Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de julio de 2010 Num: 803

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Del Café Tortoni
al Café de Flore

ALEJANDRO MICHELENA

Otra hoja en blanco incompleta
JUAN BAJAMAR

Saint-Pol-Roux,
el mago de Bretaña

RODOLFO ALONSO

Saki y la carga de la infancia
GRAHAM GREENE

Saki
Los entrometidos

La potencia de lo real
RICARDO VENEGAS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Muecas perversas o la careta histórica (I DE II)

En memoria de Juan Hernández Luna: salud, Caifán

El poder en México tiene aristas que busca esconder y para ello suele cobijarse en la televisión hasta el ridículo soez. Así como quizá repetir una mentira logra torcer la realidad, omitir verdades debe borrar tragedias. La televisión se ha ocupado de ocultar a la opinión pública cómo México estuvo y está sometido a un escenario de guerra sucia contra manifestaciones de descontento que van de la disidencia partidista a la insurgencia armada, llegando al extremo aberrante de criminalizar la protesta social en un país con índices brutales de miseria. La guerra sucia de los años sesenta, setenta y ochenta mudó el estilo y se volvió de aparente baja intensidad durante los mandatos tecnócratas y de presunta alternancia, pero allí sigue: operativos del ejército que, con el pretexto de la lucha al narco, agreden a grupos indígenas; ataques de grupos paramilitares a comunidades y organizaciones disidentes y una amplia estrategia de intimidación que se traduce en sinnúmero de atrocidades y errores, violaciones flagrantes a los derechos humanos que llegan hasta a simular un ataque de la delincuencia organizada: allí los homicidios de estudiantes en Monterrey por parte de soldados que pretendieron criminalizar a las víctimas, primero sembrando evidencias falsas y escondiendo las pruebas de su fechoría después.

El crimen de Estado viaja con pavorosa agilidad de la amenaza legaloide a la golpiza, la tortura y la masacre. En la tele, de eso poco o nada. Desde el triste papel de Jacobo Zabludovsky el 2 de octubre de 1968, hasta las encendidas defensas que otros palafreneros del régimen en turno hacen de los abusos de los estamentos gubernamentales contra la disidencia, como los berridos de Pedro Ferriz, lo que hay es una espesa cortina de humo con bengalas y oropeles, una programación televisiva que facilita el encauzamiento suavizado del ideario colectivo y una terriblemente larga lista de gente dedicada a golpear, desaparecer, asesinar, violar y aterrorizar a cualquiera que se oponga a los designios del sistema. Contadísimas excepciones en televisión hay que den cuenta de los crímenes de Estado en México, desde el 2 de octubre hasta las asesinadas de Juárez o la masacre de Villas de Salvácar. Carlos Montemayor, en su espléndido La violencia de Estado en México, rescata con toda justeza los trabajos documentales del Canal 6 de Julio que, desde luego, nunca vieron la pantalla en Televisa o en TV Azteca, ese par de inconmensurables pilas de basura mediática que mantienen absorta a la mayor parte del teleauditorio mexicano. Así, callando abusos, desmintiendo a las víctimas, omitiendo mencionar el descubrimiento de fosas comunes o los testimonios de los supervivientes de la guerra sucia en México y hasta obviando las confesiones estremecedoras de algunos de los perpetradores, la violencia del Estado obtiene el obsequio flagrante y lesivo de la impunidad. Quienes no murieron tranquilos, sin dar cuenta de su brutal quehacer –como Fernando Gutiérrez Barrios, Marcelino García Barragán o Arturo Durazo– allí siguen, simulando respetables abuelos, padres de familia, secretos vecinos que a pesar de las manos llenas de sangre van por ahí como si nada, con nombres y apellidos, y si como Alfonso Martínez Domínguez algunos purgaron cortas sentencias, casi nadie en México ha sido acusado de crímenes de lesa humanidad, del genocidio sistematizado en que se emplearon gustosos funcionarios de toda estofa como Miguel Nazar Haro, José Zorrilla, Jorge Téllez Girón, Alberto Guadalupe Estrella, Juventino Prado, Juan Rafael Moro, José Salomón Tanús; los militares Luis de la Barreda Moreno, Arturo Acosta Chaparro, Manuel Díaz Escobar Figueroa (el que formó a los infames Halcones), Francisco Quirós Hermosillo, Crisóforo Mazón, Miguel Ángel Serrano, Marcos Cavazos, Francisco Sahagún Baca, quien fue director de investigaciones para la prevención de la delincuencia; Rodolfo Bonilla Rodríguez, Leonel Arroyo Téllez, Rogelio García Castillo, Juan Hernández Rico, Raymundo Guerrero Ayala, Roberto Rodríguez Núñez, Rodolfo Blanco Rodríguez, Ricardo Viveros Rodríguez y Wilberto Manuel Bravo, Florentino Ventura –el infame ex director de la Policía Judicial Federal–, Jesús Miyazawa, los coroneles Luis Montiel López y Guillermo Álvarez Nahara, Jesús Godoy García, Roberto Prieto Landeros, Fernando Ruiz Santini y Rafael Rivera González, y gente como Javier Coello Trejo, Enrique Álvarez del Castillo y el resto de las violentas jaurías que trabajaron de represores para el gobierno.

(Continuará)