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La Ley del libro
José María Espinasa
La Feria del Libro de Guadalajara cerró el año editorial de 2013 sin grandes sobresaltos. No hubo polémicas en torno al otorgamiento del Premio FIL a Yves Bonnefoy –lo recibió un gran discurso– ni tampoco prosperaron las escasas protestas por la suspensión –no se habla aún de cancelación– de los premios Carlos Fuentes y Tomás Segovia. El público abarrotó los corredores de la feria cual estación de Metro en hora pico y sus directivos celebraron las cifras de asistencia y ventas. Y sin embargo, ¿por qué se tiene una sensación de frustración y pesimismo respecto al futuro del libro? Tal vez porque cada vez hay más stands que parecen oficinas comerciales, que no ofrecen libros sino gadgets y cada vez es más rutinaria la programación de presentaciones y conferencias. Una y otra vez el autor más mediático, desde hace unos cinco años, es Mario Vargas Llosa, que repite los mismos juicios cada vez más simples.
La presencia de Israel como Estado invitado, si bien estuvo bien manejada y publicitada, por razones evidentes –se conoce poco esa literatura en México– tuvo un eco restringido: se extrañó la presencia de Amos Oz y se agradeció la de David Grossman, entre otros escritores judíos. La nota de la inauguración fue la apabullante seguridad policíaca, natural por la visita de Shimon Peres al evento. Sin embargo, es probable que la parte más interesante de la feria nuevamente estuviera no en los grandes editores –Santillana, Planeta, FCE– sino en la calle –me gustaría llamarlo callejón, pero estaba muy bien montado– de las editoriales independientes, desde Almadía y Sexto Piso hasta las agrupadas en la Alianza de Editores Mexicanos Independientes, pasando por Ditoria, Tumbona, Bonobos y AUEIO. Faltaron bastantes del rico panorama actual, pero la Feria de Guadalajara es muy cara para la mayoría de estas editoriales. La presencia de estas editoriales se vio empañada por el accidente que sufrió la editora Gabriela Pérez de AUEIO, atropellada a las afueras de la Feria quien, además, fue víctima también de un robo por un agente del Ministerio Público encargado de “protegerla”.
Durante la Feria se realizaron diversos actos que tuvieron un carácter muy emotivo. Entre ellos destacó el homenaje al Álvaro Mutis, en el que tuve la suerte de participar. Sin embargo, me gustaría destacar aquí un hecho mucho más minoritario: la publicación, por Juan Pablo Editores, de las Obras reunidas de Severino Salazar. Es un buen ejemplo del extraordinario trabajo que las editoriales independientes desarrollan en este momento. Rescata a un escritor muy bueno, no sólo dejado de lado sino incluso ninguneado por el mercado editorial en busca de fenómenos de ventas y literatura fácil.
Entre los homenajes y reconocimientos realizados en la Feria destacan por su justicia los de Carlos Payán, Juan Villoro y Marcelo Uribe. El Premio al Mérito Editorial entregado a Uribe es el motivo de esta nota. Editor de gran calidad y buen gusto, Marcelo Uribe se ha desempeñado fundamentalmente en era, sello que es reconocido indirectamente, pues el galardón es a la persona y no a la editorial, con este premio por segunda vez (ya antes lo había recibido Neus Espresate). Además de ser un notable poeta y editor, Uribe ha desempeñado un importante papel en los últimos años en defensa del libro y su especificidad cultural. Fue durante años, junto a Raúl Zorrilla, el principal impulsor de la Ley del libro, misma que Vicente Fox vetó en su último acto de gobierno, y que se aprobó en el sexenio de Felipe Calderón modificada de manera que no sirviera para gran cosa.
En el discurso de recepción del Premio, Marcelo Uribe insistió en la necesidad de retomar dicha Ley y hacerla funcionar, volviendo operativo el polémico punto del precio fijo, mismo que algunas editoriales sí han aceptado e impulsado, entre ellas el FCE. Actualmente la situación del mercado hace que los editores independientes busquen canales de distribución raros, anómalos, heterodoxos, no les queda otra porque las librerías en nuestro país son muy reacias a exhibir esa producción editorial. El FCE, gracias a que cuenta con su propia cadena de librerías, no sólo cumple con el precio fijo sino también da lugar a los independientes. Es un ejemplo. En ese discurso, Uribe anunció la próxima apertura de un centro cultural-librería de la editorial era. Felicidades.
En los años sesenta surgieron tres editoriales cuyo desarrollo es una especie de radiografía de los últimos cincuenta años de la industria editorial: Joaquín Mortiz, Siglo XXI y ERA. La primera, absorbida por Planeta, prácticamente dejó de existir como sello y perdió toda su personalidad. Las otras dos han sobrevivido a momentos muy difíciles, cada una a su manera. Hoy existe un gran número de sellos, muchos de ellos con menos de diez años de existencia, que se inspiran en lo hecho en aquellos happy sixties y que promueven la nueva literatura y el arte mexicanos. A ellos el precio fijo los volvería no competitivos comercialmente –no se trata (sólo) de eso– sino sobre todo visibles y atractivos para los lectores que buscan escapar a la omnipotencia de la publicidad. Pero en realidad beneficiaría a todos, desde autores e impresores hasta libreros y lectores, al aumentar las opciones de lectura y cimentar su arraigo y densidad entre el público.
Hoy, que estamos ya con la Feria del Libro de Minería a la vuelta de la esquina, la propuesta de Uribe de retomar la Ley del libro fue poco atendida por la prensa y acallada por el ruido mediático de lo que sucedía en la FIL. La Cámara Nacional de la Industria Editorial, actualmente presidida por José Ignacio Echeverría, cuya gestión hace concebir esperanzas, debería tomarla como una de sus prioridades. Las autoridades culturales mexicanas deberían a su vez retomar y hacer suya esa lucha, pues eso –y probablemente sólo eso– pueda conducir por buen camino a nuestra cultura lectora.
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