Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de julio de 2010 Num: 803

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Del Café Tortoni
al Café de Flore

ALEJANDRO MICHELENA

Otra hoja en blanco incompleta
JUAN BAJAMAR

Saint-Pol-Roux,
el mago de Bretaña

RODOLFO ALONSO

Saki y la carga de la infancia
GRAHAM GREENE

Saki
Los entrometidos

La potencia de lo real
RICARDO VENEGAS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Javier Sicilia

La Iglesia del silencio o la perversión de la institución

Tal vez, desde la revolución francesa, cuando Voltaire la llamó “La Infame”, la Iglesia, en tanto cosa social, es decir, en tanto institución, no había sido tan duramente golpeada como hoy. La puesta al desnudo de los actos de pederastia y de sus encubrimientos, y la manera en que, a pesar de la humildad con la que Benedicto XVI ha afrontado el problema con su carta a la Iglesia de Irlanda, no la han dejado bien parada a los ojos del mundo. Lo odioso de ella no son tanto sus faltas –¿quién no las tiene y qué institución no procede siempre ocultándolas y defendiéndose ante su desnudez?–, sino que esa cosa, esplendente y magnífica, que se presenta como la depositaria de la fe de Occidente, que defiende la más alta norma moral y que, a partir de ella, ha sido muy dura con su feligresía y el mundo, repentinamente se descubre llena de horrendos pecados que, en nombre de lo que dice ser y representar, no ha dejado de encubrir, disfrazar, ocultar. Lo odioso de ella es la dimensión de su escándalo.

No quiero entrar en su defensa esgrimiendo su otro rostro –el espiritual– que el escándalo vela y del que he hablado en otras partes,sino, en medio de las denostaciones y de la indignación, preguntarme nuevamente: ¿por qué la realidad social de esa cosa ha sido más poderosa que la dimensión de la fe y de la caridad que custodia?; ¿qué hay en su condición de cosa social que la ha corrompido tan duramente?


Fernando M. González

En otros escritos, siguiendo a Iván Illich, he respondido a esta pregunta analizando su condición de institución –prototipo de las instituciones modernas de los Estados laicos. Sin embargo, la aparición de La Iglesia del silencio (Tusquets 2009), de Fernando González, ha agregado a mi mirada algo más: el análisis de los mecanismos con los que la institución opera. Al aplicar categorías psicoanalíticas sobre dos momentos fundamentales de la vida de la Iglesia mexicana –la posición de la institución clerical durante la guerra cristera y las maneras en que los Legionarios de Cristo han procedido frente al caso Marcial Maciel–, Fernando González hace evidentes las formas en que los individuos ponen entre paréntesis sus convicciones más profundas –que están en la base de la institución misma– para defender el poder propio de esa misma institución. Bajo la estructura perversa de la institucionalización con la que desde Constantino la clerecía ha buscado preservar el mensaje evangélico, la conciencia católica ha terminado por confundir a la institución con su substancia y, en consecuencia, a los seres humanos, que viven de esa substancia, con objetos utilizables al servicio de la propia institución. Así, con la minuciosidad del historiador, González nos va desentrañando los mecanismos mediante los cuales la institución clerical mantuvo, durante la guerra cristera y hasta recientes fechas, una doble moral que al mismo tiempo que le permitió alimentar la guerra, le permitió mantenerse fuera de ella y pactar con sus enemigos; a la vez que le permitió distanciarse de sus guerrilleros, le permitió exaltarlos como mártires y santos. Así también nos va desmadejando los mecanismos que le permitieron a esa misma institución exaltar hasta la santidad al fundador de los Legionarios de Cristo y, llegado el momento, extirparlo como un cáncer de la propia estructura que él mismo creó para salvar a la propia institución. A través de esos casos, González no sólo nos muestra la perversidad que se crea en la mente cuando en su afán de preservar lo más alto del ser humano funda instituciones, sino –por una extensión que permite ver en lo micro lo macro– la manera en que las instituciones que se crearon con los Estados laicos –extensiones laicizadas de la institución clerical– se traicionan también a sí mismas. Libro espléndido que nos obliga a revisar en la cosa social de la Iglesia la perversidad de los mecanismos institucionales, La Iglesia del silencio es también una provocación para que los católicos volvamos a repensarnos en la luz oscurecida del Evangelio o en lo mejor que los mecanismos perversos de su institucionalización corrompieron.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO y llevar a Ulises Ruiz a juicio político.