Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de julio de 2012 Num: 905

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Adalbert Stifter: un Ulises sin atributos en busca del tiempo
Andreas Kurz

La invasión de la irrelevancia, televisión
y mentira

Fabrizio Andreella

Julio Ramón Ribeyro y
la tentación del fracaso

Esther Andradi

El jardín de los
Finzi-Contini

Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Perfiles
Raúl Olvera Mijares

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Sonia Peña

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

La invasión de la irrelevancia, televisión y mentira

Fabrizio Andreella
[email protected]

I

Hace muchos años adopté deliberadamente un truco para tratar de estimular la participación activa en unas reuniones de redacción que transcurrían entorpecidas y sin chispa. La mañana del lunes entré al salón y dije a los redactores aletargados: “Según un estudio de la universidad de no sé dónde, las reuniones son más eficientes si se hacen de pie, sin sillas.” El efecto fue que frente al shock provocado por mi afirmación, la legitimación científica me hizo el paro y nadie pudo quejarse como deseaba. ¿Quién podía ir en contra de las palabras de unos insignes catedráticos?

Desde entonces, siempre me llaman la atención esas palabras que se encuentran muy a menudo en muchos medio de comunicación: “Según un estudio de la universidad de…” Al leer esa frasecita me preparo por instinto a una tontería envuelta en lujoso papel de la ciencia. (Dicho sea de paso: el problema de las reuniones soñolientas se resolvió y después de dos semanas las sillas regresaron a hacer su trabajo.)

Acontecimientos triviales, estadísticas exhibidas como verdad, relatos sobre personajes freaks, chismes, rarezas, encuestas inútiles, fisgoneos: todo este montón de datos es parte del paisaje informativo que nos toca vivir. Durante el día acumulamos en la cabeza de manera distraída una cantidad impresionante de insignificancias. Bobadas que se hacen pasar por noticias, armas de “distracción masiva” que causan el holocausto de los hechos.

Hoy en día, tener una opinión es más importante que estar informado. Todo mundo habla sobre cualquier cosa. Es suficiente con tener fama para ser un todólogo. Sin reflexionar, cualquier celebridad contesta a preguntas sobre los grandes temas de la vida o sobre los problemas de la humanidad. En un desfile de banalidades legitimadas por el nombre famoso que las pronuncia con experimentada sonrisa o con estudiada tristeza, asistimos al crepúsculo churrigueresco de la idea de que los medios masivos son un instrumento de socialización del saber y de los valores que identifican a un pueblo.

La realidad se rinde así al gran espectáculo de los asertos discordantes, en un sistema de medios masivos donde la verdad es el cuento más reiterado o más llamativo. Sí, es cierto, nos quedamos cada quien con su versión, porque la sofisticación es tal que en el universo de la comunicación no existe una sola verdad absoluta. La abundancia de mercadería informativa y la competencia entre diferentes interpretaciones legitiman la versión oficial y el poder que la sustenta.

II

Vivimos en sociedades libres y democráticas porque permiten que diferentes voces puedan expresarse y que cada quien elija su información. Esa es la historia oficial. ¿Podemos contentarnos con este aserto? Yo creo que no. Creo que esta afirmación es una verdad que esconde una ilusión, porque habla de una libertad formal y no sustancial. Sin embargo, cuatro deliberadas equivocaciones la tornan creíble. Vamos a verlas.

1. Comunicación es sinónimo de información e incluso de cultura

La gran equivocación escondida entre las alegres burbujas de la web 2.0 (350 millones de twits al día sólo en Twitter) es pensar que comunicar quiere decir necesariamente informar y que, entonces, se trata de una práctica de libertad. En realidad, la única libertad sustancial que hemos logrado gracias a los social media es la de poder decir o gritar, con o sin público, que existimos. El consuelo evidente que nos dan esos instrumentos de comunicación es la sensación de pertenecer a una tribu.

Pero la información, en el sentido profundo, noble y cívico de la palabra, es otra cosa. Hemos tomado las premisas de un proceso por los resultados del proceso mismo. La comunicación no origina automáticamente un razonamiento, la expresión no genera automáticamente la libertad, el intercambio de signos no ocasiona automáticamente la construcción de una comunidad. Todas son condiciones necesarias, pero al confundirlas con la finalidad, las transformamos en trampas.

El valor cultural de la comunicación digital es otro asunto que se presta a desaciertos. La cantidad desproporcionada de datos que tendríamos que procesar y la casi simultaneidad entre hecho y noticia que caracteriza el mundo informativo actual son las dos armas que tienen paralizada la cultura. La cultura aquí es aquel gesto reflexivo, crítico, indagador, que se desarrolla gracias al tiempo y que toma fuerza dialogando con el tiempo. Es claro entonces que los instrumentos de comunicación o socialización no necesariamente sirven para crear cultura, sobre todo cuando prescinden o limitan el papel del tiempo.

2. La abundancia informativa quiere decir automáticamente libertad de elección

El crecimiento hiperbólico de los datos que nos rodean y nos hacen guiños está fuera de la posibilidad humana de control. Además, el sacrosanto derecho a la información ha sido traicionado de manera muy astuta y sutil con una operación de canalización de la curiosidad hacia el sensacionalismo y la vacuidad. El paseo que a diario nos toca hacer entre las estanterías del súper de la irrelevancia nos obliga a llenar nuestra despensa mental con alimentos poco nutritivos y estimulantes para el cerebro. El problema es que a nivel mental no hay la posibilidad de comer chatarra y limpiarse la conciencia (más que la sangre) con píldoras o cápsulas de suplementos dietéticos inteligentes.

La metástasis informativa contemporánea pone en duda el asunto filosófico de que cada mirada es una elección. Sin los instrumentos para una discernimiento consciente, el exceso de mensajes, que se presenta como democratización de los medios, es una de las causas de la desinformación. Obligado a perseguir a la carrera las noticias que surgen incesantemente, el consumidor de información no puede desarrollar una reflexión, un razonamiento. Como nos enseñan los políticos, para encubrir un escándalo hay que ofrecer de inmediato otro más grande a la prensa, esperando con tranquilidad zen, sentados a la orilla del río del olvido.

El resultado está asegurado, porque para impedir la capacidad cognitiva de un ser humano la censura no sirve. Hay que bombardearlo con datos hasta que la organización mental resulte imposible o simplemente casual, y la memoria sucumba ante la velocidad y la cantidad de información.

3. Los hechos que llegan a ser noticias son los acontecimientos más importantes

En la sociedad del populismo mediocrático, hay un elemento que influye en todo el sistema informativo. No hablo de la notoria contaminación entre medios y política, sino más bien de la vinculación entre contenidos y publicidad en los medios. El objetivo de cualquier medio masivo que tenga que vivir en la arena del mercado es la rentabilidad económica. El dinero importante no lo aporta el usuario sino los anunciantes. La cantidad de público es un número mágico que decide el destino de los medios comerciales porque determina el valor de sus páginas publicitarias.

¿Cuál será entonces el criterio selectivo de las noticias para un director editorial? La respuesta correcta es: depende. Depende del target o público objetivo. Por ejemplo, si el producto es un periódico y el público es de izquierda, es más fácil que se pueda publicar una noticia sobre un golpe de Estado en Malí, mientras que en un semanario que se dirige a la clase alta y empresarial es más probable que se escoja la noticia de la adquisición de un banco por parte de un ente financiero.

Sin embargo, estos son targets específicos, es decir, los más fáciles de administrar porque el consumidor tiene una idea clara de lo que espera y no es simplemente un potencial pasivo de impulsos y una mina de curiosidad donde extraer atención para los productos.

Los medios generalistas son, al contrario, los ámbitos menos definidos, donde el perfil ideal del consumidor es ese hombre medio que existe solamente en los modelos científicos y que no tiene pasiones, intereses y proyectos, sino instintos, antojos y pulsiones. Es allí donde la elección de las noticias y de los contenidos acude mayormente al conformismo, al sensacionalismo y al morbo, porque sirven para entretener al público mientras llega la publicidad, en la página o en el comercial siguiente. La vieja ley de la prensa populista y conservadora –sexo, sangre, dinero– sigue funcionando hasta hoy (adicionada con deporte y celebridades) en todos los medios que necesiten aumentar su público.

Supongamos, por ejemplo, que llegando a tener un público más numeroso un medio masivo pueda cobrar unos precios más altos para la publicidad. Para lograrlo, se ofrece al director editorial un premio monetario importante. ¿El golpe de Estado en Malí y el banco adquirido por un grupo financiero serán noticias esenciales para ese respetable señor, que puede ganar mucho dinero con un poquito de irrelevancia morbosa? Al hablar de acontecimientos importantes hay que preguntarse: ¿importantes para quién?

4. Conocer los acontecimientos que se presentan como “los más importantes” permite al ciudadano relacionarse con su contexto social, participar e influir.

La posibilidad de acceder a cualquier crónica de cualquier acontecimiento, cualquier interpretación de cualquier evento, es agitada como la bandera de la democratización. A esto se agrega la posibilidad de ser creadores, en primera persona, de narraciones e interpretaciones para divulgarlas en la blogosfera. La plaga informativa ya no es responsabilidad sólo de los profesionales de la información porque hoy, gracias a los blogs y a las redes sociales, la escritura es utilizada por cientos de millones de personas que quieren “conversar” o simplemente proclamar su existencia. La escritura como simple medio de trasporte y suplente de la palabra.

Pero en la web circulan discursos, ideas y palabras sin ninguna verificación de autenticidad y trascendencia. El proceso de selección se hace a menudo por azar. Así, muchas palabras deambulan sin decir nada y estimulan la producción en cadena de los “me gusta” y “no me gusta” con un clic. El aspecto participativo de las redes sociales torna obscura la calidad del intercambio y hallar cosas interesantes es un trabajo duro y lento, a veces infructífero. La posibilidad de crear en una red social el cuento autobiográfico del proprio ego utópico y romántico, o ser el autor de un blog donde exhibir un mundo contemplado por los demás parece influir en la realidad offline solamente por promover una estructura psíquica neurótica. Freud diría que son indicios de neurosis, porque el principio del placer, es decir la consecución inmediata de los apetitos, instintos y pulsiones, no es temperado y organizado por el principio de realidad que, a través de la memoria, el razonamiento y el proyecto, permite al sujeto conocer el ambiente real donde vive y realizar de manera concreta sus deseos.

III

La elefantiasis mediática eterniza el presente y olvida lo que sólo ayer era la noticia del día. El flujo continuo de información –el flujo, no la información– es lo único que se queda en un paisaje aluvial de datos donde nada sedimenta, todo resbala. Como lo señala El roto en una de sus viñetas en El País, “nos quieren entretener con la actualidad para que nos olvidemos del presente”. Esta confusión entre actualidad y presente, tiempo real y tiempo vivido, representación y experiencia, brota del ingenuo entusiasmo que acompaña la abundancia informativa actual.

Denunciar la invasión de la irrelevancia como instrumento de parálisis cultural no quiere decir añorar los tiempos de escasez de información; más bien significa aspirar a la construcción de una sociedad que proporcione a sus ciudadanos los instrumentos para moverse en medio del mar de melaza que hoy se ha formado por el encuentro entre información y comunicación.