Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de julio de 2012 Num: 905

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Adalbert Stifter: un Ulises sin atributos en busca del tiempo
Andreas Kurz

La invasión de la irrelevancia, televisión
y mentira

Fabrizio Andreella

Julio Ramón Ribeyro y
la tentación del fracaso

Esther Andradi

El jardín de los
Finzi-Contini

Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Perfiles
Raúl Olvera Mijares

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Sonia Peña

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Raúl Olvera Mijares

Los frutos tardíos de Luisa Josefina Hernández

Luisa Josefina Hernández (Ciudad de México, 1928) ha obtenido un doble reconocimiento, como narradora y dramaturga. Su novela Apocalipsis cum figuris (1982) le valió el aún entonces prestigiado Premio Villaurrutia.

El teatro representa, sin embargo, la veta que con más provecho y abundancia ha explorado la autora. Su labor pedagógica, junto a la de Emilio Carballido, se halla entre las más notables en México durante la segunda mitad del siglo XX. Discípula de Rodolfo Usigli y su sucesora en la cátedra de Teoría y Composición Dramática en la Universidad Nacional, Luisa Josefina Hernández, formada en la escuela realista de Eugene O’Neill, fue maestra y entrañable colega de Jorge Ibargüengoitia, Juan García Ponce, José Luis Ibáñez y Juan Tovar, por mencionar a sus discípulos más egregios. Primera mujer de Alejandro Rossi, por aquel entonces joven promesa intelectual, con quien se uniría en fugaz matrimonio, pronto conocería el éxito con su obra Los frutos caídos (puesta en escena de Seki Sano, 1957) y partiría a Nueva York en un viaje de estudios gracias a la beca Rockefeller. Pasó por la Universidad de Columbia y se doctoró en México con una tesis sobre estudios medievales. Galardonada con diversos premios, la maestra Hernández es, con todo, poco conocida fuera del ámbito escénico y universitario. Sus piezas recorren una amplia gama de géneros y recursos, donde la experimentación y los hallazgos se suceden. En la última parte de su labor creadora se observa una vuelta a un realismo de raigambre costumbrista y de exaltación de la figura de la mujer emancipada.

En Los Buddenbrook, además del retrato de una época a través de tres generaciones al menos, se trazan elementos claramente autobiográficos e incluso de Bildungsroman o novela de formación, que en la obra de la maestra Hernández están ausentes y se suplen con cuadros melodramáticos y costumbristas bien logrados y bastante vivos. La división en ciclos de estas once piezas propone una tetralogía inicial (El galán de ultramar, La amante, Fomento y sueño, Tres perros y un gato), una trilogía media (La sota, Los médicos, Mondo y lirondo) y probablemente una tetralogía final (El demonio chino, Capítulo aparte, Los dos mundos, La naturaleza), puesto que estas obras aparecen en el libro en dos secciones distintas. Perfectamente ambientadas en el tiempo y el espacio, grandes haciendas no distintas del puerto de Veracruz durante casi tres décadas, las dos últimas del siglo XIX y la primera del XX, las piezas presentan un reto de producción en cuanto al vestuario, utilería y demás elementos escenográficos; de ahí que cada director deba decidir qué es más conveniente, si abordarlas como teatro pobre o más bien pobre teatro, hecho con lo que hay. Quizá esta demanda casi cinematográfica de recursos hable más a favor del carácter de teatro para ser leído de estas piezas, en las que se dejan sentir de manera profunda las obsesiones de la autora, quien en cierto modo sabía que estas obras difícilmente llegarían a la escena, al menos en conjunto como fueron concebidas. Los grandes muertos, cabría preguntar quiénes, ¿los de las obras, los de Luisa Josefina y su trasfondo familiar con las malas experiencias con los varones, o bien los de los grandes nombres del teatro nacional, de los que ella es la última representante? Libro fresco, sabio, que va al grano, obra decantada que realizara una autora mexicana de setenta y cinco años, lección magistral de cómo debe abordarse el melodrama de época, sobre todo en un país célebre por sus teledramas vacíos y altamente redituables, aún los que pretenden ser históricos, que han diseminado la peor imagen en el exterior del México de las clases burguesas, que representan por cierto menos del quince por ciento de la población. Conflictos sociales, la rudeza de los hacendados, los últimos españoles en hacer la América, más los ingleses, alemanes e italianos (se fueron varias erratas en el toscano macarrónico de ciertos personajes) que se les sumaron, los esclavos negros importados tantas veces de la vecina Cuba, los esclavos mayas huidos de las haciendas yucatecas productoras de henequén, la división en castas entre peninsulares, criollos, mestizos, mulatos e indios, el espíritu levantisco de los ricos contra el gobierno central y la consiguiente anarquía, el carácter gazmoño y el disimulo moral, las licencias de algunos clérigos con sus barraganas, eso y más encontrará el curioso e intrépido lector de esta obra.