Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 15 de febrero de 2015 Num: 1041

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Campbell y La era
de la criminalidad

José María Espinasa

El quehacer editorial: adrenalina pura
Edgar Aguilar entrevista
con Noemí Luna García

Batis para neófitos
Fernando Curiel

En el Sábado de
Huberto Batis

Marco Antonio Campos

Recuerdo, Huberto
Bernardo Ruiz

El multifacético
Huberto Batis

Luis Chumacero

Batis y el amor
a la palabra

Mariana Domínguez

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Perfiles
Ricardo Guzmán Wolffer
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

La generosidad venenosa

Qué curioso que un gobierno neoliberal y descaradamente proclive a los ajustes que sociabilizan las pérdidas (pero privatiza las ganancias, según dicta el intervencionismo financiero del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, esos parnasos del expolio) para regentear la pobreza con propósitos mezquinamente políticos regale algo. Y qué peculiar situación que ese algo sean aparatos de televisión en un régimen postulado, sostenido y defendido por los principales consorcios mediáticos de México. Y qué sospechoso que ese gobierno, que regala televisiones (en cuyas cajas se lee como un estribillo burlesco “mover a México” a pesar de que el Instituto Nacional Electoral definió la leyenda como ilícita) lo haga precisamente el año en que hay elecciones intermedias en el país. Sí, “mover a México”. En cámara lenta. En retroceso. Al fondo del pozo. O de la fosa clandestina…

No es que escandalice gran cosa ese maridaje entre las televisoras y “su” presidencia conocido hasta la náusea. Es que ya no nos escandaliza nada. No sé –quizá los haya– de ningún mexicano que con toda dignidad hubiera rechazado esos televisores que regala el gobierno “para mover a México”. Ya los mexicanos llevamos décadas sumidos en el aletargamiento y casi nadie se atreve, cuando se las ofrecen, a decirle al gobierno y sus compinches que se metan sus canonjías por donde les quepa. Unos pocos –multitudes de decenas o cientos de miles, sí, pero en una población de más de cien millones apenas un puñado– hemos salido en algún momento a las calles, a desquiciar esa apatía cotidiana, el tráfico usual, la exacerbada percepción de grandeza que de sí mismos tiene esa runfla de patanes que con puestos públicos se sienten (y son casi siempre) intocables, impunes, refractarios a las leyes o inmunes a cualquier aproximación a la moral, a un mínimo, relativizado concepto de decencia. Al mexicano no parece ya molestarle gran cosa nada, ni las balaceras en la puerta de casa, y parece que sólo unos pocos reaccionan cuando las hordas de delincuentes y policías, que en muchos lugares del país son lo mismo, les secuestran a sus hijas o les matan a sus hijos.

Pero el grueso de la población sigue envarada entre el sopor y el miedo. La clase media persiste en dividirse entre hacer algo y no hacer nada, y los de la segunda opción, me temo, parecen ser mayoría. Mientras existan fanatismos religiosos y futboleros o recursos facilones de distracción entre vulgaridades y chismes –precisamente los tópicos con mayor incidencia en las producciones televisivas nacionales, incluyendo esos mal llamados noticieros– seguirá teniendo vigencia el párrafo que como vaticinio dejó escrito Décimo Junio Juvenal en la décima de sus Sátiras  romanas: “Desde hace tiempo –exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto–, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo.”

Acá ya no hay mucho pan, pero queda mucho circo. Y el maestro de ceremonias por excelencia es la televisión. Por eso en un año de crisis económica, con el desplome de los precios petroleros, el gobierno aprieta el presupuesto en la salud y la educación pero sigue manteniéndose a sí misma, caterva de vividores y delincuentes, con sueldos escandalosamente estratosféricos, y sostiene lujos absurdos para funcionarios ineptos y huevones, aunque signifiquen menos hospitales, y mantiene un parlamento mayoritariamente constituido por gente inútil, imbécil y perversa, aunque eso signifique una resta terrible en el inventario de bancos de escuela o bibliotecas, y en lugar de regalar becas y libros o medicamentos regala… televisiones.

Con un pretexto francamente idiota: al darse el apagón analógico, pobrecita la población que se va a quedar sin su novela de la noche, sin su lectura de noticias a modo, sin sus partidazos de fut.

No vaya a ser que demasiada gente vaya a leer los demasiados libros, las noticias en redes sociales o en medios no lacayunos y críticos; que vaya a interesarse por lo que de este país se publica en la prensa extranjera, que es, según parece, donde los mexicanos podemos saber cuánto se ha robado quién y en qué lujosos menesteres ha dilapidado nuestro dinero…

¿Y si en lugar de televisiones regalara computadoras y conexiones a internet? Pues claro que no, porque entonces la gente podría salir del letargo. Y de eso se trata “mover a México”. De mantener el poder.

A perpetuidad.