Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de octubre de 2012 Num: 919

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Episodio de primavera
Iáson Depoundis

Transparencias
de Fuentes

Bárbara Jacobs

Ombligos sin fronteras
Ricardo Bada

Literatura femenina
en Puerto Rico

Carmen Dolores Hernández

Los tiros con chanfle y el Principio de Bernoulli
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Rodolfo Alonso
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
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Miguel Ángel Quemain
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Gutiérrez Vega: gozo y memoria del teatro

La memoria que Hugo Gutiérrez Vega le ha expuesto al director, dramaturgo y ensayista David Olguín, a través de una serie de conversaciones presentadas en primera persona, en un aliento único y continuo que sólo conoce la pausa de la memoria gráfica hasta llegar a la Cronología que elaboró Lucinda Ruiz, tiene varias lecturas que vale la pena distinguir porque ponen en evidencia la necesidad de consolidar una historia múltiple, cruzada, paralela y compleja de nuestro teatro, sus protagonistas, creadores y críticos, sus investigadores, la gravedad de sus instituciones y la heterogeneidad que tan a menudo enriquece nuestro teatro con la voz y la mirada de lo extranjero.

Este libro, Hugo Gutiérrez Vega, de David Olguín, coeditado entre ediciones El Milagro y la Universidad Autónoma de Nuevo León, se inscribe en la colección Memorias y es el segundo diálogo que el autor sostiene con uno de nuestros protagonistas. La primera intervención fue con Olga Harmony, titulado Olga Harmony, conversaciones con David Olguín, donde supo transmitir el poder intelectual de alguien que ha recorrido prácticamente todos los territorios del mundo escénico, desde la interpretación, la investigación y el juicio crítico.

Ludwik Margules, conversaciones con Rodolfo Obregón, es un testimonio sobre la enseñanza y la recepción del teatro en ese mundo de Europa oriental, realizado con pasión, bajo un aliento shakespeariano sobre quien,  a su llegada a México, se convirtió en uno de los pilares de nuestra escena moderna como pedagogo, director y traductor, así como nuestro contacto con una especie de teatro que va de los rusos a los franceses, a los checos y desde luego a los polacos.

Pasó lo mismo con el estupendo diálogo que hizo Alegría Martínez con Juan José Gurrola y Antonio Crestani con José Luis Ibáñez y, aunque está en el rubro de “Especiales”, el de Alejandro Luna, escenografía, prologado por Hugo Hiriart y con introducción de Vicente Leñero.

Son trabajos sumamente valiosos que ahora son iluminados por un hombre de teatro que tiene la cualidad de observar desde varios puntos de vista, y uno de ellos es una forma de historicidad que consiste en devolvernos las actuaciones que en su momento fueron definitivas (bajo formas de invisibilidad entonces, y que hoy son corpóreas) para ofrecer un rumbo al teatro mexicano, tan carente de espacios como ayer, aunque parece que las razones tienen una alta dosis de mezquindad, a diferencia de la pobreza de décadas atrás.

Gutiérrez Vega observa desde la visión del actor gozoso que parece festejar a cada instante la viveza de los textos, la fortuna de los momentos que lo colocaron frente a obras inolvidables que se fueron transformando con los años.

Sin embargo, no hay biografía, sino memoria en primera persona, y toda autobiografía es la versión dinámica de uno mismo apoyada por todo el despliegue documental del que puede hacer gala el recuerdo de una mente ordenada: fotos, testimonios, amigos,  asuntos periodísticos, académicos, civiles, bancarios, de servicios. En la mente de Hugo Gutiérrez Vega existe todo este diapasón de la existencia, activado por un amplio registro, que se ejerce en la transversalidad donde el memorialista es capaz de recordar a otros protagonistas que, como él, están escribiendo la historia y el presente.

En este libro, Hugo Gutiérrez Vega no se presenta bajo la forma de un diálogo inquisitivo que muestre del otro lado a un Olguín que pregunta y se exhibe, sino que ofrece varias aproximaciones que vale la pena detallar porque tiene mucho de historia reciente, de política cultural, de revisión de nuestra historia literaria, de nuestras ideas sobre el teatro y, por supuesto, de una vida intensa y amorosa donde se da tiempo para hacer un retrato de su vida doméstica, emocional, filial y parental.

Gutiérrez Vega entrega un texto sin concesiones, personal y sincero, que se atreve a navegar en las aguas del ensayo literario e histórico, el testimonio, la crítica artística y la crítica de las políticas culturales, teatrales y universitarias. También es un texto cruzado por la vocación múltiple que supo aceptar el asedio de sus múltiples talentos y vocaciones: y se entregó a todas.

La Cronología que elaboró Lucinda Ruiz es un mapa temporal de los caminos del poeta y permite el cotejo de múltiples alusiones. A través de este libro es posible explorar algunos caminos de nuestra historia literaria, teatral y cultural, así como las ideas estéticas en torno al teatro y la poesía que dieron rostro a la segunda mitad del siglo XX.