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Javier Sicilia
La injusticia contra Miguel de Molinos
Los místicos siempre han sido seres de frontera. Situados más allá de las formulaciones de la ortodoxia y de los aparatos de poder que la custodian, su decir señala siempre una realidad que ningún lenguaje logra contener. Cabría decir, como lo recuerda el poeta José Ángel Valente, “que el místico se sitúa paradójicamente entre el silencio y la locuacidad”. Es decir, en ese “sitio” que, como lo afirma el tratado de La nube del desconocimiento, está entre la palabra y el silencio. Por ello, la experiencia del místico no sólo arrasa el lenguaje, llevándolo a un extremo de máxima tensión, “al punto –dice Valente– en que el silencio y la palabra se contemplan en una y otra orilla de un vacío que es incallable e indecible a la vez”, sino que, por lo mismo, le crea a la ortodoxia un serio problema en lo que se refiere a la interpretación que ella misma ha hecho de la vida espiritual, un problema que la ortodoxia busca zanjar poniendo a prueba el decir del místico en relación con la palabra interpretada y, después, con la retractación del místico en aquello en que el decir de su doctrina no puede reducirse a la ortodoxia.
La historia no es nueva en el mundo cristiano. Nació cuando la Iglesia imperial tuvo necesidad de crear un canon interpretativo para mantener la cohesión. Frente a él, no sólo tipos verdaderamente dementes, sino místicos en el sentido pleno de la palabra, han tenido que comparecer. Tal vez de entre todos esos procesos –pienso en el del maestro Eckhart o en las sospechas que sortearon Santa Teresa y San Juan de la Cruz –, uno de los más injustos es el de Miguel de Molinos.
Nacido en Muniesa (Teruel) en 1662, se ordenó como sacerdote en la Compañía de Jesús. Después de un período de fama en el que fue postulador de la causa de beatificación de Francisco Jerónimo Simó, reputado predicador de la iglesia de San Alfonso de Roma y amigo del papa Inocencio XI, la publicación y la fama de su tratado Guía espiritual y de sus prácticas espirituales, lo vuelven blanco de la Inquisición. Arrestado con algunos de sus discípulos en 1685 y sometido a un proceso que duró dos años –por falta de pruebas–; acusado de inmoralidad y de heterodoxia, fue obligado a abjurar y condenado a prisión perpetua, donde murió nueve años después.
¿Por qué en el período en que se hace pública la bula de beatificación de San Juan de la Cruz , en que otro místico, Jean Surin, logra salvar de la hoguera a Juana de los Ángeles, la protagonista del caso de las endemoniadas de Loudun, Molinos es tan severamente condenado?
La razón es simple en su complejidad. La Iglesia del barroco –tan temerosa del vacío que predicaba Molinos y con él la mística de todos los tiempos, y tan dada a consolidar, junto con el absolutismo monárquico, su absolutismo espiritual–podía absorber formalmente a un místico muerto, como Juan de la Cruz , cuya doctrina seguía tomándose con pinzas, y dejar en la hoguera del remordimiento a Surin, cuyo asunto con Juana de los Ángeles estaba focalizado, pero no podía dejar sin castigo el decir de un místico cuya doctrina se propagaba rápidamente. Condenar a Molinos, aun si fuera verdad su excesivo énfasis en la gracia, fue no sólo un acto de imbecilidad –las actas del proceso fueron quemadas tiempo después–, sino una manera de destruir el impulso místico en aras de un control moral de las almas. El énfasis moral que la Iglesia ejerció a partir del siglo XVII como el orden de la ortodoxia, era extremadamente incompatible con el decir místico. El propio Molinos en su Defensa de la contemplación lo puso al descubierto: “No se ha de juzgar ninguna doctrina ni proposición por el sonido exterior, sin atender el sonido de todo el contexto, por los antecedentes y consiguientes.” Pero la Iglesia , que desde entonces tiene miedo de escuchar las señales de lo que está entre el silencio y la palabra, prefirió descontextualizar la inmensa tradición de la que proviene el decir de Molinos y degradar el proceso a falsas acusaciones de inmoralidad sexual. Ella nos debe su reivindicación y la apertura a lo que habita en “el más allá de todo”.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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