Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 24 de marzo de 2013 Num: 942

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Descolonizar la literatura colonial
Rodolfo Alonso

Adiós a Rubén
Bonifaz Nuño

José María Espinasa

Tripitaca
Alberto Blanco

Un viaje a Madrid
Juan Ramón Iborra

España en crisis: espejo para neoliberales
Xabier F. Coronado

Un filósofo
Vilma Fuentes

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Ser y padecer: entre
la vida y la obra de Martin Heidegger

Vanessa Huerta Donado


Los demonios de Heidegger. Eros y manía en el maestro
de la Selva Negra,

Ángel Xolocotzi a. y Luis Tamayo,
Editorial Trotta,
España, 2012.

A veces pareciera que por abismarse en pensamientos tan elevados y a la vez tan profundos, el hombre consagrado al ámbito filosófico no pertenece a este mundo. La torpeza práctica que caracteriza el quehacer intelectual se ha consolidado ya como la irrefutable prueba del arduo trecho que separa la vida del pensar. Y no son pocos los ejemplos que alimentan tales sospechas: bástenos con evocar la imagen de Tales de Mileto cayendo en un pozo con tal de observar la bóveda celeste; la escena de un Descartes inmóvil, sentado frente a una parrilla en pleno invierno, o la imposible conciliación entre el matrimonio y la vocación pensante de Kierkegaard, quien prefirió romper su compromiso amoroso a cambio de la meditación solitaria.

Sin embargo, detrás de esta aparente escisión entre la biografía y la obra de un pensador se oculta un interesante vínculo que conecta de manera esencial el vivir con el filosofar. Trazar las múltiples fluctuaciones que puedan surgir entre estos términos es, empero, una tarea harto difícil, sobre todo porque no se trata de una relación recíproca. Por un lado, es cierto que la obra del filósofo, por todo lo grande que soporta, logra sobreponerse a las experiencias de una vida sencilla y apacible; pero, por el otro lado, también sucede que la propia vida, sumergida en un mar de azar, aventura y riesgo, termina por traspasar la inteligencia poniéndola en ridículo una y otra vez. En cualquiera de los casos queda claro que no se puede dejar pasar por alto la vida cuando de profundizar en la obra se trate, ya sea por satisfacer la mera curiosidad historiográfica, ya por alentar el interés genuinamente filosófico.

Este último caso constituye, precisamente, el punto de convergencia de las investigaciones que Ángel Xolocotzi y Luis Tamayo nos presentan en Los demonios de Heidegger. Bajo el sugerente título, dicho texto se desarrolla tomando como hilo conductor dos de las experiencias determinantes en la vida de Martin Heidegger: hablamos aquí de sus constantes flirteos con Eros, el más antiguo de los dioses; y de la estrecha relación que por algunos años mantuvo con el nacionalsocialismo. ¿Pero de qué manera influyeron tales experiencias en el despliegue de una tarea exclusivamente ontológica?

Hasta hace algunos años, a causa de la escasa información disponible, del sincretismo alrededor de su emblemática figura, y de las intervenciones de una imaginación desbordada, se pensaba que el filósofo alemán había sido una especie de iluminado, un hombre de experiencias sobrehumanas cuya agudeza e inusual inteligencia lo llevó a formular de la nada toda una serie de manuscritos indescifrables. Heidegger mismo contribuyó a la proliferación del mito entre sus alumnos, quienes le consideraban un hombre sin biografía: “la gente debe dedicarse a mi pensar, la vida privada nada tiene que ver con lo público”, repetía con insistencia, según atestigua su hijo Hermann.

Sin embargo, gracias a trabajo documental como el que Xolocotzi y Tamayo comparten, la falsa imagen de místico ermitaño se derrumba poco a poco. Basados tanto en epistolarios inéditos como en los testimonios directos, los autores nos bridan pruebas suficientes para confirmar que más allá de la inspiración ocasional, el camino de Heidegger hacia la pregunta por el ser estuvo marcado por años de intenso forcejeo con la tradición y de trabajo autocrítico, pero también por un sinnúmero de estímulos surgidos bajo el influjo de sus insidiosas relaciones amorosas, de la relación bipolar con Edmund Husserl y de su participación política en el movimiento nacionalsocialista.

En este sentido, si comprender es lo que se busca, hemos de tener presente que el pensar heideggeriano se entrelaza con un fondo vital colmado de impulsos eróticos y maníacos. Después de todo, la filosofía, tal como Platón muestra en el Fedro y en el Banquete, no es asunto de una ocurrencia propia, sino de estar abandonado a merced de los propios demonios.


Paroxismo del celuloide

Hugo Plascencia


La casa chica,
Mónica Lavín,
Editorial Planeta,
México, 2012.

“No desearás a la mujer de tu prójimo” y “los grandes amores siempre son clandestinos” son el epígrafe y la rotunda cita con los que la escritora Mónica Lavín (Ciudad de México, 1955) galardonada con el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2010, nos introduce por la puerta grande de La casa chica, metáfora de las relaciones amatorias paralelas donde sensualidad y sexualidad conjugadas con el poder encarnan lo más oscuro y siniestro, pero también lo más sublime del deseo.

Lavín sitúa las historias con respecto a personajes famosos de la primera mitad del siglo XX, a partir de la época postrevolucionaria, y cuyos acontecimientos pasionales en la clandestinidad fueron decisivos para la toma de decisiones en los diversos ámbitos culturales: político, artístico, intelectual y deportivo de nuestro país.

Nos conduce por ocho habitaciones o relatos de las diferentes casas chicas en concubinato, donde la ficción documental con una pluralidad de estilos y voces sobre diferentes personajes públicos de la historia de México nos transportan por las ventanas cerradas de la época de oro del cine, en el que un periodista en busca de la nota se ve envuelto en medio de una encrucijada entre Jorge Pasquel y la actriz Miroslava Stern, para posteriormente hacernos cómplices de una espía alemana amante del entonces secretario de Gobernación, Miguel Alemán, a la cual la Malinche le dicta sus presagios; y luego remontarnos al barco en el que viajaba Frida Kahlo con su rebozo magenta rumbo a Nueva York para visitar al fotógrafo Nickolas Muray después de una exposición en París. El mundo taurino también tuvo faenas cruciales en las que se vieron envueltos el torero Lorenzo Garza, la actriz Conchita Martínez y el hermano del presidente Ávila Camacho.

Sin duda, conforme avanzan las historias van tomando mayor intensidad. Tal es el caso de las aventuras de la actriz mexicana Lupe Vélez, radicada en Hollywood y sus flirteos con Gary Cooper, Arturo de Córdova y Johnny Weissmuller, o la desgarradora historia tangible e intangible de los ángeles etéreos de la homosexualidad entre los pintores Manuel Rodríguez Lozano, abierto opositor al muralismo, y el joven pintor Abraham Ángel, el primero casado con Nahui Ollin antes de que ésta tuviera su romance con el Doctor Atl. En los últimos dos relatos uno compagina un amor intelectual, el de José Vasconcelos y Consuelo Suncín, la exesposa de Antoine de Saint-Exupéry; el otro conlleva una tesitura más onírica, presentándonos a Emilio el Indio Fernández con la actriz estadunidense Olivia de Havilland, por la que siente un paroxismo tal que lo llevó incluso a ponerle su nombre a una calle de Coyoacán: Dulce Olivia, y a quien le enviara un rebozo con el escritor Marcus Goodrich, con el que más tarde ella se casaría.

Aunque La casa chica bien puede ser una obra histórica recomendada para los amantes del celuloide, su adaptación a las tablas del teatro no sería nada descabellado.


El lastre del pasado

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Las leyes de la frontera,
Javier Cercas,
Mondadori,
Barcelona, 2012.

Para algunos es preferible mantener el pasado en silencio, hacer lo posible por alcanzar el olvido, imaginarse producto de un presente eterno y sin consecuencias. Para otros, resulta impensable renunciar al ser que fueron. Sabedores de que cada una de las acciones emprendidas en el pasado tienen una relevancia no sólo en el presente sino en el futuro. La literatura se ha ocupado muchas veces de estas dos posturas. Ya sea que lo haga contando los secretos, ya que los desvele o que intente desenmarañar la vida de sus protagonistas.

Javier Cercas (Cáceres, 1962) también juega con esas posibilidades. El planteamiento parece simple. A los dieciséis años Ignacio Cañas, un adolescente de clase media, huye de los amigos que lo molestan. Es verano, tiene demasiado tiempo libre y no puede ir a los sitios acostumbrados. Tal vez por eso es que acaba convirtiéndose en un miembro más de la pandilla del Zarco. Tal vez por eso, y porque, desde antes de la conversión, se enamora perdidamente de Tere. Ignora si es correspondido, como ignora muchas otras cosas. No sabe, por ejemplo, qué clase de relación tienen el Zarco y la muchacha. Eso parece no importarle. Es un verano excepcional en el que se deja llevar por los acontecimientos. Si primero es un participante circunstancial de un robo, pronto tomará un arma entre las manos. Si en un momento acepta un cigarro, más tarde probará drogas duras. Todo con tal de ser correspondido por esa enigmática jovencita que logra desorientarlo por completo. La intensidad lo impulsa mientras dura, pero dura poco. Hacia el final del verano, el Zarco es apresado e Ignacio vuelve a la cómoda seguridad de su familia. Veinte años más tarde, Cañas será el abogado que consiga la libertad de su antiguo cofrade, quien alcanzó la fama gracias a las declaraciones y protestas sobre el sistema penitenciario.

Javier Cercas narra algo mucho más complejo que la vida de un delincuente juvenil y su posible rehabilitación. Cuenta, por ejemplo, la historia de un amor imposible a lo largo de los años, un enorme sentimiento de culpa y la vaguedad de las certezas. Lo hace a partir de una estrategia narrativa muy peculiar. La novela entera es la transcripción de tres largas entrevistas que lleva a cabo un investigador para escribir un libro. Esto convierte a la novela, de inmediato, en un relato testimonial. Es ahí donde se finca el gran acierto de Cercas. Al plantear diferentes perspectivas sobre los mismos hechos, éstos se alejan de la verdad, entran en el campo de lo ambiguo. Así, no sólo son los personajes los que dudan, también duda el periodista y duda el lector y eso constituye la gran verdad de la novela: nuestra obsesión desmedida por la verdad no es sino un paliativo ante nuestra incapacidad de aceptar que las cosas y los hechos son sólo un reflejo de nosotros mismos, nuestra propia consecuencia. De ahí que, como con las grandes novelas, salgamos de la lectura con muchas más preguntas que al principio.


El miedo, aliado o enemigo

Alejandra Atala


Niños, Niggers, Muggles: sobre literatura infantil y censura,
Elisa Corona Aguilar,
Deleátur,
México, 2012.

Como salidos de sus Fábulas del edificio de enfrente, desde esa mirada paciente, aguda y pertinaz, van emergiendo las urdimbres, los toques de piedra y los argumentos de los ensayos que hoy saludamos en esta nueva obra de Elisa Corona Aguilar, en los que el tema fundamental es la censura en la literatura infantil.

La palabra “censura” es de origen, además de latino, bicéfalo, pues eran dos personas, específicamente soldados romanos, quienes supervisaban el comportamiento y la moral de la ciudadanía de aquella civilización, madre de la nuestra. Pero sabemos que tanto los niños como la humanidad entera –de la que ellos forman parte–, siempre han sido los mismo; su constitución física y estructura psíquica es idéntica al paso del tiempo, y lo que va cambiando son los usos y las costumbres de cada época, de tal forma que hoy, y en este tema de los libros, el bicéfalo soldado sigue apersonándose y multiplicándose para llevar, supuestamente a buen puerto, ese tan preciado tesoro que es la infancia: ese lugar, ese espacio, ese cúmulo de sensaciones, emociones y sueños en potencia que es un niño. ¿No es, acaso, todo escritor un niño? ¿Se podría escribir un cuento, una novela, un ensayo, un poema, sin esa finura del alma que se llama inocencia? Es difícil concebir que Mark Twain haya podido escribir Las aventuras de Huckleberry Finn sin la presencia del niño que fue; o a Dahl entrando en el universo interior de James, o a Rowling y su Harry sin los aperos de una imaginación prístina, atrevida a soñar, como un infante. Después de leer este flamante libro de Elisa, bien estructurado en su conciencia y su sentido, nos queda la visión de que el único enemigo feroz del “censor” es el miedo. El miedo niño en cuerpo de adulto que se va convirtiendo en su propio miedo, un Briareo, un centímano como aquel monstruo que custodiaba las celdas del Tártaro para que no escapara la amenaza del Olimpo.

Dice Elisa: “Huck es la antítesis del sueño americano: tiene una fortuna que no gasta…, huye de la civilización, de la religión, de la familia, del trabajo; es feliz con la vida que lleva en el pantano…” Un siglo antes, el ginebrino Rousseau daba al mundo su libro Emilio de la educación, en cuyos capítulos expone la manera ideal de criar a un ser humano y ésta tenía que ver con el acercamiento ex profeso y la convivencia con la naturaleza antes que con cualquier instrucción o formas correctas de conductas sociales.

No es fortuito que el libro de Elisa lleve en el título las palabras Niños, niggers, muggles..., en ellas está cifrado el miedo, pues, dirían los psicoanalistas, es a través del lenguaje que el mundo significa; y por su parte dice Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios espirituales, que todo en el mundo es indiferente hasta que cada uno le va dando un peso específico a las cosas, según su historia y, claro, según sus miedos.



.cl, Textos de frontera,
Beatriz García-Huidobro y Andrea Jeftanovic (editoras),
Ediciones Universidad Alberto Hurtado,
Chile, 2012.

A fuer de sinceridad, no es mucha sino muy al contrario la producción editorial chilena que llega a los estantes libréricos mexicanos, situación que hace doblemente festejable consignar la llegada a nuestra redacción de este grueso volumen –más de quinientos folios lo integran–, que recoge la voz escrita de cuarenta y cinco autoras y autores de nacionalidad chilena, que por su año de nacimiento abarcan un lapso de casi cuatro décadas, desde 1951 hasta 1987 y que, por la diversidad de su aliento, dan extraordinaria cuenta de los múltiples registros, enfoques, intereses e intensidades que, desde la particular postura literaria de cada quien, reflejan la realidad y el estado de ánimo que priva en el espíritu de aquel entrañable lado del mundo. Además del implícito en la vastedad de los alcances de su convocatoria y la pluralidad en consecuencia reunida, las editoras, García-Huidobro y Jeftanovic, han tenido el acierto de solicitar a los autores convergencia temática en el concepto de frontera y, no es exagerado afirmarlo, al mismo tiempo en el de límite, división, separación, exclusión, es decir las muchas áreas y aristas del campo semántico que, en los hechos, muestra la idea misma de frontera.

Como afirman las propias editoras en el prólogo-presentación: “Fronteras hay muchas. Se tiende a pensar que son límites territoriales y estatales que delimitan los espacios geográficos y políticos entre países y dentro de estos mismos. [...] Hay otras fronteras menos obvias y por eso más sugerentes: las lingüísticas, étnicas, de condición socioeconómica, de género, de opción sexual, de la ley, de la memoria, del sueño y la vigilia, de la vida y de la muerte, y tantas más, que dan lugar a zonas de tensión.” De todas estas fronteras, de las tensiones que de ellas emanan, es que hablan los textos de autores como Claudia Apablaza, Álvaro Bisama, Elicura Chihuailaf, Francisco Díaz Klassen, Lilian Elphick, Carlos Labbé, Andrea Maturana, Isabel Mellado, Sergio Missana, Kato Ramone, Cynthia Rimsky, Fátima Sime, Pablo Torche, María José Viera-Gallo y Alejandro Zambra, entre los cuarenta y cinco que forman el total.