Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de febrero de 2012 Num: 884

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Casanova, libertad
y transgresión

Vilma Fuentes

Reflexiones de un
crítico creador

Ricardo Yáñez entrevista con Sergio Cordero

Efraín Bartolomé canta
Juan Domingo Argüelles

Los usos del lenguaje: nombrar para dominar
Clemente Valdés S.

Ígneo
Raquel Huerta-Nava

Musil, El hombre sin atributos y el filisteo burgués
Annunziata Rossi

Pasolini, pasión de poeta
Rodolfo Alonso

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Orlando Ortiz

¿Intertextualidad, casualidad o realidad?

Hace algunos años, cuando estaba en Filosofía y Letras, la doctora María del Carmen Millán impartía la materia de algo así como Metodología de la investigación. Formó un grupo de alumnos a los que nos puso a trabajar en Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, asignándonos tema a cada uno de nosotros. La idea no me entusiasmó para nada, pues a más de ser un autor mexicano del xix, me tocó trabajar  “la educación”.  Uta, pensé, pero ni modo, hay que pasar la materia.

En aquellos tiempos yo andaba metido con, y era fanático de, autores como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Orwell, Kafka, France, Huxley, Radiguet, Joyce...  en pocas palabras, autores franceses e ingleses. No sé por qué, a los estadunidenses, iconos y paradigmas de mi generación, los comencé a leer mucho después. A los autores decimonónicos mexicanos jamás los había leído ni consideraba importante hacerlo. Es evidente que adolecía de ese mal tan común en los jóvenes que aspiran a ser literatos o escritores o grandes críticos de nuestras letras: lo de afuera es lo único que vale, y si es alguien exótico, “más mejor”.

Como siempre he tenido la buena –o tal vez mala– costumbre de no leer los prólogos, advertencias o presentaciones de los libros, me metí de lleno en la historia de la novela. No abordaré todo lo que podría decir respecto a esa experiencia, sólo que cuando me puse a buscar mayor información sobre la obra y el autor, para hacer mi trabajo final, me enteré de que Relumbrón no era un personaje ficticio, sino basado en –por no decir retrato de–, el coronel Juan Yánez, que en su momento fuera comandante militar en Acatlán, luego mayor del cuartel en Puebla y llegó a ser ayudante de Santa Anna, en alguna de las tantas ocasiones en las que fue presidente este controvertido personaje de nuestra historia. A partir de ese momento comencé a tomar conciencia de que la realidad concreta puede ser un fuerte elemento en la construcción de la ficción narrativa. Podría mencionar otros casos, en los que se ha dado la misma situación: un acontecimiento histórico o un simple hecho cotidiano que da pie a la escritura de una novela las más de las veces buena o excelente, a grado tal que lo fabulado llega a superar narrativamente la historia fundadora.

El caso de los autores en los que se detecta la influencia o presencia de algún autor u obra, más que de la realidad, está bien estudiado y presentado en infinidad de textos sobre intertextualidad. De aquí podríamos decir que casi siempre, por no decir siempre, la influencia se da de un gran autor hacia otro que está comenzando o, en el peor de los casos, hacia otro carente de creatividad, estilo o voz propia. Sería extraordinario que un autor insignificante, desconocido o carente de todo mérito, influyera de alguna manera en un gran autor. Esa sería la premisa, lo que señala el sentido común.

También tenía esa opinión hasta hace unos días, cuando cayó en mis manos The Heroine of Tampico,  novelita decimonónica que tiene como característica ser una de las primeras muestras de la literatura de masas, pues pertenece a las llamadas obras del dime novel, es decir, novelitas de diez centavos, para consumo popular. Llamó mi atención, desde luego, por la inserción de Tampico en el título. La firmaba Harry Halyard, un autor desconocido, tal vez se trate de un pseudónimo, que tiene en su haber otros títulos bastante atractivos: The Chieftain of Churubusco, The Doom of Dolphin, The Heroine of Paris, The Mexican Spy, The Peruvian Nun... en fin, títulos que prometen aventuras en tierras exóticas para los lectores estadunidenses de mediados del XIX. La heroína de Tampico es una historia de amor bastante cursi, en la que del puerto nada aparece, y la mujer resulta ser heroína no porque defienda Tampico, sino porque cuando las fuerzas estadunidenses toman la ciudad, ella defiende a su amado intervencionista y levanta la bandera estadunidense para animar a los invasores. Lo interesante es que además de los títulos mencionados tiene otro bastante sugestivo: Wharton the Whale Killer (publicada en 1848), que casi de manera automática remite a otra novela bastante conocida en nuestros días porque “hasta la hicieron película”. De esa obra, escribe Jillb. Gidmark que puede haber sido una de las fuentes usadas por Herman Melville para su célebre Moby Dick, que apareció en 1851. La curiosidad no me ha llevado a tratar de localizar la mentada obra de Halyard, pero sí a preguntarme: ¿casualidad, intertextualidad o realidad?