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Corason, dos décadas latiendo
Leyendo los textos introductorios de El Gusto, 40 años de son huasteco (Corason, 2011), vamos cayendo en la cuenta de algo curioso: fue por el año ’62 cuando el bioquímico Eduardo Llerenas visitaba la Asociación Mexicana del Folklore en casa de Beno Liberman, para escuchar son. Fue en ’72 cuando se decidió a viajar por las comunidades huastecas para grabar junto a Beno, Carlos Perelló y Enrique Ramírez a un montón de grupos en su estado original. Fue en el ’92 cuando finalmente estableció su proyecto discográfico al lado de la periodista inglesa Mary Farquharson. O sea que, haciendo cuentas, en este año 2012 no sólo se cumplen cuatro décadas de sus primeras reuniones y tres de sus primeras grabaciones, sino dos del nacimiento de Corason, uno de nuestros más importantes proyectos sonoros.
Sí, dijimos “nuestros”, porque Llerenas y Farquharson han dejado registro de buena parte de lo que somos a la distancia de la urbe, de lo que se mantendría oculto o resguardado por especialistas e instituciones de no haber visto la luz gracias a Corason. Es por ellos que salieron las primeras y legendarias colecciones de son huasteco y por ellos es que hoy podemos escuchar una tercera entrega bellamente editada (libro-disco) con cuarenta y cuatro temas inéditos interpretados por numerosos conjuntos que van de Los Camperos de Valles (conocidos por sus giras internacionales, colaboración con los Chieftains y grabaciones en Radio France y estudios de Peter Gabriel) a El Chicamole (proyecto que escribe nuevas letras para viejos sones), pasando por Los Caporales, Los Cantores de la Huasteca, Los Camperos Huastecos, el Trío Huasteco de Pánuco, Los Canarios, Los Camalotes, Perla Tamaulipeca, Inspiración Huasteca y tantos más.
Ahora bien, revisando el listado de canciones podemos notar que sones como “El sacamandú”, “El fandanguito”, “El llorar”, “La leva” y otros, se repiten dos o tres veces por distintos músicos o hasta por el mismo grupo. Esto no puede tomarse a mal. Lo primero que debemos entender es que la música de son tiene un repertorio más o menos limitado y, en segundo lugar, que siempre cambia dependiendo de quién lo toque, cuándo y en qué circunstancias. Ello nos da la oportunidad de valorar una composición de nuevas formas y pone a prueba a quienes la abordan, pues podemos compararlos con otros. Pensemos en los estándares de jazz o en piezas emblemáticas del blues; se trata de estructuras populares preestablecidas dentro de las cuales cada músico puede encontrar su propia voz, la libertad del juego, la variación y la creación espontánea.
Otro asunto interesante y encomiable es el de la evolución de los “registros de campo” que Llerenas y amigos fueron realizando al paso de los años. Hablamos de tres jóvenes con formación científica y de un músico, por lo que las aspiraciones sobre una buena calidad de grabación estuvieron siempre presentes. Prefiriendo locales de tierra y adobe por encima de construcciones modernas, el equipo viajaba horas hacia el norte veracruzano, por ejemplo, para convivir con músicos ignotos y preparar habitaciones con la mejor condición acústica posible a base de colchones. Así, a cambio del pago semejante al de una contratación normal, los grupos acordaban firmar su permiso para que algún día los registros nacieran en disco. Nadie imaginaba entonces lo que ocurriría después con la tecnología y los formatos digitales, con los estudios portátiles e internet.
Paso natural, una vez que se estableció Corason y que vino el boom del Buena Vista Social Club, uno de los últimos oasis económicos antes del desmoronamiento de la industria discográfica, Llerenas y Farquharson extendieron su horizonte y se interesaron por los sonidos de África, por los Balcanes, por hacer alianzas valiosas con sellos como World Circuit, con productores como Nick Gold y Ry Cooder, con festivales dentro y fuera de México, por lo que su labor se transformó, pasando de ser simples melómanos “grabadores” a ser productores y verdaderos impulsores de nuevos proyectos que no sólo preservan el pasado sino que dan vida al futuro.
Para ellos está claro que se debe respetar la fotografía sónica que se toma en cada momento; que no se debe atentar contra el lento flujo de una tradición introduciendo nuevos instrumentos o géneros de manera forzada. Empero, también están abiertos a lo que los propios músicos han propuesto al paso del tiempo, conforme más se conectan a la comunidad global. Esto significa que han sabido ser compañeros y cómplices de quienes viven en las comunidades sin degradar su oficio. Por ello, por esta búsqueda en la que nos han incluido a todos, extendemos nuestra felicitación a Discos Corason, pulso señero de nuestro sistema cardiomusical. Salud.
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