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El Canal de Panamá:
una historia literaria
Luis Pulido Ritter
En la historia literaria hay algo que se llama “novela canalera”, subgénero literario creado por especialistas de literatura latinoamericana para designar un conjunto de novelas que han recreado la experiencia histórica y humana del Canal de Panamá, inaugurado en 1914. Especialistas de las más diversas universidades, tanto de las Américas como de Europa, como Alfredo Figueroa Navarro, Werner Mackenbach, Sonja Watson, Rhonda Denise Frederick, Valeria Grinberg Plá, Humberto López, Frances Jaeger, Maida Watson, Aristides Martínez Ortega, Ifeoma Nwankwo, Margarita Vásquez y Damaris Guerra Serrano, coinciden y coincidirían en que el fundador de este género fue el escritor panameño Joaquín Beleño con sus cuatro novelas Luna Verde (Diario dialogado) (1941), Gamboa Road Gang (1960), Curundú (1963) y Flor de Banana (1965). Especialmente Gamboa Road Gang, que se basa en un hecho sucedido en la exantigua Zona del Canal (territorio panameño administrado por los estadunidenses), cuenta la historia de Atá en la prisión de Gamboa. Atá es un joven panameño, bastardo, de padre estadunidense y madre barbadiense, condenado a cincuenta años de prisión por haber “violado” a una joven estadunidense. En Atá, que no es negro ni blanco pero sí chombo-blanco, se concentran todos los prejuicios, el complejo racial de un país que consideró a los negros y, especialmente, a los negros antillanos (llamados despreciativamente chombos) que construyeron el Canal, como una especie inferior y no perteneciente a la nación panameña, pues no eran católicos y, sobre todo, no hablaban castellano.
La literatura, en este sentido, es clave para comprender la compleja historia de Panamá. Hasta que apareció la novelística de Joaquín Beleño, el Canal de Panamá no era parte del universo literario de los panameños. Al contrario, todo lo que giraba en torno al Canal era como un mundo aparte. Ya en las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado, académicos, ministros y negociadores de tratados del Canal definían a la población de la Zona del Canal como una “raza extraña”; por ejemplo, Ricardo J. Alfaro, refiriéndose a los anglosajones/estadunidenses. Un periodista como Olmedo Alfaro en El peligro antillano en la América Central (1924) tituló “Defender a la raza” el primer capítulo de su ensayo en contra de la presencia antillana en el país. Tampoco hay que olvidar que, en 1941, los antillanos habían sido despojados de su nacionalidad panameña al ser considerados dentro de la categoría “razas de inmigración prohibida”. Hasta bien entrada la década de los sesenta, los intelectuales panameños asociaban el Canal de Panamá a la pérdida de la nacionalidad, la degradación moral, la prostitución, la ocupación, el colonialismo y el racismo. Pero, por cierto, olvidaban que los mismos panameños practicaban y habían practicado el racismo y la exclusión dentro de sus propias fronteras, como se puede apreciar muy bien en la novela de José Isaac Fábrega Crisol (1936), texto racista que, en función de restituir una cultura hispánica, aborrece y denigra a los negros caribeños y convierte al español –dictaminado desde arriba– en la lengua de la llamada cultura panameña.
Dentro de este contexto, entonces, surge la literatura de Joaquín Beleño. Con Luna verde había ganado ya el Premio Nacional de Literatura en 1941. En esa novela encontramos una voz crítica y fragmentada que recorre la ciudad de Panamá. Pero es sobre todo con Gamboa Road Gang y Curundú que la Zona del Canal no es contada desde afuera sino desde adentro, con personajes que viven en el interior del monstruo. Es aquí que se rompe una frontera, un tabú, transgresión que llevó, sin embargo, a que el crítico panameño de la literatura local, Rodrigo Miró, escribiera lo siguiente con respecto al tema de Beleño: “Es una parte mínima de la realidad de Panamá.” (1972). No obstante, era imposible tapar el sol con la mano porque el Canal de Panamá (y la Zona del Canal, un territorio de mil 432 kilómetros cuadrados administrado por los estadunidenses), no sólo era el proyecto de ingeniería que consagró el dominio de Estados Unidos en la región, tras el fracaso del Canal Francés en el último tercio del siglo XIX y la derrota de España en la Guerra del ’98, sino todo un proyecto de sociedad, una especie de socialismo de Estado subsidiado –con su estructura rígida de clases y castas– en el mismo centro de una república, cuya soberanía no era ejercida sobre todo su territorio.
En efecto, al lado de Joaquín Beleño no podemos olvidar la novela de César a. Candanedo, La otra frontera (1966), un clásico de la narrativa canalera. Tampoco sería justo olvidar al ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta que, con Canal Zone (1935), fue un precursor de la novela canalera. No obstante, hay todo un grupo significativo de novelas y textos que, en Panamá, como en los estudios literarios sobre el Canal de Panamá y la inmigración caribeña, pasan normalmente desapercibidos por la crítica porque han sido escritos en inglés, confirmando así la vieja línea que excluye al “Otro” sea por lengua, cultura o religión. En este sentido, habría que mencionar a dos autores precursores en el Caribe que, en inglés, escribieron textos muy significativos con respecto al tema canalero: Herbert G. de Lisser, con Susan Proudleigh (1915), y Eric Walrond con Tropic Death (1926). Este último fue, además, precursor del importante movimiento cultural y literario del Harlem Renaissance en los años veinte del siglo pasado en Nueva York y trabajó junto con Marcus Garvey.
¿Y en el mundo francés? Allí tenemos la novela de la guadalupana Maryse Condé que, con su novela La Vie Scélérate (1987), recrea la vida de un joven caribeño que va a trabajar al Canal de Panamá; a este personaje, por cierto, se le conoce también como Panama Man y ha sido objeto de una canción del cantaautor panameño Rubén Blades: “West Indian Man”.
Después de la entrega del Canal a los panameños por parte de Estados Unidos en 1999, el tema canalero en la literatura no ha dejado de trabajarse en la ficción. A pesar de que algunos se resisten a incluir este tema en sus textos por considerarlo del pasado o ya agotado, se han publicado novelas que han recreado, si bien no directamente el Canal, sí a todo lo que ha tenido que ver con el mismo; están, por ejemplo, la novela de Gloria Guardia, El último juego (1977); la de Carlos Guillermo Wilson, Los nietos de Felicidad Dolores (1991); de Rosa María Britton, No pertenezco a este siglo (1995); de Rafael Ruiloba, Manosanta (1996); del autor de estas líneas, Sueño americano (1999); de Justo Arroyo, Vida que olvida (2002), y de Juan David Morgan, Con ardientes fulgores de gloria (1999) y Caballo de Oro (2006). Finalmente, la magnífica novela del colombiano Juan Gabriel Vásquez, La historia secreta de Costaguana (2007). Esta selección, por supuesto, no puede olvidar a los poetas, dramaturgos y cuentistas que, como Gerardo Maloney, Carlos Russell y Melva Lowe de Goodin –los tres de origen antillano–, han recreado el tema del Canal en diferentes términos, pero todos coinciden en un punto: el Canal como experiencia humana que, en el Caribe, implicó la primera gran inmigración y movilización de caribeños de la región después de la esclavitud.
Todas y cada una de estas obras recrean a un país que no ha terminado de cerrar un capítulo que determina su historia: el Canal de Panamá.
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