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De una telenovela antidrogas de TV Azteca
Encuadre primero: la chica de piel morena se mesa los cabellos, gime, ríe como la vieja tradición mexicana del melodrama dicta que ríen los locos, con rabia de rencores inconfesados y ojos desperdigados. Sólo le falta, para concitar la repulsa madura y jugosa de la teleaudiencia, mostrar una axila sin rasurar o cagarse en los pantalones, pero la tele, ya se sabe, es dama morigerada. Baste explicar someramente que la chica consume drogas, de ahí el comportamiento errático, los arranques de furia, el odio prefabricado que escupe a diestra y siniestra. En una de ésas, le cuelgan una camiseta del PRD…
Encuadre segundo: la abuela de la nena sufre. Llora, le reza a diosito tan mexicano que todo lo cura; a la virgencita que en todo intercede para que los mexicanos porfiemos en ancestral transferencia de responsabilidades. Vagamente aparece a ratos el padre de la muchacha, ese cabrón irresponsable que abandonó el hogar cuando la nena todavía tomaba biberón. Se omite, por obviedades argumentales que no vienen al caso, que el pobre panzón quizá tuvo que irse al otro lado para tratar de ganar un poco de dinero con que mantener a su hija y a su mujer. Ésta, exitosa ejecutiva, se nos hace saber, de “una editorial”, es a su vez una desgraciada que sucumbe a la seducción del trabajo ejecutivo de éxito en lugar de asumir su papel de madre y cocinera (que para eso está la abuela, carajo, y está con gusto: chiquear a la nieta drogadicta es su vocación), así que está en casa poco y mal. Además, se nos avisa de refilón, es aficionada “a los calmantes”. Si como tratamiento supervisado por un médico, pues ya no es relevante. Es independiente y exitosa y, como se ha dicho, trabaja “en una editorial”. Al final quizá va a estar el cogollo del mal en los demasiados libros…
Encuadre tercero; la chica tiene novio. Mala cosa. El novio la induce a consumir. Ella es joven, rebelde, inexperta y ansía cariño (adolece de información y, según se ve, de la más elemental formación de fuerza de voluntad), así que accede y zas, consummatum est, se la lleva la fregada. Nunca la vemos inhalar coca, nunca la vemos inyectarse heroína, ni la vemos fumar piedra, ni cruzarse con vodka y pastas. La vemos, eso sí, fumar ávidamente algo que parece ser lo que en argot callejero se conoce como churro. Un gallo, un pasón, un porro. Le quema las patas al diablo, la cola al zorro, zacatito pal conejo. Se ahúma las ideas. Se atiza porque anda eriza. Quema mota. Fuma marihuana, pues.
Cuarto encuadre que contiene final con moraleja: la chamaca inconsciente. Ya no supimos si fue por fumar la cosa esa o porque se atascó con otra porquería (porque todas las drogas son porquerías). Pero está en coma, demacrada, hasta un poco sucia. La abuela llora, la madre llora, el padre vuelve y llora, el novio llora. Todos confiesan su parte de culpa. La familia mexicana es un muégano dulcemente confesional. Corte a: la nena despierta. El novio como el Romeo shakespeariano, mientras su Julieta yacía víctima de la ponzoña, apura un trágico final con las drogas como móvil y vehículo de una muerte trágica y lamentable. Pobrecillo. Tenía toda la vida por delante, aunque nunca nos haya quedado claro si era hostigado, si de niño sufrió alguna clase de maltrato o simplemente era un subproducto generacional del México consumista, mezquino y pragmáticamente neoliberal (y de derechas) de hoy: a lo mejor ni trabajaba ni estudiaba. Pero se drogaba y, según parece, al final del túnel de las drogas siempre aguarda la muerte.
Encuadre último: la chica arrepentida, el padre arrepentido, la madre también. La abuela rezandera parece decir “se los dije”. La muchacha admite que buscaba atención, figurar. Pide perdón “por haberse envenenado el cuerpo”.
Nadie explica qué es el cannabidol, ni lo compara con otros alcaloides ni mucho menos con el alcohol. Nadie menciona el tabaco. Nadie explica nada. Parecería que todo se cifra en un acto de fe, en un dogma a los que sabemos que son tan aficionados los dueños de la televisora. Ya no sabemos si se trata sólo de un guiño a la guerra perdida de Calderón contra los cárteles.
Y al final los telespectadores, pueriles que somos, nos quedamos con más preguntas que respuestas, pero con una clara noción: mejor ni preguntar, si al fin y al cabo todas las drogas son veneno…
¿Y después del episodio, algún documental informativo sobre el consumo de drogas, alguna estadística oficial, algún posicionamiento del gobierno?, qué va, hombre. Madonna. El Superbowl. Que quedó Chepina. Que el mundo sigue su marcha…
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