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Guerra
Dicen que para pelear se necesitan dos. Unos de un lado y otros del otro. Dos bandos. Así son las guerras. Así han sido desde que hay hombre y tierras por las que luchar. En las guerras, pues, hay que tomar partido, si uno quiere luego beneficiarse de las ganancias, cuando se gana, o, por el contrario, lamerse las heridas con orgullo, cuando se pierde. Los espectadores –esos que quieren quedar bien con tirios y troyanos– valen un pepino. No existen y así como no se obligan con nada ni con nadie, abiertamente, así tampoco tienen el derecho de recibir ni un tamal del manjar. En las guerras alguien gana y alguien pierde, eso está claro. Nadie se dé por asombrado, pues. Así son las guerras. Así han sido desde que hay hombre y tierras por las que luchar. Los que ganan, arrasan con todo, desde ahora es todo suyo lo ganado y pueden sentirse orgullosos del triunfo. Los que pierden, quedarán con una estaca clavada en el pecho y buscarán por todos los medios que los ganadores caigan en un abismo. Aparte de que las guerras nunca terminan –son eternas como el odio humano–, en ellas no se debe tener nunca compasión por el oponente. Aquel que llegue a sentir compasión por su oponente debe plantearse mejor la posibilidad de ser madre carmelita y no soldado, porque de lo contrario tiene ganada la derrota. Así son las guerras. Así han sido desde que hay hombre y tierras por las que luchar. |