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El lenguaje y la crítica del posdrama
“Posdramático” es una de las entradas fundamentales en el Léxico del drama moderno y contemporáneo, de Jean-Pierre Sarrazac (Paso de Gato, 2013). Sus certezas, que también son sus características, organizan gran parte de este discurso estructurado al modo de un diccionario revelador de los conceptos clave para entender el descentramiento de la escena contemporánea.
Para quien tenga dudas sobre lo que es, y aun después de los seminarios que ofrecen sus promotores siga con la incertidumbre, debe saber que lo posdramático “no es ni un estilo, ni un género, ni una estética”, sino una idea que resulta de un conjunto de prácticas teatrales “múltiples y dispares”, donde los elementos que antaño fueron indispensables para producir el teatro, ahora no lo son.
La tradicional oposición entre lo épico y lo dramático queda sobrepasada por unas prácticas que tienen como punto en común considerar que “ni la acción (categoría nodal) ni los personajes en el sentido de caracteres, ni la colisión dramática o dialéctica de los valores, ni siquiera las figuras identificables son necesarias para producir teatro”. Así, el planteamiento de Lehmann, que es su propia definición de lo posdramático, consiste en reivindicar la escena “como comienzo y como punto de intervención , y no como “transcripción” de una realidad que le sería exterior.
Jorge Ayala Blanco |
Heiner Müller lo asumía como una tarea, como una forma vocacional de la factura teatral: pensaba que “el objetivo es estimular la imaginación, provocar asociaciones, obtener la creación de un mundo de imágenes que se resiste a una lectura interpretativa y que no puede ser reducida a una metáfora unívoca”.
Uno de los objetos que está en el fondo de toda esta polémica es en realidad el texto, que sin ser excluido ha dejado de ser el centro del dispositivo teatral. En esa entrada, redactada por Jean-Louis Besson (profesor del Departamento de Artes del Espectáculo de la Universidad de París X, Nanterre), se sugieren los ejemplos europeos relevantes de lo posdramático (poco vistos en México, como sucede con los ejemplos en el libro de Lehmann, Teatro posdramático) como “las realizaciones” de Tadeuz Kantor, “algunas obras” de Heiner Müller, Jean Jourdheuil y Jean Francois Peyret, Klaus Michel Grüber, Pina Bauch y Bob Wilson.
En su célebre libro Cómo analizar un film (Paidós), Francesco Casetti y Federico Di Chio le dan una dimensión extraordinaria a cada elemento del cine, y permiten encontrar en cada uno una retórica que le exige al crítico verlos en su autonomía artística: la modestia de un oficio, vestuarista por ejemplo, ha dejado de ser un apéndice, un elemento secundario para convertirse en un elemento constitutivo del discurso.
El crítico Jorge Ayala Blanco logró hacer del ensayo crítico una puesta en escena de ese mundo del posdrama que exige a cada elemento del filme una autonomía y al mismo tiempo un trenzado con el conjunto de “autonomías” que acompañan a la primera, dotándola de jerarquías móviles que relativizan la posición de objetos que solían subordinarse al poderoso logos textual, que el posdrama ha desplazado “como soporte y presupuesto de la representación” y que, en el caso del teatro “puede ser sistemáticamente pensado sin él”.
Es en la palabra del crítico donde el objeto artístico se desdobla nuevamente en una interpretación (¿la ilusión de un espejo?), un trabajo de lenguaje que no se desapega de las categorías y elementos que conforman el objeto para encontrar una nueva lectura. He puesto un ejemplo con un crítico de cine, ante la ausencia de una figura de su estatura en el ejercicio crítico sobre lo teatral.
Esa dimensión no existe en nuestro teatro, no existe la crítica teatral en ese grado de profundidad y no tiene que ver con el objeto observado sino con el nivel literario del texto crítico. Tampoco pasa en la música, al menos en México, aunque Eugenio Trías, con su lógica del límite, ha logrado la incursión en esos territorios que van de El canto de las sirenas a La imaginación sonora.
No quiero negar tampoco las contribuciones valiosas y orientadoras de quienes se dedican a ofrecer lecturas clarificadoras sobre fenómenos estéticos y que en cuyas líneas puede intuirse el gran ensayo crítico. Así como el teatro se ha librado de las viejas opresiones textuales, dramáticas, la crítica tendría que librarse del comercialismo y la estupidez que reina en la mayoría de los medios, para estar acorde con las transformaciones de sus objetos.
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