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Cómo se mama la prepotencia (I DE II)
La prepotencia la maman en casa los prepotentes. Luego, podemos decir que todo prepotente es un mamón por antonomasia. Al joven prepotente, en clara referencia a su mamón padre, le decimos junior. Yúnior.
Vamos a recrear aquí el caldo de cultivo perfecto para obtener un rubicundo yúnior irrespetuoso, inconsecuente, ignorante, prepotente y gandaya, de ésos que podemos ver los fines de semana, felices, haciendo estupideces y cometiendo atropellos en todo el territorio, principalmente en destinos turísticos y en los muchos tugurios que suponen enriquecida la vida nocturna de nuestras ciudades, y que a cada rato se ven involucrados en grescas de nota roja (tanto yúniors como tugurios). Primero, tome usted al padre y a la madre desde sus años mozos y mímelos a su vez lo suficiente para que se echen un poco a perder. Asegúrese de incluir en la dieta porciones de rancia alcurnia (no importa que sea inventada, y si hay una nota genealógica de extranjería, tanto mejor, no importa que sus antepasados hayan pertenecido al sótano social del país de origen), un buen trozo de racismo (pero cuidado, que en una de ésas se voltea la tortilla) y un desprecio de naricillas arrugadas por la pobreza. Es obvio que esta receta sirve sólo para ricos o quienes mejor los imiten. Si los propios orígenes son humildes, procure enterrarlos bajo una pila de dinero obtenido a toda costa (sobra decir que el escrúpulo sobra). La ignorancia, en cambio, no representará un problema. Que los papás del futuro yúnior –y luego, por extensión osmótica, el yúnior mismo– sientan que el mundo debe estar agradecido de su existencia; que sea sólida esa inexcusable falta de consideración por los que habremos de rodearle en el futuro. Este proceso previo de fermentación de la conciencia resulta imprescindible. Luego, bríndeles a los tortolitos, sin mucho esfuerzo de las partes, cuanta satisfacción material pueda. Esto será de gran utilidad en el futuro para que ellos transmitan a sus vástagos suficiente pereza mental, algo de apatía y la adecuada dosis de abulia que habrá de producir los yúniors tan caros a este experimento.
En la joven familia es importante prohijar anemia cultural, con el intelecto embotado, y aquí resultan ideales las notas sociales de los periódicos, las revistas de modas y actualidad como ¡Hola!, Cosmopolitan, tv notas o símiles de ocasión combinadas con abundancia de baby showers, open houses, desfiles de modas, desayunos de voluntariado y tés canasta para las mamás, mientras que para los papás es harto suficiente un desaforado enajenamiento futbolero y la ocasional rumia de algún artículo de Sergio Sarmiento, Luis Pazos o del Selecciones; de esta manera, el retoño o la princesita evitarán desde la tierna infancia la necesidad de razonar complejidades, porque es cosa conocida que lo imbécil se pega y que la idiotez siempre se derrama. Aplique siempre un tratamiento mimoso, porque el empalagamiento nunca será demasiado para construir un yúnior con la espuma de la atorrancia a punto; simplemente, en vez de su nombre, utilice dulces adjetivos, y mejor si lo hace enfrente de los demás, sean parientes, vecinos, amigos o simples transeúntes en el centro comercial: no ceje, no sea blando, insista en nombrarlo precioso, princesita adorada, mi niño hermoso, mi príncipe, aunque la nena o el bebé ya anden sobre los quince abriles.
Ahora la televisión. Claro que también montones de videojuegos y nada de leer a Verne o a Salgari y mucho menos a Paco Ignacio Taibo ii . Recuérdese siempre que hay que dar televisión, bendita niñera, mucha televisión. Televisión a lo bestia. Y de todo tipo. Atibórrese al bodoque con el esperpento mediático de moda (antes fueron los inacabables mamotretos de Walt Disney, Los Pitufos o El Chavo, hoy tenemos al Pókemon, a Barney, los Teletubbies y los inacabables mamotretos de Walt Disney). Métale duro a los programas de humor y entretenimiento, como Venga la alegría, Hazme reír o María de todos los santos; éntrele a los concursos de conocimiento como Todo el mundo cree que sabe o a cualquiera de los serios, ecuánimes, nunca lamesuelas ni mercenarios y en cambio veraces noticiosos de siempre. Nunca deje de lado la bonita enajenación de los programas deportivos, que es decir de futbol, esa gema del acondicionamiento masivo que tiene el poder suficiente hasta de paralizar una ciudad entera.
Los libros, en cambio, tírelos a la basura. Prohíbalos en casa. Queme cualquiera que tenga por allí. Esas porquerías sí son peligrosas para su bebé.
(Continuará)
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