Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de octubre de 2012 Num: 919

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Episodio de primavera
Iáson Depoundis

Transparencias
de Fuentes

Bárbara Jacobs

Ombligos sin fronteras
Ricardo Bada

Literatura femenina
en Puerto Rico

Carmen Dolores Hernández

Los tiros con chanfle y el Principio de Bernoulli
Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
La Casa Sosegada
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Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
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Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
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De Descartes a Kant, Il Visore Lunatique

“La Belle Indifférence”, primer corte del álbum Il Visore Lunatique (Intolerancia, 2012), comienza con una percusión grosera, como de hojalata. De inmediato advertimos la audacia que distingue a la banda tapatía Descartes a Kant, conjunto con gran solvencia técnica e iluminación estética que apuesta por ese instante en el que la forma puede fracturarse sin importar su madurez, ése en el que de golpe una ruta cambia sin pensar el nuevo destino... Y desde ya ofrecemos disculpas. Preferimos tales descripciones a la manoseada analogía del grupo con sus influencias (son demasiadas y normalmente encomiables). Sigamos.

“Suckerphilia”, segunda canción, se derrama en múltiples secciones hijas del narcotizante delirio que propone. Punk-pop surcado por ostinatos repetitivos, sabe implantar al Moog en magníficas melodías y ritmos engendrados en el swing. Aplaudimos el sonido de Andro (teclado) y Memo (bajo). Nos gusta su letra:  “If you give me a kiss that means nothing at all, then I will write you a song that means nothing at all.” (“Si me das un beso que nada significa, entonces te escribiré una canción que nada significa.”) Líneas próximas a “Buy All My Dreams”, contrastante ejercicio cuyas partes aparecen bien anudadas, como las prendas de un mago ebrio. Programaciones, aplausos, guitarras y bajos distorsionados, líneas rectas formando cuchillos que nunca hieren el espléndido trabajo vocal de las talentosísimas Sandrushka, Dafne y Cristina.

Entonces un giro de tuerca: “The Peter Pan Syndrome”, joya que resalta la mejor cualidad del conjunto: una atípica relación entre letra y música, elementos que corren sin ir tomados de la mano pues se trata de la ilustración que uno hace del otro, a distancia, tendiendo no puentes sino drenajes para el flujo emocional. Así las cosas, ¿radica en el puro atrevimiento el buen eco de sus discos y presentaciones en México, Estados Unidos y Sudamérica? En parte, pero hay otros elementos de Descartes a Kant que no tienen parangón. Verbigracia: el performance, el desarrollo escénico que trabaja con la misma fijación con que aborda al aire. Coreografía, vestuario, maquillaje, videos usualmente oscuros, todo se reúne para lograr un espectáculo onírico, efectivo, en el que sólo faltan el trapecista y la mujer barbuda.

Sampleos, teclados que lijan el oído sacando chispas, así inicia “The Robbery”, pieza que nos asalta con tímbricas bien diferenciadas al resto de la colección. Su letra es clara y contemporánea: “You may think I’m crazy for the cash… The only reason why I’m here inside this shit that shakes my teeth is the rush when I look into your eyes, this fear I smell that makes me feel that I’m the one”. A su paso, “Bluish”, en cambio, es un respiro, un vals de muñecas rotas, un perro dormido que despierta a ratos, feroz, para luego caer rendido. Otro ejemplo, como la cortísima “Starfucker” –donde destaca Jorge Chávez en batería–, de que para Descartes a Kant la meta no se consigue cuando las canciones adquieren redondez, sino cuando se pueden transfigurar con violencia.

Avanzando más, “Cut It Off” se revela como un poema de dos minutos del que podría enorgullecerse Arcade Fire (si los de Arcade Fire habitaran mundos rasgados, menos cómodos para la reflexión y la melancolía): “If you kiss me once, I will kiss you twice. If it’s not enough I can give you a bite.” De lo más afortunado que han compuesto. “Convince Me”, la siguiente, es un panal de abejas roto sobre la pista donde bailan Travolta y una prostituta amante de los estoperoles.

Calle con baches, pared agujereada por arrepentidos clavos, eso también es Descartes a Kant, un lienzo roto con puños de exitosa especie. Así lo prueba el último track: “You May Kiss The Bride”, musical de casi nueve minutos que lo mismo pasa por Pink Floyd que por Bertolt Brecht y Andrew Lloyd Webber; que a ratos regala un baile de tap (cortesía de Leonora Enríquez) salido del Cotton Club, o al resignado Gershwin mirando por la ventana de su apartamento en Nueva York. Historia de abandono que se construye frente al psiquiatra, se antoja imposible en la mente de músicos tan jóvenes; nos pega en la cara con un barroco recordatorio: en este país hay genialidades gestándose allí, más abajo, a un lado, al fondo a la derecha, en el sótano, lejos del colorido lobby en donde, políticamente correctos, brindan quienes soberbiamente pretenden decir qué es lo hecho en México.

Dicho esto, lector, lectora, cuando esté en plan “volvámonos locos” y quiera sorprenderse con otro tipo de rock, consiga este objeto planeado y grabado durante tres años, diseñado externamente por Nobabel, en donde habitan nueve canciones cortas y un musical basados en los textos de Victoria Dickens. Si se arrepiente puede reclamarnos. Y discutiremos.