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En el vórtice del absurdo
En el vórtice del absurdo manda el rating, esa cacería del nicho comercial, del hit. El mundo es para los consorcios asunto de la percepción que logren inocular en la masa de su audiencia; las percepciones tienden a crear breves polarizaciones que pueden ir de la simple opinión hasta la crispación de grupo. O legislación a modo si se tiene el dinero para montar lo que conocemos como “telebancada”, ese pelotón de legisladores que en lugar de hacer leyes, cabildean a favor de empresarios: la corrupción en una de sus más sofisticadas manifestaciones. Los grandes medios de comunicación son esa careta del corporativismo gobernante. Son a veces el vehículo –sí, revolviendo por enésima vez el caldo de Marshall McLuhan aquel de “el medio es el mensaje”, pero en peculiares circunstancias, como la mexicana y su corporativismo de las telecomunicaciones, su viciada relación con el poder político, ese “funcionarismo” desmedido de conductores, locutores y no pocos periodistas como rampante andamiaje de un negocio éticamente reprobado al convertirlo en línea editorial, y parafraseando al mismo profesor canadiense cuando sabiamente reía de sí mismo haciendo mancuerna con Quentin Fiore en 1967, el medio es el masaje– y también quien lo conduce. O administra.
Apropiarse del espacio de la discusión pública haciendo trampa o tenderla como distractor de lo genuino es avidez malsana que disfraza la consecución del efecto mediático a cualquier costo. Algunos ponemos allí el futbol o el absurdo histórico guadalupano y explicamos así que el discurso público del presidente destaque sus comunicaciones con el entrenador de la selección nacional o si se reunió con un rey sin abordar lo que se cocina en el senado, precisamente en telecomunicaciones o en temas igualmente sensibles para el futuro del país, como el energético, o que de plano Peña omita mencionar la violencia que destroza a miles de familias mexicanas o la inocultable crisis económica en que la impericia de los tecnócratas mantiene sumido a México a pesar, justamente, de contrarreformas neoliberales impuestas a rajatabla. O de cómo un ciudadano valiente como José Manuel Mireles termina traicionado por el gobierno que dijo ser su aliado para librar a su tierra de criminales porque no se quiso alinear o porque resultó demasiado incómodo a los poderes fácticos y sus intereses de grupo.
Pero esa necesidad de sacrificar –¿qué?, ¿decencia?, ¿compromiso?, ¿ética profesional?–, hay que insistir en ello, es mundial. Sólo así se explica el absurdo y la histeria colectiva cuidadosamente cultivada por medios como el canal Animal Planet que en lugar de emitir documentales avalados por naturalistas y biólogos o científicos auténticos saca al aire, tal que hizo el año pasado, falsos documentales, con actores que personifican científicos, para sembrar “la ilusión”, dicen, de que la gente crea en la existencia real de sirenas u “homínidos marinos” (sí, televidentes queridos, no existe el biólogo estadunidense Paul Robertson disidente presunto, como una especie de Edward Snowden de la biología insurgente, sino el actor canadiense David Evans, copropietario de una compañía de videojuegos que se llama Greenlit Gaming, radicada en Ontario). ¿Cómo explicar que un canal de divulgación naturalista (o eso suponíamos) alcanzó algunos de sus topes históricos de audiencia con programas de pseudo ciencia ficción astutamente disfrazados de documentales como el falso especial Mermaids y su secuela que se pretendía algo así como un noticiero que presentaba nuevas evidencias de que la leyenda encarna en especie recién descubierta, un lejano pariente del hombre que optó por evolucionar rodeado de delfines y ballenas?
Es como una hipotética junta de trabajo de ejecutivos de Televisa o TV Azteca que se reúnen con sus directores creativos, con sus mejores guionistas y frotando palmas, porque serán ellos, ahora sí, quienes revolucionen el modo en que se hace televisión en México, acuerdan el diseño de… Sabadazo o Venga la alergia, digo, la alegría.
Cómo explicar que una empresa televisiva, un canal internacional, decidan dinamitar su propia credibilidad. Supongo que habrán vendido muchos espacios comerciales sin pensar en la inercia del día después. Cómo explicar que en el vórtice del absurdo, ante toda esa otra demencial tormenta de información inútil, entretenimiento barato y simple vulgaridad nos limitemos simplemente a cambiar de canal desde la comodidad de la poltrona.
Y seguir siendo la otra parte del problema.
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