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Orlando Ortiz
Discrepancias
Allá por la década de los sesenta o setenta del siglo pasado (para más precisión), que un escritor o intelectual declarara algo “incorrecto” de índole política o social, de inmediato suscitaba una serie de artículos, ensayos o declaraciones censurando tales conceptos.
Recuerdo aquella polémica que se dio entre Óscar Collazos y Julio Cortázar, en la que participó también Mario Vargas Llosa y tal vez algotro escritor o intelectual peso pesado de aquel entonces, no lo sé. Todo surgió a raíz de un artículo publicados por Collazos en la revista Marcha, de Montevideo, a fines de 1969. Cuestionaba (¿censuraba?) a los escritores latinoamericanos que se apartaban del realismo y, desde su punto de vista, imitaban a los autores europeos y estadunidenses. Para explanar su tesis aludía a 62, modelo para armar, de Cortázar, y antes de eso citaba un pasaje de La vuelta al día en ochenta mundos, en el que Cortázar escribió: “Alguna vez se me dio la gana de perder una noche en San Martín y Corrientes, o en un café de Saint-Germain-des-Prés y me entretuve en escuchar a algunos escritores y lectores argentinos embarcados en esa corriente que estiman ‘comprometida’ y que consiste grosso modo en ser auténtica (?), en enfrentar la realidad (?), en acabar con los bizantinismos borgianos (resolviendo hipócritamente el problema de su inferioridad frente a lo mejor de Borges), gracias a la usual falacia de valores de sus tristes aberraciones políticas o sociales para disminuir una obra que nada tiene que ver con ellas.” Transcribí estas líneas sólo para mostrar lo “grave” y políticamente “incorrecto” que era reconocer el valor de la obra de Borges y más todavía colocarla por encima de la posición y textos de desmedrados escritores cuya virtud, en el mejor de los casos, era “estar comprometidos”. Aunque, como escribiera el propio Borges (citado por Collazos en la contrarréplica al texto de Cortázar): “Quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas suelen referirse a doctrinas contrarias a las suyas.”
Este tipo de controversias eran frecuentes en aquellos tiempos. Se hablaba de escritura comprometida, de canciones de protesta, de intelectuales orgánicos, de la gran interrogante: ¿literatura en la revolución o revolución en la literatura?, literatura proletaria, escritores burgueses o vendidos al imperialismo, y qué sé yo cuantas cosas por el estilo. El debate era frecuente, por no decir continuo.
Recordé lo anterior a propósito de lo que declarara Ricardo Piglia en Gijón, donde estuvo para recibir el premio a la mejor novela negra. Expresó su desacuerdo con los escritores que le hacen el juego a la prensa con declaraciones ligeras sobre todo lo que les preguntan, y añadió: “Los intelectuales deberían hablar de política desde su campo específico; es decir, la venta y distribución de los libros, la relación entre los medios y la cultura, la respuesta de los lectores.” En principio me sorprendió tal reduccionismo, pues creer que un intelectual sólo debe saber de literatura es alarmante, más todavía cuando a lo largo y ancho de la historia de la literatura encontramos muchísimos ejemplos de escritores que saben de otras muchas cosas, entre ellas de política. Aunado a lo anterior, también me sorprendió que no aparecieran notas o artículos señalando ese lapsus de Piglia. ¿Será que ya a nadie le importa lo que se dice y donde se dice? ¿Cuál habría sido la reacción de Martí, de Rómulo Gallegos, de Juan Bosch, de Revueltas, de Malraux?
Discrepo también de algo que expresó Eduardo Buscaglia, del Instituto de Acción Ciudadana para la Justicia y la Democracia, en el sentido de que “no son libritos sobre la mafia, los abracitos con el presidente o los besitos con ministros (evidente alusión a Javier Sicilia) lo que hace que la red sea exitosa, sino llevar una contabilidad exacta de cuántos niños han salvado o cuántos migrantes han protegido.” En primer término, es cuestionable que privilegie lo cuantitativo sobre lo cualitativo, que la “eficacia” de la lucha por la paz y contra la violencia indiscriminada que asuela el país sea cosa de contabilidad y no de acciones concretas. Por otra parte, con tal aseveración se excluye “todo lo que no haga yo o los míos”, cuando el frente de lucha debería ser incluyente y por todos los flancos, no únicamente, como privilegia Buscaglia, por el lado de las redes sociales. Estas son valiosas, pero a largo plazo; su eficacia es preventiva e inestimable, pero aquí y ahora hay problemas mucho muy serios de violencia, de horrores y crueldad. No es hora de descalificar a los compañeros de viaje.
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