Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Campbell y La era
de la criminalidad
José María Espinasa
El quehacer editorial: adrenalina pura
Edgar Aguilar entrevista
con Noemí Luna García
Batis para neófitos
Fernando Curiel
En el Sábado de
Huberto Batis
Marco Antonio Campos
Recuerdo, Huberto
Bernardo Ruiz
El multifacético
Huberto Batis
Luis Chumacero
Batis y el amor
a la palabra
Mariana Domínguez
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
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Cabezalcubo
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Felipe Garrido
Remedios
A nadie le sorprendió que Remedios se suicidara. Un desastre era su vida. La mayor de siete hijos, sufrió siempre los celos de la madre, que se sentía desplazada por ella, y los celos del padre, rijoso y autoritario. Las hermanas se fueron casando, los hermanos fueron escapando, y Remedios se fue quedando al cuidado de los viejos, que seguían imponiéndole su voluntad. ¡Cállate!, gritaba la madre cuando Remedios cantaba. ¡Mi desayuno, a qué horas piensas traérmelo!, gritaba el padre desde la cama. Remedios volvió a ver a sus hermanos, por unos minutos, en el velorio de la madre. Con algunos no había hablado en años. El padre siguió gritando por las mañanas, y comenzó a acosarla. Alguna vez consiguió meterle mano. A nadie le sorprendió que se colgara. Ni que lo hiciera allí, en el enorme vestíbulo, donde fue lo primero que su padre vio por la mañana, al salir de su recámara, enfurecido porque Remedios no llegaba con el pan, con la taza de café. |