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Germaine Gómez Haro
La Oncena Bienal de la Habana (II Y ÚLTIMA)
Como se mencionó en la entrega pasada, la Oncena Bienal de La Habana tuvo como objetivo primordial la interacción del público con los trabajos presentados tanto en la calle como en las galerías, haciendo de la ciudad entera un amplio escaparate artístico. Entre los numerosos proyectos públicos, llamó especialmente mi atención la muestra Detrás del muro–quizás el proyecto de mayor impacto y envergadura del programa– que reunió veinticinco trabajos entre esculturas, intervenciones, instalaciones y performances que se llevaron a cabo a lo largo del emblemático Malecón habanero, bajo la dirección del curador Juanito Delgado Calzadilla. Se suele decir que el Malecón es “la sala de estar de La Habana” donde los parroquianos –un literal hervidero humano– se sientan en el extenso “sofá” de piedra que es el muro a intercambiar cantos, bailes, tragos de ron “planchao”, risas, lágrimas, buenas y malas noticias, amores y desamores, en fin, toda suerte de muestras de afecto, compañerismo y solidaridad que aún se palpan en esa sociedad que, a pesar de las contradicciones (o quizás, gracias a ellas), todavía conserva una dimensión humana casi inexistente en la mayoría de los países primermundistas. Tengo para mí que el muro simboliza la frontera que separa la realidad cotidiana de la Isla y el océano de sueños e ilusiones que se proyecta como una inmensa puerta abierta al horizonte por la que se asoma el imaginario colectivo de los cubanos; así pues, esta gran galería al aire libre dio lugar al singular encuentro entre el arte “culto” y la creación “popular” que día a día se genera al caer el sol. A lo largo del paseo por el Malecón el transeúnte se topaba con toda suerte de sorpresas, entre las cuales me conmovió la muy sugestiva pieza del cubano Adonis Flores, que consiste en una enorme valla metálica sobre la que construyó la palabra fe con láminas de hierro procedentes de la chatarra que es arrojada en los basureros. Estas dos letras, apunta la ficha técnica, “que simbolizan el elemento hierro en la tabla periódica conforman también la palabra que designa el conjunto de creencias de una religión, una persona o un grupo”. La pieza resulta visualmente impactante y funciona como obra tautológica por el material empleado y por su significado intrínseco, y hace alusión a un “concepto que puede corroerse como el propio material, o que puede surgir a partir de lo desechado”, acertada analogía que, en mi opinión, coincide con el espíritu de la Bienal en sus múltiples acepciones.
Fe, Adonis Flores |
Ante la imposibilidad de reseñar la amplísima cantidad de actividades que se presentaron simultáneamente en numerosos espacios (aprovecho para felicitar a Mónica Mateos por su excelente cobertura del evento en este diario), vale la pena señalar algunas de las conclusiones que conseguí formular a lo largo de mis visitas y a través de las conversaciones sostenidas con artistas y colegas locales y extranjeros. Parto de una opinión generalizada –y por supuesto, también existen los detractores y descalificadores– para considerar esta Bienal la más ambiciosa y exitosa de todas, en términos de calidad estética y alcances propositivos, así como por el logro de una participación sin precedentes tanto del público local como de los visitantes provenientes de muy diversos puntos del orbe. Entre éstos, es inédita la inclusión de numerosos artistas cubanos que viven fuera de la isla (muchos de ellos residentes en Estados Unidos), así como de un contingente de alrededor de mil 500 estadunidenses, entre los cuales venían directores, curadores y mecenas de prestigiados museos (como el moma, el Museo de Bellas Artes de Boston, de Atlanta y de Houston), así como destacados coleccionistas que unos años atrás jamás hubieran pisado este país. También es necesario subrayar la entusiasta y relevante participación de figuras estelares del arte contemporáneo internacional, como la serbia Marina Abramovic, el austríaco Hermann Nitsch, la pareja ruso-estadunidense Ilya y Emilia Kabakov, el controversial e irreverente neoyorquino Andrés Serrano, incluyendo a los mexicanos más cotizados en ferias y bienales: Gabriel Orozco y Rafael Lozano Hemmer, entre otros. El espíritu de tolerancia e inclusión que se percibió en la Oncena Bienal de la Habana ha propiciado la construcción de un puente luminoso que une caminos antes intransitables y fortalece una red de intercambios, diálogos y solidaridad imprescindibles para impulsar y reforzar los cambios que se están dando en Cuba. Por fortuna (al menos para quien esto escribe), hay quienes todavía creemos en el arte como herramienta para crear el mejor de los mundos posibles, y no como mero objeto de especulación en la vorágine de los mercados capitalistas.
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