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El cuento español actual
Antonio Rodríguez Jiménez |
Ilustración tomada de la portada de Aquelarre. Antología del cuento de terror español actual, 2011
La evolución del cuento español en los últimos cien años tuvo una accidentada problemática, pues se convirtió en objeto de acoso por crisis editoriales que muy de tarde en tarde ofrecían repertorios de cuentos, aquellos que los autores habían ido publicando en periódicos semanarios –es decir, como sueltos– y que una vez conocidos se pretendían recopilar en forma de libro. Hubo cierto auge en los años cincuenta y luego se produjo un silenciamiento hasta los años ochenta, cuando comenzó a recuperarse de nuevo la tradición cuentística. Aparecieron diversas antologías en esa década, como la de Medardo Fraile, titulada Cuento español de posguerra (1986), la de Óscar Barrero, El cuento español 1940-1980 (1989), o la de José Luis González y Pedro de Miguel, Últimos narradores. Antología de la reciente narrativa breve española (1993). Por aquellos años se editan Páginas amarillas (Lengua de Trapo), que selecciona Sabas Martín; Cien años de cuentos (Alfaguara) y Los mejores relatos españoles del siglo XX, ambas preparadas por José María Merino. También se publicaron Los cuentos que cuentan (Anagrama), de J. A. Masoliver Ródenas y Fernando Valls, que demostraron que el cuento gozaba de un momento muy próspero. Se generaron innumerables títulos más que convierten la década de los noventa en una avalancha, donde abundan los aciertos y desaciertos. Fernando Valls manifestó en aquellos años que predominaba la variedad de registros e intenciones en el cuento español y destacó la libertad con que cada autor utilizaba el estilo, los temas o la estructura. Los maestros del género fueron Cela, Zamora Vicente, Torrente Ballester, Delibes o Laforet, a los que siguieron Aldecoa, Fraile o Fernández Santos, aunque en los años sesenta al cuento se le llamó relato. Luego vendrían Merino, Mateo Díez, o más jóvenes como Satué, Bonilla y Nicolás Casariego, entre otros.
Fue muy interesante la aparición de una antología en la editorial Páginas de Espuma (Vidas sobre raíles. Cuentos de trenes, 2000). Se recogían narradores como Onetti, Cabrera Infante, Laura Freixas, Masoliver Rodenas, Lourdes Ortiz, Aldecoa, Sampedro, Rosa Chacel, Gonzalo León, Mateo Díez, Rivas, Merino, Imbert, Torri, Ribeyro, Moya, Coloane, Peri Rossi, Menchaca, Rodoreda, Ory, Llamazares, Ibarrola, Dieste y García Márquez. Se trataba de una selección muy variopinta realizada por Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra.
La moda de lo breve también se abordó en los primeros años de la década de los dos mil con la aparición de varios volúmenes de microrrelatos: Lavapiés, Galería de hiperbreves y Por favor, sea breve. Entre los narradores más comunes que cultivaban ese relato corto estaban Luis Landero, Hipólito G. Navarro, Quim Monzó o Sergi Pàmies. El microcuento nació a mediados del siglo XX y su esencia está en la médula cultural del postmodernismo. Participó de varios de sus caracteres: renuncia al gran relato, fragmentariedad, fácil digestión e ironía. Ha sido calificado como forma lúdica y mestiza y se le ha emparentado con el poema breve o con el haiku japonés.
Como manifesté antes, en los últimos años han aparecido numerosas antologías de cuentos, entre las que destacan Páginas amarillas (1997), Perturbaciones: Antología del relato fantástico español actual (2009) y Aquelarre. Antología del cuento de terror español actual (2011). Editoriales de envergadura como Anagrama, Seix Barral, Tusquets o Alfaguara publicaron en años pasados numerosos libros de cuentos, aunque realmente la importancia del auge actual del cuento en España se debe al empuje de las pequeñas editoriales, por un lado, tales como Páginas de Espuma, Menoscuarto, Salto de Página, Lengua de Trapo, Xórdica, Impedimenta, Caballo de Troya, Pre-Textos, Calambur o El Páramo, entre otras, además del impulso de revistas como Lucanor, Quimera, Barcarola, Cuadernos Hispanoamericanos, Turia o Ínsula, entre otras. También han influido en la importancia del cuento actual español los galardones literarios, tales como Hucha de Oro, Ignacio Aldecoa, Antonio Machado, Vargas Llosa nh, Setenil o Ribera de Duero, cuya última edición recayó en la escritora mexicana Guadalupe Nettel.
La eclosión del cuento español contemporáneo se recopila en buena medida en un volumen que acaba de editar la editorial Cátedra titulado Cuento español actual (1992-2012) –Madrid, 2014–, en edición minuciosamente preparada por una de las especialistas en el género, Ángeles Encinar, cuya labor de estudio sobre el relato es de las más intensas y extensas que se han hecho en España en los últimos años. El volumen completa otro de la misma autora de 1993, titulado Cuento español contemporáneo, que se enriquece ahora con este volumen que acoge a treinta y ocho autores españoles nacidos entre los años cincuenta y ochenta del pasado siglo.
Antes de entrar en los autores, que son tantos que apenas podré enumerar, hay que señalar la pluralidad de tendencias que se cultivan actualmente en el cuento español e hispanoamericano –por cierto, no ha incluido la antóloga a ningún autor nacido fuera de España, excepto al argentino Andrés Neuman, cuya vida se ha desarrollado en su mayor parte en la Península Ibérica. Se trata, pues, de un eclecticismo abierto y rico y de una gran riqueza temática. Se escriben cuentos en clave de narrativa fantástica, ciencia ficción, realistas, surrealistas, absurdos, metaliterarios, experimentales, irónicos, satíricos, sarcásticos, dramáticos, etcétera. Posiblemente predominen los textos realistas de diferentes tipos, como realismo urbano, intimista, psicológico, etcétera. Predomina la amistad, el cinismo, los lazos familiares, los asuntos matrimoniales, las relaciones de pareja, el amor en general y la muerte.
Esta antología, pues, es una excusa perfecta para poner sobre la mesa a los protagonistas del cuento en los primeros doce años del siglo XXI en el orbe peninsular, en un campo extenso y repleto de escritores que cultivan con pasión el arte del relato, tras aquellos narradores fascinantes como Jesús Fernández Santos o Ignacio Aldecoa, seguidos de Luis Mateo Díez, José María Merino, Javier Tomeo, Medardo Fraile, Pereira, Cristina Fernández Cubas, Juan José Millás, Soledad Puértolas, Vila-Matas y otras figuras que dejaron una huella digna de seguir por los más jóvenes.
Los nuevos llegan con la bandera de la heterogeneidad. Es decir, vienen con variedad de temas, de técnicas, de recursos, pero sobre todo con pluralidad de tendencias.
Entre los más destacados figuran Ángel Olgoso, que se adscribe al género fantástico en sus diferentes modalidades; abunda en su obra tanto lo inquietante como lo asombroso. Félix J. Palma envuelve sus relatos de imaginación. Abundan en ellos las anécdotas extraordinarias. Sus personajes muestran preocupaciones por la identidad, la adversidad, la soledad y la muerte, en obras como El vigilante de la salamandra (1998) o El menor espectáculo del mundo (2010). El humor está muy presente en los Horrores cotidianos (2007), de David Roa. Elementos oníricos aparecen en la obra de Julia Otxoa, que aborda temas de violencia, la vida política o la reflexión metaliteraria, en libros como Un extraño envío (2006) o Un lugar en el parque (2010).
La variedad en torno a lo fantástico es el eje central de la obra de Jacinto Muñoz Rengel en 88 Mill Lane (2005). La diversidad temática también forma parte de las características de la cuentística de Juan Gómez Bárcena, autor de Los que duermen (2012), donde leyendas, fábulas y ciencia ficción coexisten con normalidad.
Temas como la metamorfosis y las pesadillas están presentes en los cuentos de Patricia Esteban Erlés, autora de Manderley en venta (2008) y Azul Ruso (2010). Por su parte, Alberto Méndez recoge la antorcha testimonial enarbolada por José Eduardo Zúñiga en Los girasoles ciegos (2004). También los personajes de Fernando Aramburu están impregnados de elementos testimoniales en colecciones de cuentos como Los peces de la amargura (2006) y El vigilante del fiordo (2011).
Ricardo Menéndez es autor de libros como Los caballos azules (2005) y Gritar (2007), donde cultiva tanto lo realista como lo fantástico, a la par que lo sórdido y lo culturalista. Irene Jiménez acerca el lector a la realidad cotidiana en Lugares comunes (2007). Por su lado, uno de los mayores narradores representados en este joven plantel (nacido en los años cincuenta), Ignacio Vidal-Folch, realista urbano por antonomasia, aproxima a su interlocutor a una obra cosmopolita y atractiva en conjuntos de relatos como Amigos que no he vuelto a ver o Noche sobre noche (2009). En esta misma línea estaría también Giralt Torrente en su libro El final del amor (2011).
Por su parte, Cristina Cerrada (profesora en talleres literarios que han ayudado a enaltecer el cuento en España) estaría en una línea de la cotidianidad de la vida humana, con títulos como Noctámbulos (2003) y Compañía (2004). La influencia del cine y del realismo norteamericano es clave en el seguimiento de la obra de esta autora.
El cine también ha influido en los textos de Cristina Grande, como puede observarse en su libro Tejidos y novedades (2011). Sus relatos se caracterizan por la brevedad extrema y por sus personajes, al borde del precipicio, que están repletos de ironía y humor. Manifiesta la narradora en la declaración de principios que hace en esta antología que “el florecimiento del relato breve es síntoma de que el lector agradece que la buena literatura no lleve demasiado envoltorio”.
Ángeles Encinar recuerda en el amplio estudio introductorio a esta antología que el tema del intimismo –a veces con un tono confesional– se da en los jóvenes como antes se dio en generaciones de narradores anteriores como Esther Tusquets, Álvaro Pombo, Marina Mayoral, Juan José Millás, Soledad Puértolas, Eduardo Mendicutti, Vicente Molina Foix o Javier Marías, entre otros. La soledad la trata Carlos Castán en Temporada de huracanes (2007) y en El prisionero de la avenida Lexington (2008).
Por su parte, Juan Bonilla aborda temas como la soledad y la insatisfacción, donde no falta la ironía, el humor y el sarcasmo. Entre sus libros de relatos destacan El que apaga la luz (1994), El estadio de mármol (2005) o La noche del skylab (2000). La mirada hacia el mundo personal, con personajes acuciados por la soledad y el aislamiento, aparece en Intemperie (1996) y en los monólogos de Solos (2000), de Care Santos.
Ignacio Martínez de Pisón es autor de Foto de familia (1998) y Aeropuerto de Funchal (2009), en los que trata temas sobre las relaciones familiares o sucesos desconcertantes e insólitos, aunque presentados como si fuesen hechos cotidianos. También aborda temas laborales, familiares y amistosos desde una perspectiva irónica y con elementos del absurdo y lo metafórico Pedro Ugarte en Manual para extranjeros (1993), La isla de Komodo (1996), Guerras privadas (2002) y El mundo de los cabezas vacías (2011). Los personajes de Juan Bilbao son seres repletos de insatisfacciones desarrollados en climas tensos, como en Bajo el influjo del cometa (2010) o en Como una historia de terror (2008).
Óscar Esquivias es autor de La marca de Creta (2008) y Pampanitos verdes (2011), situados en espacios tanto urbanos como rurales, siempre en torno a lo cotidiano. Narra historias sobre la incomunicación, el miedo o la incomprensión. El humor y la ironía son los asuntos preferidos de Mercedes Abad, autora de Felicidades conyugales (1989), Amigos y fantasmas (2004) y Media docena de robos y un par de mentiras (2009). En sus relatos predominan las paradojas, el humor negro o el erotismo, junto a la fantasía.
Almudena Grandes, más conocida como novelista, es autora de dos libros de cuentos como Modelos de mujer (1996) y Estaciones de paso (2005). Berta Marsé es la autora de Fantasías animadas (2004), conjunto de cuentos en los que utiliza recursos retóricos como la sátira o el esperpento. También Mercedes Cebrián –El malestar al alcance de todos (2008)– dirige su mirada a la sociedad actual con una prosa mordaz y aguda y se centra en relaciones familiares o laborales en tono humorístico.
Entre los maestros del humor está Hipólito G. Navarro al que se le atribuye la apertura de un camino nuevo, de renovación en la cuentística española de los años noventa, con El aburrimiento Lester (1996). También publicó El cielo está López (1990) y Manías y melomanías mismamente (1992). Por su parte, Ángel Zapata cultiva un relato onírico en Las buenas intenciones y otros cuentos (2001) y en La vida ausente (2006). El surrealismo y el absurdo están presentes en sus textos.
Otros de los escritores de moda en el panorama del cuento español, que aparecen en la antología de Ángeles Encinar, son Isabel González, Cristian Crusat, Eloy Tizón (uno de los narradores más destacados de la narrativa contemporánea), Pilar Adón, Berta Vias Mahou, Javier Sáez de Ibarra, Miguel A. Zapata, Andrés Neuman, Esther García Llovet y Elvira Navarro.
Llama la atención en este volumen de 522 páginas el hecho de que la autora ha abarcado tanto para ofrecer una panorámica tan completa que ha reducido al mínimo la muestra creativa de cada autor, y sabe realmente a poco, ya que, en cierta medida, ha convertido la antología en un catálogo o muestrario reducido a la mínima expresión. No se trata de un reproche, ya que el intento de reunir a los cuentistas más destacados es palpable.
La conclusión a la que se llega tras leer este panorama es que el género goza de un momento de salud excelente.
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