma inquietud revolucionaria. Como José Revueltas, Ramón Martínez Ocaranza también fue perseguido por la justicia y estuvo varios años en la cárcel en Morelia durante el sexenio nefasto de Gustavo Díaz Ordaz. De ello el mejor testimonio es Otoño encarcelado, su libro de sonetos que se escribe en 1966 y se publica dos años después en 1968. Gran conocedor de la tradición poética de la lengua española, y también marxista desesperado, si puedo decirlo así, en la cárcel escribe lo que es para mí su mejor soneto, que es una suerte de despedida vital. Lo leo:
Yo que di por perdido lo ganado,
Como di lo ganado por perdido,
Ruedo sobre mi círculo de olvido
Como si fuera círculo olvidado.
Lo que yo tuve, todo fue prestado,
Y por prestado, ya me lo han pedido.
Yo no debí jamás haber nacido;
Porque hasta de nacer me han acusado.
Que ya nadie recuerde mi osadía
De haber perdido lo que más quería,
Como un caracol sobre la arena.
Mi vida se redujo a pocas cosas:
A ver el mar y a cultivar las rosas.
Y por tan pocas cosas, tanta pena.
Gran lector no sólo de Heráclito y Parménides, no sólo de Lorca y de Ezra Pound, sino igualmente de la Biblia, quisiera mencionar estos dos tercetos que me resultan igualmente estremecedores:
Yo siempre quise ser, en las edades,
Predicador contra las vanidades,
Porque la vanidad, del mundo es.
Pero no vi la luz del testimonio,
Y me perdí en las trampas del demonio,
Por las orillas del Eclesiastés.
Si la filosofía es una preparación para la muerte, según famosa frase de Platón, Martínez Ocaranza parece paladear esta frase cuando escribe, también en Otoño encarcelado:
Mi muerte y yo, establecimos pacto
De solidaridad estremecida:
Juramos, por las gracias de la vida,
No ver espinas en el dulce cacto.
Porque mi muerte es puro contacto
Del verbo con la rosa presentida.
Es la substanciación arrepentida
Que purifica mi rosal intacto.
Y cuando vaya yo, pensando en ella,
Por una playa de una mar muy bella
–Si alguna vez los dos nos separamos–,
Le escribiré una carta en que le diga,
Con dulzura de bíblica cantiga:
Señora de mi amor: ¿en qué quedamos?
María Teresa Perdomo, poeta y sonetista como el maestro Ocaranza, pero igualmente filóloga de altura, ha señalado en un libro dedicado a estudiar al poeta que la poesía de Ramón Martínez Ocaranza tiene dos etapas. La primera de ellas concluye (y alcanza su cumbre, agregaría yo) con la publicación de Otoño encarcelado; la segunda comprende los libros, ciertamente más sueltos y experimentales que publica a partir de ahí, entre ellos Elegía de los triángulos (1974) y Patología del ser (1981). La negatividad hegeliana, que encarna de manera dialéctica en la obra de Revueltas, también hace estragos en la poesía erizada de espinas de Ramón Martínez Ocaranza. En esta segunda parte de su obra, señala de manera cauta María Teresa Perdomo: “Sigue siendo un enamorado de la belleza, pero descubre por todas partes la fealdad.” Esta etapa, añade la escritora, “es poesía predominantemente crítica, resultado de una intensa actividad interior que obliga a su autor a cuestionarlo todo”. No sólo estoy de acuerdo con esta aguda observación, sino que agregaría que gran parte de la dificultad que podría experimentar el lector para identificarse con esta poesía es que a menudo no es poesía en el sentido convencional del término, sino inquisición, invectiva, aforismo, axioma filosofante, reflexión poe-mática, divagación, epitafio anticipado, etcétera. Sorprendentemente, la idea que Martínez Ocaranza se ha hecho de la poesía es una idea todopoderosa. De tal suerte, la poesía le parece superior a las matemáticas y la física. Así es. La poesía, con sólo metáforas, le da mate a las matemáticas. Por eso leemos en Patología del ser: “Los tigres de las metáforas de un poeta son más feroces que los tigres de la física y de las matemáticas.”
La patología es la dimensión del odio en la conciencia del hombre. “Yo soy mi Dios y el odio es mi profeta”, señala Martínez Ocaranza. “Todo lo que sé es una copa de bárbara ceniza.” “El poeta trabaja su canción con el material de su muerte.” En el mismo sentido: “El poeta trabaja los materiales de su muerte para matar la muerte.”
Como si se lo dirigiera a su hermano de lucha José Revueltas, Ocaranza escribe: “Hay que ser hombres. Hay que aguantar las chingas de la Historia.” Ojo, escribe historia con mayúscula –su horizonte sigue siendo el del materialismo histórico.
“Mi cárcel es mi Ser. Yo soy mi cárcel. El último candado de la tierra.”
No sé bien a bien si éste es un epitafio o es simplemente una palabra final, una despedida, que debemos asumir como la herencia que nos deja el poeta nacido en 1915 en Jiquilpan, Michoacán. En dado caso, es una invitación que algo tiene de escalofriante. Escribe Ramón Martínez Ocaranza, y con esto termino: “Y vámonos al diablo, camaradas. Que la conciencia humana está podrida.”
|