Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Adalbert Stifter: un Ulises sin atributos en busca del tiempo
Andreas Kurz
La invasión de la irrelevancia, televisión
y mentira
Fabrizio Andreella
Julio Ramón Ribeyro y
la tentación del fracaso
Esther Andradi
El jardín de los
Finzi-Contini
Marco Antonio Campos
Leer
Columnas:
Perfiles
Raúl Olvera Mijares
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Sonia Peña
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Sonia Peña
Roberto Arlt, el escritor rabioso
El 26 de julio de 1942 murió en Buenos Aires el autor de El juguete rabioso. Roberto Arlt nació en esa misma ciudad en abril de 1900, al inicio de un siglo “problemático y febril”. Hijo de inmigrantes, creció en el proletario barrio de Flores y fue un autodidacta nutrido de lo que Beatriz Sarlo llama “los saberes del pobre”, adquiridos en bibliotecas populares, en clásicos de dudosa traducción y en manuales del tipo “hágalo usted mismo”.
Caminando por la Buenos Aires actual es fácil descubrir la ciudad de Erdosain, el Astrólogo y El Rufián Melancólico, sus voces surgen de las casonas, los pasajes y adoquines de Avenida de Mayo, Rivadavia, Maipú y Diagonal Sáez Peña, tarareando en caló arrabalero: “Cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás/Cuando estés bien en la vía/sin rumbo, desesperao/La indiferencia del mundo que es sordo y es mudo recién sentirás”. El tango de Discépolo es con el que identifico a Roberto Arlt, porque nadie mejor que él supo de “la indiferencia del mundo”.
El contacto con la ciudad de Arlt, tan lejos de la real pero la misma en el fondo (sigue siendo la ciudad-cáncer), deja la sensación de haber penetrado una fachada en cuyo interior se ocultan personajes de carne y hueso a los que, hace más de medio siglo, les infundió vida un inventor de apellido impronunciable. Roberto Arlt se siente atraído por la historia del jorobado y la prostituta, le interesa ponerse del lado del galeote y del réprobo, del que no tiene nada que perder. Pero no por eso es un santo, ni un mártir; es un hacedor cuyo ojo penetra una realidad que lejos se encuentra de la mirada miope de quienes no vemos más allá de nuestras propias narices, ese es su cross a la mandíbula. La percepción y recreación del acontecer humano es la base de un estilo que incomoda a las buenas conci encias. Pese a la adversidad, el héroe arltiano repite una y otra vez “pero yo te amo vida, te amo a pesar de todo lo que te afearon los hombres”, se cuestiona constantemente sobre el porqué de su angustia, intenta salir del lodo, apela a un Dios sordo y como último recurso acude al suicidio. Escribe Beatriz Sarlo que la literatura de Arlt es “hiperbólica” y que a través de la exageración y la radicalidad el escritor “busca llenar esa falta original de la cual habló tantas veces: no tener capital en dinero, ni capital cultural”.
Arlt escribió su obra en las redacciones de los diarios mientras se encargaba de la página roja; trazó con rabia los caracteres de personajes llenos de angustia y desesperación y creó una literatura que escandalizó a sus paisanos. Si la hipérbole es la figura retórica preferida de los niños, él amasó con ella su vida y su prosa: jugó a ser el autor de una obra inmortal mientras se ganaba el pan vendiendo libros usados; puso sabiduría en boca de los desquiciados y pintó cabeza de jabalí a los poderosos; enalteció a las prostitutas y aborreció a las esposas; inventó mil proyectos para ganar mucho, mucho, pero mucho dinero y con su prosa nos enseñó “a encontrar felicidad en las lágrimas”. La estética de Roberto Arlt parte del margen, irrumpe en el centro y logra su cometido: la mirada del otro, efímera tal vez, porque finalmente –como Erdosain– unos y otros estamos “absolutamente solos, entre tres mil millones de hombres y en el corazón de una ciudad"
|