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Ana García Bergua
El CUT cumple cincuenta años
Cuando salga este artículo todavía quedarán dos semanas para ir a ver El maracanazo, una samba –comedia en la que los dioses griegos conspiran para lograr o impedir que Brasil gane el histórico mundial de futbol de 1950, antes del error del portero Moacir Barbosa que conmocionó al mundo y lo condenó al aislamiento y la pobreza durante el resto de su vida. El maracanazo, obra inédita de Ernesto Anaya escrita especialmente para esta ocasión, con la música espléndida de Gabriela Ortiz y dirigida por Mario Espinosa, es parte de los festejos por los cincuenta años del Centro Universitario de Teatro que se cumplen mañana, y también es el trabajo con el que se diploman los actores de la generación 2008-2012. Al ver este espectáculo de muy buenas actuaciones, canto, danza y músicos profesionales en escena, sentí una alegría exaltada y un orgullo tremendo de haber estudiado en el CUT del que tantos y tantos buenos teatristas han surgido: actores, dramaturgos, directores, escenógrafos y productores que en gran medida han sido el rostro de la escena mexicana independiente durante los últimos cincuenta años.
Para contar la historia del CUT desde su fundación en la sede de Sullivan, hasta su domicilio definitivo en el Centro Cultural Universitario, pasando por aquella mítica sede coyoacanense del barrio de San Lucas, en cuyo jardín quizá recordarán una puesta en escena de Los veraneantes, de Gorki, habría que escribir, antes que nada, una enormísima lista de nombres. Por el CUT ha pasado buena parte del teatro mexicano de la segunda mitad del siglo XX, comenzando por su fundador, Héctor Azar, y sus directores sucesivos, Héctor Mendoza, Ludwik Margules, José Caballero, Luis de Tavira, José Ramón Enríquez, Raúl Zermeño, Antonio Crestani, Raúl Quintanilla y el propio Mario Espinosa. Lo que es imposible enlistar aquí es la nómina de actores de primera línea egresados de él. El CUT es un capítulo central de la historia del teatro universitario, un teatro crítico, independiente, profundo, de investigación y búsqueda, hermanado con las corrientes del teatro en el mundo y sin las ataduras que vulgarizan, en el peor sentido de la palabra, el teatro comercial –si bien hay que decir que, sin los egresados del teatro universitario, el mal teatro comercial y las telenovelas infumables se quedarían sin actores de carácter, directores y profesionales que les dan la poquita consistencia indispensable para sostenerse.
Yo estudié ahí la carrera de dirección y escenografía que dirigieron a comienzos de los años ochenta los maestros Ludwik Margules y Alejandro Luna. Mi memoria de aquellos años agitados es la de un remanso activo, inteligente y abierto al mundo, en medio del México en crisis (¿hay otro?) de aquella época; como muchos exalumnos, no tengo para el CUT sino agradecimiento por esa formación rigurosa y profunda, que incluyó entre sus maestros de literatura a Juan Tovar, Esther Seligson, Margo Glantz y Noé Jitrik, entre muchos otros, amén de los maestros de actuación, dirección y diseño escénico.
Cantera de teatristas de gran nivel y laboratorio de experimentación, las puestas en escena con que los estudiantes del CUT se diploman año con año han sido una tradición en el medio teatral, pues para ellas se llama a directores connotados y se escriben obras ad hoc. El maracanazo no es sólo un reto para los jóvenes egresados, que tienen que bailar, cantar y cambiar de papeles y vestuario con gran versatilidad, sino que además transmite al público un espíritu de enorme libertad creativa, en el que la tragedia griega y la comedia postmoderna −“sin obviar los coros que, dispuestos en la parte trasera de la sala, dan aliento futbolero y trágico”, como escribió en este mismo periódico Olga Harmony− se intercalan con sorprendente fluidez, diría uno que con el desenfado de quien baila una samba, bajo la advocación del destronado dios Yemanyá. Retrato de un Brasil que no perdonó al portero Moacir Barbosa y a cambio dio asilo a los generales nazis (los gemelitos producidos por el doctor Joseph Menguele son uno de los mejores chispazos de la obra), El maracanazo es también un trabajo profesional en el que, además de los jóvenes que egresan con muy buen nivel actoral, intervienen creadores de primera línea como, además de los mencionados Mario Espinosa y Gabriela Ortiz, la vestuarista Edyta Rzewuska, la coreógrafa Lorena Glinz y el iluminador Ángel Ancona. Hay que verla.
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