Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de febrero de 2012 Num: 884

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Casanova, libertad
y transgresión

Vilma Fuentes

Reflexiones de un
crítico creador

Ricardo Yáñez entrevista con Sergio Cordero

Efraín Bartolomé canta
Juan Domingo Argüelles

Los usos del lenguaje: nombrar para dominar
Clemente Valdés S.

Ígneo
Raquel Huerta-Nava

Musil, El hombre sin atributos y el filisteo burgués
Annunziata Rossi

Pasolini, pasión de poeta
Rodolfo Alonso

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Los usos del lenguaje:
nombrar para dominar


ADW. El Sr. Monopoly arrestado por policías

Clemente Valdés S.

El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades, el asesinato respetable, y dar la apariencia de solidez al viento.
George Orwell

En uno de los muchos ensayos que escribió Bertrand Russell sobre el lenguaje hay dos párrafos de su libro My Philosophical Development que resultan especialmente interesantes, pues tratan de las grandes palabras con las que se pretende asegurar y legitimar la dominación sobre los pueblos: el Estado, la Patria, la Nación, la Soberanía, la democracia, la representación democrática y otras frases, vocablos y fantasías políticas sin sentido.

Uno de esos párrafos empieza señalando lo siguiente:

Los filósofos y las gentes pedantes tienden generalmente a vivir una vida dominada por las palabras, e incluso a olvidar que la función esencial de las palabras es tener una relación de una clase u otra con los hechos, que, en general, no son lingüísticos. Algunos filósofos modernos han llegado tan lejos como a decir que las palabras nunca debieran confrontarse con los hechos, sino vivir en un mundo puro, autónomo, donde solamente fueran comparadas con otras palabras. [...] Esta es una de esas opiniones tan absurdas que solamente hombres muy doctos pueden adoptarlas.

Un poco más adelante, en el mismo ensayo, Russell nos recuerda:

Las palabras, desde las más remotas edades de que tengamos noticia histórica, han sido objeto de temor supersticioso. El hombre que conocía el nombre de su enemigo podía adquirir mediante aquél poderes mágicos sobre él. Todavía actualmente usamos frases como “en el nombre de la Ley”. En este sentido podemos estar de acuerdo con el enunciado según el cual “En el principio fue la Palabra.”

El enunciado al que se refiere Russell en la última frase del párrafo que antecede es el prólogo o el capítulo sobre La Palabra, con el que empieza el llamado Evangelio según San Juan, en el cual en algunas de las versiones de la Biblia en español se ha sustituido la expresión “la Palabra” por “el Verbo”, pero que en cualquier forma glorifica el lenguaje al grado de identificarlo con Dios: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas y nada de lo que se hizo existe sin ella.”

La fuerza de las palabras

El famoso relato del Evangelio pretende recrear la fuerza inmensa de las palabras. Es el camino de la fantasía que había presentado Platón y que, muchos siglos después, retomaría Hegel: “El Estado es voluntad divina como Espíritu presente que se despliega en la forma real y la organización de un mundo.” Las palabras son el poder divino; de ellas surge la realidad en la medida en que les atribuyamos conceptos. Los conceptos (las ideas) deben regir la realidad puesto que son eternos, mientras los seres humanos son transitorios. Las palabras con las que se describen los hechos y las necesidades básicas de los seres humanos carecen de importancia:

Todo lo que no es realidad postulada por el concepto mismo, es existencia pasajera, accidentalidad externa, opinión, apariencia inesencial, falsedad, engaño. [...] El Estado es la realidad de la Idea ética; es el Espíritu ético en cuanto voluntad manifiesta, clara para sí misma, sustancial, que se piensa y se sabe, y que cumple lo que sabe y cómo lo sabe. [...] Los individuos tienen como deber supremo ser miembros del Estado.

Las palabras eternas, las que utiliza la verdadera filosofía, son las que designan conceptos espirituales (abstractos) que son divinos y permanentes.

Es así como adquieren fuerza muchos conceptos imaginarios que no son sino palabras detrás de las cuales no hay nada, o que, en el mejor de los casos, son sólo conceptos que significan poder, aunque ese poder sea simplemente el que tienen los hombres que las inventan, las usan y las aplican, y que valen tanto como valga el poder real que tengan los hombres que las invocan. Esto puede verse claramente cuando el poder real de esos hombres se enfrenta al poder real de otros hombres del extranjero que imponen su propio “Estado” o su “soberanía” a los grupos dominantes locales que no tuvieron la fuerza para defender sus posesiones, y éstas pasan, así, junto con las palabras que las designan, al dominio de los más fuertes que las anexarán a sus leyes o a sus constituciones como “Estados asociados”, “protectorados” o “territorios ocupados”.

Es así también como los “Estados soberanos”, cuyos soberanos reales son los hombres que dominan a las poblaciones que se encuentran en esos lugares, igual que sucede con las empresas que se presentan como personas morales, cuando el control sobre las mismas pasa de un grupo interno a otro, en ocasiones siguen usando el nombre, la palabra y el concepto de la misma organización, pero ésta es propiedad de los nuevos dueños, o bien los nuevos dueños le cambian el nombre y el título que le pusieron los dueños anteriores al negocio por alguno que les parece más efectivo o más sonoro, aunque la operación y el propósito del negocio sean los mismos. Una república de mercaderes, como era Florencia, cambia de fachada y se convierte, después de la crisis financiera de 1340, en un ducado que encabezó Walter de Brienne; poco después vuelve a verse como república por lo menos hasta 1382, pero a partir de entonces el título del dominio casi desaparece y sólo se le conoce como Florencia. Más tarde, alrededor de 1429, la organización florentina es gobernada por la oligarquía dirigida por Rinaldo degli Albizzi y en 1434 Cósimo de Medici (el Viejo), el más importante de los banqueros florentinos, empieza a fungir como jefe político. Desde entonces se suceden los Medici en el poder, en una situación en la que ellos y sus enemigos, todos con pretensiones de nobleza, se presentan como republicanos.

“Democracia”, “libertad” y “soberanía” del Congo Belga

Probablemente el ejemplo del Congo Belga es uno de los que mejor ilustran la falsedad de las palabras y sus conceptos para explotar a los habitantes y los recursos naturales de distintas regiones. En 1880, el rey Leopoldo II de Bélgica crea una compañía de su propiedad a la que le pone por título Estado Independiente del Congo (État Indépendant du Congo) con el propósito de explotar el territorio y a los habitantes que en él vivían. Cinco años más tarde, la empresa privada de Leopoldo es reconocida por los criminales gobernantes europeos en la Conferencia sobre África Occidental como un “Estado libre” del cual Leopoldo era el soberano. Después, en 1908, ese territorio y su población pasan a ser propiedad del gobierno de Bélgica. El Congo Belga deja de ser Estado, deja de ser ficticiamente independiente y después libre y se convierte, por una carta colonial, en El Congo Belga. En 1960, el gobierno de Bélgica acepta una independencia aparente para explotar el territorio y la población de manera más provechosa, y la entidad colonial que había pasado por tantos nombres se convierte entonces en una república (República del Congo), de la cual un asesino de nombre Mobutu se proclama presidente en 1965. En 1971 nuevamente se le cambia de nombre al lugar y empieza a llamarse República de Zaire. En la actualidad, a esa “República”, gobernada por otros asesinos, se le ha agregado, desde 1997, el calificativo “democrático” y se llama República Democrática del Congo.

Nombrar para someter

En las sociedades del mundo antiguo, en buena parte para explicarse los fenómenos de la tierra y de los cielos, los sacerdotes de las distintas religiones inventaron dioses, semidioses y héroes que regían el universo. Después se inventaron otras mitologías de seres igualmente inmateriales e invisibles que no tienen como propósito explicar los fenómenos naturales ni la existencia de los cuerpos celestes, sino algo mucho más mundano: asegurar el dominio de los hombres que gobiernan, los cuales, bien pronto, se asocian con los grandes empresarios para explotar mejor a la población. En los últimos tiempos, estos aliados son los hombres que desde sus empresas, igualmente invisibles –se dice que son personas morales, aunque no es la moralidad de sus dueños lo que las distingue–, son quienes controlan las finanzas, la energía, las grandes industrias y las telecomunicaciones en cada uno de sus países y en todas partes del mundo.

Los hombres que dominan a sus pueblos conocen muy bien la importancia de las palabras para someter a las poblaciones. Algunas, como patria, nación y Estado, son vocablos con los que se designan entes indefinidos puramente imaginarios, en cuyo nombre se pueden justificar todas las atrocidades. Otras, por ejemplo república y democracia, son máscaras que evocan formas de gobierno con las cuales se disfrazan los pequeños grupos que explotan y viven del trabajo de los demás. Otras más, finalmente, son expresiones que de muy diferentes maneras sirven para controlar a los pueblos. Es el caso de soberanía, estado de derecho y representación política, instauradas y manejadas por los grupos privilegiados que, directa o indirectamente, hacen las Constituciones y las leyes.

El poder sobre los hombres a través de palabras que evocan dioses, espíritus absolutos, entes imaginarios, falsas formas de gobierno y frases políticas sin sentido, ha sido, desde tiempo inmemorial, uno de los fenómenos más absurdos y más extraños en la historia de la dominación. Por el prestigio que los hombres que tienen el poder le han dado a ciertas palabras que representan conceptos vagos o inexistentes, así como por la sacralización que han hecho de esas palabras, éstas se han convertido en los cimientos ideológicos más efectivos para dominar a los pueblos.