Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
De sueños, puertas
y bolas de cristal
Adriana Cortés Koloffon entrevista
con Cristina Fernández Cubas
Jaime Gil de Biedma: homosexualidad,
disidencia y poesía
Gerardo Bustamante Bermúdez
Manuel González
Serrano: misterio,
carnalidad y espíritu
Ingrid Suckaer
Un sueño de Strindberg
Estela Ruiz Milán
Un Ibsen desconocido
Víctor Grovas Hajj
Casandra, de Christa
Wolf, 30 años después
Esther Andradi
El río sin orillas: la fundación imaginaria
Cuauhtémoc Arista
Leer
Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Luis Tovar
[email protected]
Wroclaw XIII (II Y ÚLTIMA)
Al decimotercer Festival Internacional de Cine Nuevos Horizontes, celebrado en la ciudad de Bróswaf del 18 al 28 de julio pasado, concurrieron filmes provenientes de cuarenta y siete países, incluyendo varios de los que por estos mexicanos rumbos suele desconocerse no sólo su filmografía sino hasta su ubicación precisa en el mapa, verbigracia Bielorrusia, Eslovaquia, Estonia, Latvia, Lituania, Luxemburgo y Macao. A los chovinistas podrá darles gusto que México participó con siete filmes, de los cuales únicamente uno es cortometraje –de animación, titulado Reality 2.0, de Víctor Orozco, coproducido con Alemania en 2012 y exhibido en el más reciente festival de Guadalajara–, e incluyendo los últimos hitazos cannesianos: el de Reygadas del año pasado, Post Tenebras Lux, y el de Escalante de este año, Heli, aunque ninguno de los dos en competencia oficial, como sí lo estuvo Mai Morire (Enrique Rivero, 2012).
Cantidad y calidad
Entre largometrajes documentales y de ficción, así como cortometrajes animados, ficciones y docus, el país sede se hizo representar con un total de cien filmes, diecisiete de los cuales fueron largos. De ellos, doce fueron producidos en 2012 y 2013, dos son de la década de los años noventa y, respectivamente, uno de los setenta, los sesenta y los años veinte –el ya referido filme silente Pan Tadeusz. En otras palabras, la programación correspondiente a la filmografía local configuró un mínimo pero, al mismo tiempo, ilustrativo panorama histórico de ésta –figuran, por ejemplo, Andrzej Zulawski con la muy polémica Szamanka (1996), y Dzieje Grzechu (Historia de un pecado, 1975), controvertido filme en pleno período socialista, de Walerian Borowczyk–, y naturalmente puso el énfasis en la producción actual. Los cortos, huelga decirlo, son todos contemporáneos.
Cinema Nuevo Horizonte |
Tanto por cantidad como por atributos, los largos locales incluidos en el Nuevos Horizontes dieron fe de algo que este ponepuntos escuchó directamente en voz de especialistas y público en general: primero, que los polacos ven el cine que filman en una proporción bastante mayor a la de otros países –según la estimación más recurrente, tres de cada diez películas en cartelera comercial–, y segundo, que tienen un evidente gusto por el cine de corte histórico, que en los hechos significa sobre todo el abordaje insistente del período de la segunda guerra mundial –la ocupación nazi, el ghetto de Varsovia, el exterminio racial y demás tópicos afines. Es éste un campo cronológico/temático/semántico visitado hasta la saciedad, cierto, pero no por la cinematografía polaca sino por la estadunidense y, en menor medida y a su modo, por la alemana.
Siendo Polonia la nación más afectada en la segunda barbarie mundial, y siendo al mismo tiempo la que, comparativamente, menos ha logrado que se escuche su voz fílmica al respecto, es comprensible el interés tanto de hacedores como de espectadores de contarse a sí mismos su propia historia.
Lo anterior no significa, desde luego, que se desprendan puros filmes buenos, como demostró el maniqueísmo y el convencionalismo dramático, de construcción de personajes, rítmico y estilístico de, por ejemplo, Byl Sobie Dzieciak (Érase una vez en Varsovia), escrita, dirigida y fotografiada por el experimentado Leszek Wosiewicz este mismo año. Casi un cuarto de siglo después de la desaparición del llamado socialismo real –época, por cierto, en la que el cine polaco gozó de muy buena salud–, los cineastas locales se manifiestan, en general, complacidos por la libertad creativa de la que hoy disfrutan –como consta en el volumen Polish Cinema Now!, escrito a veintidós manos–; libertad, incluso, para copiar los peores tics del peor cine hollywoodense.
Lo cual tampoco significa, por supuesto, que no esté dándose una continuidad, una profundización y una diversificación, en el ámbito del cine de autor, de la búsqueda formal, conceptual y temática que siempre solió caracterizar a este cine. Documentales como Marionetista y Fire Followers, pero especialmente Ojciec i Syn (Padre e hijo) y Ojciec i Syn w Podrózy (Padre e hijo de viaje), de los acá muy reconocidos Marcel y Pawel Lozinski, así como la ficción w Sypialni (En una cama), de Tomasz Wasilewski, todos de 2013, dan testimonio de una cinematografía que se parece a Varsovia, por aquello de que se encuentra en permanente reconstrucción, así como a la cálida Bróswaf, en tanto tiene las raíces bien afincadas pero eso no le impide extender las ramas hacia todas partes.
|