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Hugo Gutiérrez Vega
COLOMBIA DE MIS AMORES
Colombia dedicó su Feria del Libro a México (es la segunda vez que Bogotá dedica esta importante actividad a nuestro país) y recibió la visita de un grupo numeroso de escritores de todos los colores y sabores de ese pueblo pequeño que es la literatura mexicana actual (“pueblo chico, infierno grande”, dirían los rancheros de Los Altos. No exageremos. Tampoco es para tanto. En el fondo, todos nos queremos y respetamos, pues, como decía Canetti “si no lo hacemos nosotros. ¿Quién lo va a hacer?”), convocados por la inteligente Laura Emilia Pacheco.
Por muchas razones me siento bien en Colombia. Así lo comprobé la atardecida en que llegué a la Bogotá de la declaración de José Gorostiza, y vi las verdes montañas entre la niebla, los enormes edificios y las obras viales de aquel excelente alcalde que fue el señor Mokus. El actual alcalde es nieto del general Rojas Pinilla (lo veo en la memoria con sus uniformes galoneados y entorchados y sus gigantescas cachuchas), el político que estableció una breve y singular especie de “dictablanda” (Unamuno dixit al hablar de Primo de Rivera). Su nieto es hombre de muchas obras (un Marcelo colombiano) y tiene a la ciudad convertida en un campo de batalla. Los problemas que causan tantas empresas viales produjeron un curioso grafitti que vi en la inmediaciones del Parque Bolívar. Así dice: “Señor Alcalde: más promesas y menos obras.” En fin, no se puede agradar a todos los ciudadanos. Ni Marcelo ni Rojas son moneditas de oro. El tiempo nos dirá que sus obras mejoraron la convivencia citadina. Espero que así sea. Por lo pronto, ya se ven las utilidades de las obras de Marcelo en Ciudad de México y el alcalde Mokus (anda tratando de regresar a la política) es recordado con afecto y respeto por los habitantes de una ciudad que mejoró durante su administración.
En un diálogo que mantuve con un novelista joven e inteligente, Mauricio Monteleón, me pidió que describiera el actual sistema político mexicano y, en particular, al presidente Calderón. Intenté hacer un retrato de don Felipe de Jesús y di los siguientes datos: es un señor de pequeña estatura y pelo escaso, con lentes de miope y mirada cada vez más desvalida. Se ha entregado al ejército y a la marina, mantiene una desatinada guerra contra el narcotráfico (un promedio de treinta muertos diarios), poco le ayuda la policía; no sabe cómo salir de los graves atascaderos económicos, y la pobreza y la miseria extrema le crecen en las manos inhábiles; su gabinete es mediocre e impreparado. Se siente indispensable y es ducho en demagogia y en mentiras; tiene mala suerte para acabarla de amolar. Es enemigo del Estado laico y lo combate a través de las legislaturas que controla su partido. Ha hecho pedazos la tradición de coherencia, bondad y eficiencia de la política exterior y se ha entregado sin condiciones al Departamento de Estado del imperio del norte. En ese momento me interrumpió mi compañero de diálogo diciendo: “Te pedí una descripción de Calderón, no de Uribe.” Me quedé callado. Tenía toda la razón. Por eso México y Colombia son los peones de estribo del sistema neoliberal.
Con mi querido amigo Eduardo Barajas, que es uno de los decanos de la Universidad de El Rosario, hice el recuerdo de Gaytán, el mártir demócrata, del “bogotazo”, de Laureano Gómez y sus artimañas y de la compleja historia política de Colombia. Los dos pensamos que los desatinos y excesos de las FARC sirven al proyecto de Uribe, pues provocan la exasperación de la sociedad. Nuestra charla sobre temas políticos se vio atenuada por una fiesta gastronómica en Leo, cocina y cava, casa de comidas que ha rescatado lo mejor del recetario colombiano y que procesa con maestría los mejores elementos de todas las cocinas regionales. La chef Espinosa nos entrego, junto a su carta, un glosario muy útil que incluye la descripción de los mágicos productos de Leticia, la interesante capital de la Amazonia colombiana. Quiero compartir con mis lectores esta experiencia gastronómica. Les diré lo que comí, mientras la política colombiana giraba y giraba y se veía sabrosamente interrumpida por los comentarios sobre la sorprendente cocina. Empezamos con una ensalada de hormigas santandereanas (o culonas), palmitos montereanos y variedad de lechugas. El aderezo de aceite de inchi y limón exaltó los sabores de las hormigas parientes de los chapulines oaxaqueños. Seguí con una sopa de ese maravilloso tubérculo que es el ñame, acompañada con arroz de gandul (mucho recordé a Puerto Rico y a la Dominicana ) y leche de coco. El filete de pargo rojo con arroz atollao de piangua, chiripangua, chillangua, poleo y chirarán, servido con bananitos calaos, fue una verdadera delicia. Completó la fiesta una torta de banano caliente con helado de coco. El menú y su glosario viajaron conmigo de regreso a México.
Con el poeta Roca, grande de la lírica en lengua española; Fabio Jurado, maestro divulgador de las cosas mexicanas, otros amigos colombianos y Marco Antonio Campos, que sabe tanto de la literatura de Colombia como de la de México, pasé una velada rica en juegos verbales y en burlas de los solemnes de aquí y de allá que se creen la sal de la tierra. Bogotá se abismaba en el paisaje de llovizna del poema del amor de Gorostiza. Sigue siendo la misma. En la puerta de la Casa Silva rendimos homenaje a José Asunción: “Una noche,/ una noche, una noche toda llena de perfumes y de músicas de alas,/ Una noche/ en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas...” El ritmo y el sentimiento del poema brillaron en la semipenumbra de La Candelaria.
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