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Esencias y evanescencias en la pintura
de Lucinda Urrusti
La aparición en nuestro país de ediciones monográficas de artistas contemporáneos bellamente ilustradas es motivo de celebración. Por el elevado costo de la impresión y por lo poco redituables que suelen ser los libros de arte sobre un solo artista, su publicación resulta casi una hazaña, por lo que merece la pena hacer mención del volumen dedicado a la pintora Lucinda Urrusti (Melilla, Marruecos español, 1928), recién aparecido bajo el sello de DGE/Equilibrista, cuyo editor, Diego García Elío, ha destacado a lo largo de veinticinco años por sus imprescindibles títulos de temas poco difundidos de literatura –especialmente poesía– y arte. Sus ediciones ilustradas, siempre rigurosamente diseñadas y cuidadas, son un placer para la vista y el intelecto, como es el caso que aquí nos ocupa. Urrusti llegó con su familia a nuestro país en 1939, al término de la Guerra civil española y se formó como artista plástica en la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda. Perteneció a la llamada Generación de la Ruptura, al lado de quienes fueron sus colegas y amigos: Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Lilia Carrillo, Héctor Xavier, Alberto Gironella, José Luis Cuevas, los hermanos Coronel, entre otros. Por muchos años, su trabajo fue bien recibido y celebrado tanto por la crítica como por el coleccionismo; sin embargo, tengo para mí que, en parte por una larga estancia en Nueva York y quizás por su personalidad discreta y modesta, Lucinda ha permanecido ajena al foco de atención de los aparatos de promoción del arte actual, y su pintura –que sigue desempeñando con una fuerza y una frescura muy notables– no ha sido difundida en los últimos tiempos. Por tal razón es doblemente meritoria la aparición de este libro que reúne una amplia selección de imágenes que dan cuenta de su sólida trayectoria pictórica y escultórica. El volumen recoge excelentes textos escritos en diversos momentos por autores renombrados que siguieron de cerca su quehacer a lo largo de los años: Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Jorge Crespo de la Serna, Alfonso de Neuvillate, Salvador Elizondo, Toby Joysmith, Antonio Rodríguez, Enrique F. Gual, Alaíde Foppa, Alí Chumacero, Margarita Nelken, P. Fernández Márquez, y una entrevista con Gabriela Rábago Palafox.
Desnudo blanco |
A través de este libro recorremos a vuelo de pájaro la pintura de Lucinda Urrusti, que cubre casi seis décadas con paso suave y firme, como quien camina sin prisa y con plena seguridad de la ruta emprendida. Su meta nunca ha sido la moda ni mucho menos la aceptación del mercado. Lucinda ha dado rienda suelta a su quehacer artístico sin importarle géneros ni estilos, sino la realización de una obra honesta que refleja sin ataduras su mundo interior. El suyo es un arte intimista hecho de silencios, de murmullos que bisbisean entre tonalidades tenues y formas etéreas que sólo existen ante la mirada sensible del espectador acucioso. Siluetas inaprensibles apenas se distinguen entre las numerosas capas de pintura superpuestas con una delicadeza extrema; capas y capas que van de tonalidades contrastantes ricamente combinadas a monocromías sutiles en las que la gama de blancos, grises y negros adquiere un tono melodioso de una gran riqueza visual. A veces, sus composiciones lindan con la abstracción y sus imágenes fugaces se escapan a la mirada intelectual, porque su pincel capta la esencia, no la apariencia. Sus figuras humanas y animales, paisajes, frutas, flores y objetos se despliegan más allá de lo evidente y revelan la sensualidad de la sutileza, de lo que se percibe sin verse: el misterio erótico de lo que permanece oculto.
“Busco la parte subjetiva de lo objetivo”, dice Lucinda en entrevista con Merry MacMasters, y su camino en el arte es el de la intuición. Desde su obra temprana, allá en los años cincuenta, se palpa el gusto por la elegancia de la sencillez, y en su pintura se refleja la armonía y afabilidad que son impronta de su personalidad. Tras el descubrimiento intuitivo, Lucinda compone sus pinturas a partir de la visión directa de la figura u objetos, pero se desprende de las convenciones aprendidas. Utiliza una técnica de pinceladas cortas y perceptibles, a un tiempo cuidadas y sueltas, controladas y espontáneas, que combina con el uso arbitrario del color en algunos casos, o bien elimina casi del todo la policromía para centrarse en una sutil gama de blancos níveos. La luz que inunda sus cuadros disuelve los contornos y los confunde con el fondo, negando la tradicional jerarquía entre las diferentes zonas del cuadro. ¿Presencias, ausencias? Quizás se pueda decir que Lucinda plasma la esencia de la evanescencia.
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