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La Rueca, pedagogía e imaginación
Hace casi tres décadas, Susana Frank y Aline Menassé se habían propuesto una práctica teatral tan exigente como rigurosa a través de los trabajos que desarrollaron en su incipiente compañía, La Rueca, hoy convertida en una potente escuela de teatro que supera con mucho los logros institucionales que ha conseguido el estado de Morelos y los propios programas federales a través de Conaculta.
Cómo podría ser de otro modo si su manera de trabajar es con la guía de un laboratorio teatral que desconoce los avatares sexenales de lo estatal, lo municipal y lo federal, para concentrarse en un arte que desde sus inicios se propuso plural, polifónico, múltiple, donde las tradiciones más ricas del siglo XX convergían en el trabajo de dirección y con un acento especial en el actor, que concebían al modo de Gordon Craig, una marioneta con vida propia, capaz de cantar, de ejecutar acrobacias y colocar la voz como si fuera un personaje más sobre la escena.
El arte de laboratorio implica encierro, horas de investigación, discusión e interpretación grupal; sin embargo, desde hace más de una década se propusieron documentar académicamente los logros de los participantes de su taller laboratorio y crearon una licenciatura que avaló la Secretaría de Educación Pública. Esto entra en el orden de lo histórico, porque abona a una historia de las pedagogías artísticas y reconoce una trayectoria sostenida en la experiencia y el estudio.
La historia no empezó así. En sus inicios, estos artistas de la flexibilidad, la innovación y el sueño querían oponerse a los cinturones asfixiantes de la academia y, tal vez sin darse cuenta, en ese momento estaban formando una. Cuando miraron atrás se dieron cuenta de que estaban en la misma órbita creadora que Cuatrotablas de Perú, el Odin Teatret de Dinamarca, Tascabille de Italia, Teatro Vivo de España, Yuyashkani del Perú.
Richard Armstrong y Kozana Luka, del Roy Hart Theatret, Grotowski y Stanieski, de Polonia, Mario Delgado y Eugenio Barba, también fueron ejemplares por su capacidad de construir nuevos métodos de trabajo y hacer que el teatro/laboratorio fuera capaz de sobrevivir gracias a la fidelidad que el estudio y el aprendizaje permanente generaba entre sus miembros, una especie de comunidad del conocimiento y el goce de crear.
En la página web que han desarrollado para documentar su trabajo y promover sus actividades hay una larga lista de talleres que seguramente muchos profesionales del teatro hubieran deseado tomar y que forman parte de un espíritu totalmente empático con la necesidad de formaciones diversas. Por ejemplo, las artes circenses que ahora enseña con maestría Anatoli Lockachpuk, en tres módulos con la validez de un diplomado, todos los sábados por la mañana. La presencia del Tai Chi ha sido otra preocupación cuyo ejercicio ocupa cada vez más la escena y es paradigma en el pensamiento de numerosos coreógrafos. Ese taller está a cargo de Claudio Romanini, que lo coloca en las fronteras de la “utilidad” teatral.
Este conjunto reconoce e incorpora en sus saberes las experiencias de otros trabajos igualmente ricos de instituciones que no han prosperado como lo merecen y necesitamos, como es el caso de cei Voz, representado en La Rueca por la profesora Indira Pensado, quien enseña a los actores a hacerse oír con múltiples significados. Como parte de la licenciatura en teatro pero también con el formato de taller, Manuel Lavaniegos y Manuel Cruz imparten historia y teoría del teatro.
Sin dejar de pensar en lo atractivo de las actividades que este centro de imaginación propone, la licenciatura me parece el espacio de mayor rigor y alcance para propiciar la aparición del teatro en la región cultural en la que está inscrito el estado de Morelos (la licenciatura arranca en agosto y al parecer ahora es tiempo de inscribirse) y representa una alternativa a las que ofrece la UNAM, a través del Colegio de Teatro y del Centro Universitario que cumplió cincuenta años y cuya impronta podemos ver en prácticamente todos los escenarios de rigor, así como los talleres en el Teatro Casa de la Paz de la UAM y la formación que ofrece CADAC, el espacio que fundó Héctor Azar, todavía en peligro de extinción como lo documentamos en este espacio.
Vale la pena continuar la revisión de su propuesta teórica y de su repertorio, pero mientras tanto hay que asomarse a su página si se quiere mayor información sobre la licenciatura, dado que el tiempo para su inscripción es limitado (www.larueca.edu.mx)
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