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Juan Domingo Argüelles
Ediciones de poesía
Es un lugar común decir que no se puede juzgar un libro por su portada, y sin embargo esto no es del todo exacto. Desafortunadamente, sí se puede juzgar un libro por su portada. Si vamos a oponer lugares comunes, otro de ellos dice que de la vista nace el amor.
Esto ocurre muy especialmente con las ediciones de poesía. De la elegancia austera pasaron a la pobretería (que no es lo mismo que a la pobreza), es decir, a la extraña tacañería de hacer un libro feo con los mismos recursos con los que podrían hacer un libro elegante y bello.
Las ediciones del Estado y, en general, las institucionales, son especialmente ejemplares en esto. Los libros no se diferencian (en el papel y en la impresión) de los de narrativa o ensayo, pero en cuanto a cubiertas e interiores la diferencia es notable: mientras los libros de narrativa y ensayo tienen imágenes en portada (generalmente con selección de color), los libros de poesía no tienen a veces ni una triste viñeta; mientras los libros de narrativa y ensayo brillan por su barniz o por su plastificado, a los de poesía les matan el brillo: deben ser mate o no ser (es cierto que no todo lo que brilla es oro, pero no hay que exagerar), y mientras los libros de narrativa y ensayo tienen una tipografía legible, los de poesía poseen una letra pulga que dificulta la lectura.
¿Quién les dijo a los editores y a los diseñadores que la poesía debe ser pobremente editada para avisarles a los lectores que se trata de un libro de poesía? Si de antemano los lectores, en general, se abalanzan sobre la narrativa, sea buena, regular, mala o pésima, y ni siquiera tocan un libro de poesía, con el recurso de la pobretería editorial para la poesía, son los propios editores y diseñadores los que conspiran contra la lectura de poesía.
Imagen de Silvio Baldessari |
Lo que se hace es avisarle al lector: “Prepárate (o parapétate): este es un libro de poesía. Te vas a aburrir con él. Por eso lo editamos y diseñamos tan insípidamente, tan incoloramente.” A diferencia de los insectos y batracios de colores fuertes, que anuncian a los depredadores su sabor desagradable, los incoloros libros de poesía advierten, a los lectores, que pueden ser muy desabridos.
El falso concepto de que la poesía siempre se lleva con una portada “sobria” o austera, cuando no fúnebre, ha derivado, en un mayor extremo, hacia productos editoriales anodinos cuando no horribles. Revisando los viejos libros de poesía, decimonónicos y de la primera mitad del siglo XX, encontramos que casi todos ellos tenían al menos una hermosa viñeta así fuera en blanco y negro. Hoy, prácticamente no tienen nada, salvo la tipografía, y son más gélidas que un bloque de hielo. Y, en cuanto a los interiores, la caja, la tipografía y los interlineados, éstos respiraban antes la mar de bien, mientras que hoy se ahogan irremediablemente. Se entiende que muchos diseñadores no leen poesía, ¿pero y los editores?
En la segunda mitad del siglo XX, las cubiertas españolas de Daniel Gil, para Alianza Editorial, hicieron época, al igual que las argentinas de Silvio Baldessari, para Losada; hoy, en cambio, en el otro extremo, de la austeridad se ha pasado al absurdo, por ejemplo con las cubiertas de los libros de poesía del Fondo de Cultura Económica, que privilegian una imagen (generalmente una fotografía rebasada hasta las solapas), y sólo en tipografía pequeñita, vergonzantemente, no en la cubierta, sino en una fajilla, ponen el título y el nombre del autor. ¿Qué anuncian y venden: libros de arte? ¡No: libros de poesía! ¿Quién, que sea lector de poesía, no recuerda los collages de Alberto Blanco y de otros artistas en las portadas de los libros de poesía del Fondo? ¿Quién, que sea lector de poesía, no recuerda las tipografías de doce puntos y los interlineados aireados en la colección Letras Mexicanas? Pues eso es historia.
Otras colecciones institucionales, que antes se caracterizaban por sus coloridas viñetas o por sus hermosos juegos tipográficos en cubierta, hoy no pueden ser más grises y anodinas. Únicamente algunas pocas editoriales, y no por cierto del Estado o institucionales (una excepción es Poemas y Ensayos de la UNAM), se mantienen invictas en el buen gusto editorial para invitar a leer poesía. Ediciones Era, sin duda, y más recientemente Almadía y otras editoriales independientes especializadas en poesía.
Lo cierto es que se gasta lo mismo en hacer un libro bello que un libro horrible, pero hoy muchos editores y diseñadores se afanan en hacerlos horribles para avisarle al lector que se trata de un libro de poesía.
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