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Un viaje a
Madrid
Juan Ramón Iborra
I
Hago un viaje a Madrid. En mi rápida huida de Barcelona, el tren de alta velocidad me dispara en tres horas. Dichoso progreso que no acaba de arrimar políticamente a las dos ciudades, obsesas en contiendas de salón. Viajo para alejar un desasosiego personal que es el lugar común de una pura carestía. Cortaron la calefacción de mi oficina y hace frío. Se apaga el ciberespacio por falta de pago y no es bueno que el hombre esté sólo. Viajo hacia las luces de una hemeroteca. Busco el epílogo a una novela. Hurgo en los últimos renglones de un poeta muerto en los aledaños de Granada. Asesinado como miles de inocentes en los albores de aquella Guerra civil que aún me hace, nos hace, tanto daño. ¡Qué peligro el de las hemerotecas! Mayor que los libros de Historia. En el silencio a voces de sus periódicos encuadernados se encuentran la verdad y la mentira en estado puro. Todo lo que se dijo, se desdijo, se hizo, se deshizo o se calló. Se detuvo en sus hojas el tiempo amarillo. Viajo para echar de menos desde antes de partir a mi niña Gabriela, su dulzura frágil, sus dibujos de estrellas de colores, las tardes de partidas al parchís que gana siempre. Viajo al desencuentro de viejos colegas porque ya nadie conoce a nadie. Otros ajenos a mi profesión me alivian como un bálsamo. Viajo a celebrar el noventa y seis cumpleaños del escritor y economista José Luis Sampedro. Tantas velas sobre su tarta no cabrían. Lo resuelven dos números de cera. Él giraría su cifra por un sesenta y nueve, no para restar décadas imposibles, sino por su lúdico icono, más próximo al autor de El amante lesbiano. Lo encuentro más débil que hace un año, flaco hasta los huesos, sordo cuando quiere, su corazón cansado de cardiólogos, barbicano ralo, rostro quijotesco, lucidez cervantina. Generoso, apasionado y libre, en el buen sentido machadiano de la palabra, Sampedro es un hombre bueno. En la etapa hostil que vivimos, este brillante predicador de la Economía Social es el báculo en que se apoyan los Indignados. Rehusó abanderarlos por edad y humildad. Sin pretensión de faro, anima desde su butaca a que las nuevas generaciones den batalla. Tras soplar, pronunció emociones. Elogió la amistad como quien glosa el alma y repitió lo que siempre le oímos: “He luchado durante toda mi vida por ser yo mismo, por ser quien soy, como soy.” Le pido opinión sobre lo que nos pasa, traca de chalaneos que fluyen con la incontinencia de una bebida espumosa, cuyo insensato derrame nos acerca al borde del abismo social y deja la botella sin apenas contenido. Su mirada clara es esperanza, optimismo, y dice: “Pero si todo está muy bien, está pasando lo que tenía que pasar, ¡por fin se está hundiendo el sistema! Ya era hora.” Unos cumples atrás, este circo comenzaba y Sampedro me habló de diferencias. Entre una crisis y una estafa, entre la coherencia y el desfalco, entre la estética y la ética.
Durante una concentración en la que varios centenares protestaron contra la corrupción en la sede del PP en Madrid. Foto: Juan Carlos Hidalgo |
II
Vuelvo en Madrid a los lugares del poeta, primavera de 1936, poco antes de su decisión fatal. Plaza de Santa Ana. La Suiza, donde compraba sus pastelillos de coco. El Parnasillo, un café transmutado en pub irlandés aunque mantiene su sabor del XIX y cuatro retratos en su puerta, Oscar Wilde, Galdós, Espronceda y el periodista suicida Mariano José de Larra con su tupé afilado como un Tintín moreno. Uno de los problemas de este país es que se olvidó de Larra. Por eso acabará como él.
El Parnasillo está al lado del Teatro Español. La cartelera madrileña está infestada de musicales bobos, comedias evitables, reposiciones de Camus, Lorca, endecasílabos de Cyrano, dos asuntos de Agatha Christie, como si no hubiera nada nuevo bajo el sol. Barcelona da mejor oferta: Incendios, El montacargas, un próximo Roberto Zucco. Elocuencias sobre la maldad y la hipocresía humana que aun así llegan tarde y reflejan lo poco que los teatros pisan la orilla de la realidad inmediata. Lo más cercano que he visto en un escenario, valga la paradoja, fue un espléndido Luces de Bohemia en la Biblioteca de Cataluña. Producción de LaPerla29, dirección y escenografía de Oriol Boggi. Aporta un inolvidable Max Estrella en Lluís Soler, el contrapunto excelso de Jordi Martínez en Latino de Hispalis, y seis actores estupendos doblando a varios personajes. Desgarra su sobriedad, su umbría, lo certero (otros dirán audaz) del vitriólico texto de Valle-Inclán, más que contemporáneo desde hace casi un siglo. El esperpento arroja cieno a la embrutecedora opresión que amputa ideologías y cultura. Pequeño cuadro de grandes actores. Armados de palabras hechas dinamita, acusan a una patética e insana burguesía, a la mediocridad intolerante de los gobiernos, del despojo en que yacen libertad e ilustración bajo los miserables. La ausencia perpetua de moral es terrorismo de Estado, y educa a Latino, que traiciona y roba a su mejor amigo mientras agoniza. ¡Eso es el teatro! Crítica feroz hacia palcos y patio de butacas. Guiño de anhelos a los que pueblan las localidades del paraíso. El teatro tiene algo en común con las hemerotecas. Es también la verdad en estado puro. Como ejemplo, prueben zambullirse en la dramaturgia anglosajona, de Shakespeare a Tom Stoppard.
Gran jornada de huelga en solidaridad con la lucha de los mineros de Castilla Foto: http://www.clasecontraclase.org/ |
Una vez más vuelvo al teatro de Madrid. Batiburrillo de rateros al que conduce el drama de los noticiarios sobre la corrupción, que ya adquiere resonancia y visos de colosal tragedia. Cada región, cada tahúr tiene, como poco, su propio caso: Bárcenas, Gurtel, Palau, Baltar, Pokemon, Mercurio, Noós. Escalofriantes caudales trillonarios con que los españolitos de a pie alimentan de estupor su economía familiar, rota por reducción de salarios, paro, desahucios y presión fiscal. El PP de Mariano Rajoy se ofrece a opacas transparencias al descubrir que su extesorero Luis Bárcenas tiene cuentas en Suiza ¡desde 1988!, y que usó una reciente amnistía fiscal para blanquear millones de euros. Jorge Trias, abogado exdiputado del PP, denuncia que el partido hace una contabilidad B y paga a sus dirigentes sobresueldos en negro. El presidente comparece ante los medios para negarlo todo. Sin preguntas. Pero no puede evitar una rueda de prensa clásica cuando visita Berlín para bailar una milonga con Ángela Merkel. Allí los periodistas lo acribillan. Impasible, repite que lo publicado sobre él y otros compañeros de partido “es falso, no es cierto, salvo alguna cosa”, dice, sin aclarar qué cosa. Delante de la cancillería, cientos de personas aguardan el paso blindado de Rajoy, con pancartas “Rajoy Korupt” sin necesidad de traducción.
Entre un torbellino de imputaciones judiciales, “estar imputado no es estar apestado”, dice sin que le tiemble un músculo facial el político Durán I Lleida. Semanas antes quedó admitido que su Unió Democrática de Catalunya se financió ilegalmente con tres millones de euros que la Unión Europea destinó a formación de parados. Como el eco al alud, se suceden intríngulis de alcaldes catalanes. Sabadell, Castelldefels, Lloret de Mar. Corrupción urbanística, compadreo con mafias rusas, tráfico de influencias. La exnovia del primogénito de Jordi Pujol acusa a JP junior de haber pasado a Andorra fajos de 500€ cash. Uno de sus hermanos es Oriol Pujol, secretario general del partido, su voz en el parlamento catalán, sueño de la saga hacia otra futura presidencia de la Generalitat. Pero el fiscal Anticorrupción pide su imputación por beneficiar concesiones de contratos públicos, con el apoyo de su mujer Ana Vidal en la artesanía de facturas falsas. Este caso Pujol me regresa al teatro. En una visita a Barcelona en los noventa (entonces yo vivía en París, es decir, en otro planeta) asistí a la farsa de Ubú Rey, en versión de los míticos Els Joglars de Albert Boadella. Sátira del poder, comedia del arte, se levanta el telón. Una pareja de actores, caricaturas del entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol y de su esposa Marta Ferrusola, esperan a sus hijos que llegan de la escuela con sus batas a rayas y en pantalón corto, aunque en vez de mochilas colegiales portan maletines negros por cuyos cierres asoman los billetes. La osadía me hizo presagiar que a los juglares, de nuevo (sufrieron consejo de guerra en los estertores del tirano) se les iba a caer el pelo por difamar al más alto representante de la más alta institución catalana. Pero no pasó nada. Tales juegos de niños eran al parecer vox populi. Se daban por todas partes en aquella España del pelotazo. En el entorno del vicepresidente del gobierno Alfonso Guerra, con su hermano Juan el Prevaricador. En los chanchullos de Juan Roldán, primer director civil de la Guardia Civil. Aunque ambos acabaron más o menos entre rejas. Así que el Ubú se representó entre el elogio de la crítica y el favor del público catalán, español e internacional. Pero aquellas risas trajeron estos lodos, resumidos en un duelo de 6 millones de parados, entre los que me encuentro, dentro de los 8 mil periodistas que perdimos el empleo en los últimos años. No debo quejarme. Soy un privilegiado entre tanta gente destrozada.
Recibimiento de Rajoy en Alemania
Foto: revoluciontrespuntocero.com |
III
Desde Madrid se contempla mejor el desparpajo con que la clase dirigente hace peligrar su supervivencia y la credibilidad de un sistema parlamentario. Financial Times advierte que nuestra política, justicia, monarquía, “muestran síntomas de putrefacción”. La alarma social cunde ante imputaciones presuntamente delictivas en que se enfangan gran parte de nuestros notables. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas ha suspendido a todos los líderes políticos. La calificación del presidente Rajoy es un 2.8 sobre 10. Pierde la confianza de un ochenta y dos por ciento de los encuestados. Su escenario: mineros de Castilla en huelga por cuatrocientos despidos. Estudiantes y profesores en las calles contra la reforma-recorte del sistema educativo. Europa rescata a la pestilente banca pública Bankia y ésta prescinde de 4 mil 500 empleados. El canal autonómico TeleMadrid despacha a ochocientos trabajadores. Suma y sigue.
Se me podrá decir que en todas partes se cuecen habas. En los pediátricos públicos de Rumania atan a los críos a sus camas por falta de personal. Hambruna en el sur de Argentina mientras Ella se enreda contra empresas de comunicación no afines. China se desarrolla en proporción inversa a su libertad de expresión. Rusia otorga pasaporte al actor francés Gerard Depardieu para que distraiga sus impuestos, mientras envía al gulag a unas rockeras irreverentes. Cuba sufre epidemia de cólera mientras todo un Premio Nobel de la Paz mantiene el embargo y su Guantánamo. La reciente laureada ue sostiene el fracaso europeo, la dictadura económica alemana y la vergüenza de Siria. Está bien. Ya sé que el mundo es una locura infame de maldad insolente. Lo supe desde que Caín se acercó a su hermano por la espalda, desde que clavaron a Cristo, desde que leí sobre el crack de Nueva York en un poema, desde que escuché a Discépolo. Pero estoy en mi país, entre mi gente, agobiada porque arrancan de sus manos futuro, trabajo, educación, sanidad, y niego reconocerme en esa recua de ladrones, en su impostura y en la soberbia del poder. He llegado a Madrid queriendo regresar a Barcelona si me dejan, con los ojos abiertos, un epitafio sobre el asesinato de un poeta, en busca de mi profesión y de la risa de Gabriela.
En Madrid |
IV
Verano de 1989. Entrevisto en una Barcelona preolímpica a su alcalde Pasqual Maragall. Al despedirnos ironizo sospechas entre tal banca y cual partido. Toma la imagen del tardofranquismo que Berlanga filmó en La escopeta nacional y me dice: “Es que cuarenta años de dictadura son muchos siglos, al menos serán necesarias tres generaciones para regenerarse, del miedo, de la culpa y de la corrupción.” Casi veinte años después, al frente de la Generalitat, estremeció los cimientos del parlament y encogió las criadillas de los aludidos con su denuncia del tres por ciento, una suerte de impuesto político empresarial generalizado sotto voce. De otro modo, su gesto lo expresó en los años setenta un austero poeta extremeño, Pablo Guerrero: “Es tiempo de vivir y de soñar y de creer, que tiene que llover, a cántaros.” Porque la tromba arrasa y purifica. Atentos a lo que nos pasa, seguimos mirando al cielo.
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