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Hugo Gutiérrez Vega
Notas sobre la novela de la Revolución (IV DE VI)
Al caer derrotada la Convención, Martín Luis Guzmán huyó a España, donde fundó otro periódico... y después vinieron varios más. Una vez me comentó que sus periódicos eran muy católicos; le pregunté entonces: “¿Pero es usted católico?” “No –respondió– lo que pasa es que salen cuando Dios quiere.” Después trabajó en el Heraldo de México, cumplió una serie de cargos públicos y fue secretario de Relaciones Exteriores. Fundó El Mundo, otro de sus periódicos de vida precaria, y se desempeñó como diputado del Partido Cooperativista Nacional de 1922 a 1924.
Martín Luis Guzmán era enemigo de Obregón, quien por cierto tenía una memoria prodigiosa. Cuenta Abigael Bojórquez que el día de la muerte de Ramón López Velarde le comentaron a Obregón que había muerto un gran poeta, desconocido por el entonces presidente; pero le recitaron los casi setecientos versos de “La suave patria” y, cuando llegaron otros diputados para pedirle que les otorgara su permiso de colocar una bandera de luto en señal de duelo por la muerte del poeta, él los recibió y dijo: “Claro, López Velarde, gran poeta”, recitándoles de memoria los versos que acababa de escuchar, causando gran admiración en la comisión parlamentaria.
La enemistad con Obregón se reflejó en su obra. Huyendo de él se refugió en España de 1924 a 1936, se nacionalizó español y allí escribió El águila y la serpiente (1928), una novela testimonial que contiene la memoria de las luchas civiles en México, hechos que vivió y miró con sus propios ojos.
Tras escribir El águila y la serpiente, en 1929 publicó su novela magistral La sombra del caudillo, que se inspira, precisamente, en Obregón. Refleja hechos con los que estuvo relacionado el político. El general Serrano quiso madrugar a Obregón en la candidatura a la Presidencia, pero era la época que Fidel Velázquez describiría como la de la disciplina priísta cuando decía que “el que se mueve no sale en la foto”, y Serrano se movió tanto que no sólo no salió en la foto, sino que lo asesinaron junto con veintitantos correligionarios en Huitzilac; su persecución está muy bien descrita en la película de Julio Bracho, con argumento basado en esta novela. La cinta fue prohibida durante varios años. Guzmán además escribió la biografía de Xavier Mina, Mina, el mozo: héroe de Navarra (1932), y trazó varios guiones más para el cine nacional.
En España fue secretario particular del presidente Azaña. Volvió a México en 1936, donde se dedicó a trabajos editoriales. En 1940 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua. Después escribió Filadelfia, paraíso de conspiradores (1938), luego, Memorias de Pancho Villa (1951) y Muertes históricas (1958) que le valió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lingüística. Fundó la revista Tiempo, fue presidente vitalicio de la Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito y finalmente tuvo una vejez que mi padre describía así: “incendario de joven y bombero de viejo”, ya que terminó felicitando al presidente Díaz Ordaz por acabar con la “revolución comunista” el 2 de octubre de 1968. La obra de Martín Luis Guzmán constituye un momento estelar de la novela de la Revolución.
Tomóchic
Hablemos ahora de otro momento estelar. De la novela pionera de la Revolución que es Tomóchic, de Heriberto Frías, nacido en Querétaro en 1870 y muerto en Ciudad de México en 1925. Frías ingresa muy joven al ejército donde asciende hasta capitán. En 1892 participa como militar en la represión de la rebelión de Tomóchic, un pueblo cercano a Ciudad Guerrero, Chihuahua, donde sus habitantes se levantan en armas contra el gobierno a causa de la expropiación de sus tierras y de la violación de sus derechos para nombrar autoridades; los militares tratan de dialogar para conciliar intereses, pero no logran resolver el conflicto y entonces reciben la orden de acabar con ese núcleo de habitantes. Los matan a todos y queman el pueblo.
Tomóchic no tiene la difusión que debía tener pues se publica por entregas en el periódico El Demócrata entre 1893 y 1895, y de forma anónima. Cuando descubren que el autor es Heriberto Frías, lo expulsan del ejército. Él, enseguida, se dedica al periodismo y a la crítica social. En 1895 es nuevamente encarcelado. En 1896 cambia su residencia a Mazatlán, donde es director del periódico local El Correo de la Tarde, un medio informativo muy importante.
(Continuará)
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