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Verónica Murguía
El hábito y las costureras
Para Gaby Damián
Hace poco me topé con un ensayo fotográfico de Anthony Karen titulado La costurera del Klan. En esa inquietante serie de fotografías se puede ver lo siguiente: una señora mayor, de aspecto benévolo y dulzarrón, le prueba una capucha roja a un muchacho. La señora, perdón, señorita, se llama Ruth. Se enorgullece de coser una bata diaria, con la capucha correspondiente, y las bendice cuando las termina, antes de entregarlas al cliente. Trabaja de diez a doce horas al día, siete días a la semana, consagrando sus nada despreciables energías a tener bien vestidos (si a uno le gusta el modelito del Klan, que mezcla la capucha del verdugo con el sambenito del quemado y le añade parchesitos como de scout en los hombros y el pecho) a los miembros del Ku Klux Klan.
Otra foto presenta un alambre del que cuelgan, ya terminadas, varias batas blancas con escudos que proclaman “Estado de Louisiana” y (daría risa si no diera miedo y asco) “Caballeros del bayou.” En la más perturbadora aparece un niñito rubio al que la mamá le pone su mini capucha. El niñito sonríe, con carita de ángel. Otras fotos muestran un ambiente idílico, femenino, doméstico: máquinas de coser, dedos que hilvanan, la señorita Ruth registrando las medidas que le envía un cliente. Nuestra costurera tiene tres ayudantes, una hija enferma, le gustan los animales –a Hitler le encantaban también, qué barbaridad, pobres animales–, odia a los negros, a los judíos, a los mexicanos y a los católicos. Perdón, se me fue: a los homosexuales también. Si uno quiere una batita del Klan, la puede ordenar por internet. Cuesta 140 dólares. Bueno, la de Cíclope Exaltado (de veras, así se llama), el puesto más alto en la jerarquía klánica es un poco más cara, pues está hecha de satín rojo. Basta con poner las medidas en un formato y depositar. En un mes recibirá su prenda.
Según la señorita Ruth, el Ku Klux Klan es una organización nobilísima, incomprendida y calumniada por la prensa. Además, en el sitio de internet del kkk venden calcomanías, joyería y tazas de café, todas con logotipos y nombres tontos, como los “Kaballeros de las Kamelias”, lo que prueba que son gente muy amable y creativa.
Del otro lado del espectro social y cultural me encuentro con que las inefables hermanitas Mulleavy, diseñadoras de la línea Rodarte, a cuatro mil dólares el vestido, “asesoraron” a la marca de cosméticos m. a. c. para crear una colección de maquillaje para el otoño de 2010, titulada, agárrense: “Maquiladora.”
¿Cuál fue la inspiración para este par de tontas? Las asesinadas de Juárez. Dicen, las señoritas, con la misma sensibilidad que la señorita Ruth –aunque las hermanas Rodarte se ofenderían, me temo, si alguien las comparara con una suprematista de derecha, aunque el parecido es obvio– que estuvieron en Texas y en México en un viaje lleno de inspiración y visiones suscitadas por la etérea belleza del paisaje y la gente de la frontera; que el sugestivo ambiente de Ciudad Juárez les reveló los nombres de los productos: “Quinceañera”, “Pueblo fantasma”, “Juárez”, “Pueblo fronterizo”, “Maquiladora” “Sonámbula.” “Pensamos en mujeres que se visten y salen a trabajar cuando todavía está oscuro”, declaran las hermanitas Mulleavy. El póster de la colección de ropa que antecedió a la de maquillaje muestra una modelo que parece una calaca enharinada frente a una sombra amenazante y sangrienta.
Que cientos de obreras jóvenes pobres e inermes hayan sido asesinadas y sus cuerpos tirados en el desierto, no es algo que haya incomodado a este par. Ya antes habían presentado una colección de ropa con el mismo tema, y Natalie Portman, tan bonita y tan taruga, dijo que “era de veras una colección hermosa, con esa luz, y los zapatos, y el maquillaje fantasmal”.
Lo bueno es que siempre hay quien piensa, se enoja, levanta la mano y pregunta qué demonios es eso. Fueron tantas, en blogs especializados en moda, que las Rodarte pidieron una disculpa, cambiaron los nombres a sus rubores, bases, sombras para los ojos y barnices de uñas. Van a dar cien mil dólares a una ong en Juárez, aunque todavía no deciden cuál.
Lo más triste fue comprobar que los comentarios más canallescos que aparecieron en los blogs fueron sobre todo de mexicanas, sí, mexicanas, que presumían su poder adquisitivo y su indiferencia ante el feminicidio en Juárez.
Eso, lo siento mucho, es una forma idiota de complicidad.
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