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Otra hoja en blanco incompleta
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Otra hoja en blanco incompleta
Ilustración de Huidobro |
Juan Bajamar
La hoja en blanco es como la tela. ¿Se convertirá en unos buenos pantalones, una camisa, una cortina? Uno nunca sabe en qué terminarán las palabras balbuceantes que comienzan a llenar el espacio inexplorado del vacío, las palabras con las que se taladra el tiempo presente y se abre camino entre la nada del futuro. Uno ignora hacia dónde irán estos signos, sobre todo cuando uno no tiene idea. O la fuerza. Porque el problema a veces no estriba en que uno sea capaz de empezar a examinar un tópico, sino de finalizarlo apropiadamente.
De continuo, por mi vocación de escritor (que pide mucho y da poco), me ocurre que me lanzo a desglosar los temas más actuales, las ideas más soberanamente viejas y palpitantes, las causas primigenias de la situación que nos tiene así y simplemente todo comienza a volverse inabarcable. Hijo de mi tiempo, quiero terminar las cosas de sopetón, soltar la verdad fundamental, global, rotunda; nombrar los largos principios y tramas oscuras en una estrecha frase de fácil comprensión y de las suficientes cualidades mnemotécnicas para anclarse en la mente de alguno y después poder avanzar a otra cosa. Supongo que ese deseo de elipsis proviene de una educación completamente enajenante que exige una atención dividida. Como cuando, desocupado, uno se brinca de un canal a otro y no encuentra nada pero no apaga la televisión y le dedica media hora o más a retazos de programas, comerciales y engañosos discursos de políticos.
A mí lo que me ocurre de continuo es que no alcanzo a tener el don de ciertos escritores que desarrollan sus ideas en una sola frase sublime. Yo voy dando bastonazos de ciego, me regreso para mejor explicarme, o como dijera el genial Monsiváis, “para mejor oscurecerme”. Pero luego veo la hora en el reloj y avanza impía sin que yo, en vez de estar aquí, sentado, agradablemente borracho, escribiendo esto en la soledad, pueda salir mejor a conocer a una chica. Y la idea, la sencilla idea de explorar una idea, comienza a ser una carga, una roca que uno empuja sabiendo que se le soltará antes de llegar a la cima, al clímax.
Por eso, para mí, a pesar de que en el camino de regreso a mi casa haya elaborado todo un discurso mental que quizá alguien necesita leer y aprender, la hoja en blanco es una maldición y apenas si me atrevo a embarrarle palabras porque estoy seguro que no las terminaré y mi vocación pedagógicamente horaciana, lúdica, quedará incompleta. Porque yo sé que...
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