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Mula de 6, autobiografía de los procesos artísticos
Desde hace poco más de dos décadas, Sergio Tamayo ha profundizado en la indagación del proceso creador desde distintas posiciones escénicas: el suyo es testimonio trabajado en una hondura que produce un material de alta complejidad, por el contenido inconsciente que aparece como la subjetivación resultado de un doloroso trabajo de introspección actoral, nutrido con la historia personal del actor, por lo vivido pero también lo actuado, lo pensado, lo deseado.
Sergio Tamayo forma parte de un conjunto de artistas que compartieron la misma formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam y que, dueños de su rumbo, en lugar de fundar una compañía en sentido estricto, realizaron montajes en los que todos participaron para después emprender su camino, alejados de esa marca que llevan en la piel de su teatro, y que los distingue como si su arte fuera en sí mismo un género.
Todos tienen distintos alcances y han construido sus propios modos de sobrevivencia vital y artística. Rocío Carrillo y Raquel Araujo (cuando pronuncio estos nombres por supuesto me refiero también a los equipos de trabajo que han constituido y que forman parte de esa historia de nuestro teatro) son los miembros más sobresalientes de ese conjunto, aunque hay una gravitación alrededor del teatro donde suenan nombres de alto voltaje, como Luis Mario Moncada y Benjamín Gavarre, en la crítica, la dirección, la dramaturgia.
Sergio Tamayo, definido más como un actor por la frecuencia de sus participaciones en el teatro, en realidad es un director, un dramaturgo, un tallerista que también produce nuevas formas de lo escenográfico a través del diseño multimedia.
Mula de 6, obra en busca de nuevos espacios, que se enfrenta a la intermitencia de las oportunidades para realizar una temporada o funciones “sueltas”, es resultado de un trabajo que ha madurado a lo largo de varios años de experimentar con el mundo teatral convencional, atravesado por el performance, el testimonio y el montaje al modo de laboratorio.
Antes de exponer el sentido de esta pieza en la que Tamayo actúa y dirige, es importante decir que uno de los maestros y guías más importantes en esta especie de autobiografía teatral, con todo y lo que de ficción puede tener la memoria sobre sí mismo, es Gabriel Weiz, quien desde hace varias décadas ha dotado al pensamiento sobre el teatro de elementos filosóficos, antropológicos, psicoanalíticos, para pensar desde distintos miradores “lo escénico”, así como al sujeto que se agita en el corazón de un lenguaje que exige formalizaciones sin concesiones.
Mula de 6 y Museo del horror son confesiones y testimonios de dos hombres/espejo abandonados en su museo del horror. Padre factor trauma. Con Adrián Spinoza y Sergio Tamayo (que dirige) iluminados por Yolohtli Vázquez. Este trabajo que Tamayo llama Laboratorio de Teatro Personal Autobiográfico es “una herramienta de autoconocimiento y exploración creativa, a través de la investigación de nuestra memoria para construir signos que expresen nuestros eventos más representativos a través de recursos teatrales, de manera honesta y directa con un público de amplio criterio”.
El Laboratorio, explica, consiste en sesiones de exploración a través de confesiones y testimonios en los que se genera un material simbólico y discursivo como sustrato de la acción dramática. El texto es un pretexto para develar lo oculto. En Mula de 6 todo gira en torno al padre como factor de trauma y “el Museo del horror es una metáfora del exhibicionismo neurótico y una forma de exorcizar el silencio heredado por complicidad ante la violencia intrafamiliar”.
Tamayo se ha dedicado a un trabajo poético, crítico, que no está enmarcado ni en la crítica ni en el análisis de lo teatral sino en aquello que lo atraviesa y lo hace posible e imposible, lugares del narcisismo como síntoma de lo artístico y del ensimismamiento de nuestra escena; explora lo teatral, pero desde esos espacios de subjetividad que generan múltiples sentidos, muchos perniciosos, vanos, vacíos, pero que en su vacuidad muestran el rumbo de una escena que se mira el ombligo, creyendo que es el mundo mismo.
Lo ha hecho desde el espacio de las redes sociales, principalmente Facebook, donde bajo la figura de un despotricador habla de los peores lados de nuestro universo escénico: la vanidad, la arrogancia y un fingimiento que vale la pena explorar en próximas entregas para tratar de exponer la multiplicidad de este creador.
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