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Un cine muy normal
Uno entra a la sala cinematográfica, elige una butaca, la ocupa y se dispone, bien o mal, a ver la retahíla de anuncios comerciales que invariablemente le son recetados previamente a la exhibición de la película que ha elegido ver esta vez. De repente, entre dichos anuncios, ve que en pantalla aparecen Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint pero, contrario a lo que podría suponer cualquiera que haya visto junto a estos tres actores jóvenes en las anteriores películas que los convirtieron en celebridades, no están caracterizados como los estudiantes de una escuela para magos llamada Hogwarts, sino como ellos mismos. Como el mensaje, anuncio, promocional o lo que esto sea es afortunadamente breve, uno se entera rápido de qué se trata: Radcliffe, Watson y Grint están ahí para agradecer, en un español chapurreadísimo, lo bien que le está yendo a Harry Potter y el misterio del príncipe en México, país en el cual este nuevo capítulo de la ya demasiado larga saga acaparó, al menos en el fin de semana de su estreno, aproximadamente la mitad de las salas de cine que existen en el país.
Alrededor de Uno, el público no da muestras siquiera de haberle puesto particular atención a lo que acaba de ver, y más bien parece estar aguardando –lo cual de todos modos no parece llevar implícita prisa o impaciencia ninguna– el momento en que la seguidilla publicitaria por fin concluya. Lo que Uno piensa, y se queda rumiando inclusive cuando a la película en turno le llega por fin su turno, es en cuán aberrante puede ser lo “normal”: es verano, los estudiantes de todos los niveles están de vacaciones, es previsible una mayor concurrencia al cine y por ende, como suele suceder, los blockbuster de temporada pelean por la taquilla. El día miércoles, cuando estas líneas se pergeñan, además del ahora puberto mago de la frente tatuada, la cartelera comercial ofrece veinticuatro opciones, de las cuales quizá sólo La era del hielo en su tercera y por cierto ya desgastada parte, y con algo de suerte ese mamarracho infumable denominado Transformers: la venganza de los caídos, alcancen a hacerle cosquillas al meganegocio surgido originalmente de la pluma de J.K. Rowling.
Escena de Crossing Over |
Lo que Uno sigue pensando en la semipenumbra de la sala, mientras un agente antiinmigrantes del FBI encarnado por Harrison Ford pone de manifiesto que éste también sabe ser –o que ya se volvió– histriónicamente anodino; lo que Uno masculla para sí, es que tan sólo las tres películas aludidas, o las cuatro si se suma la harrisonfordianamente gris Crossing Over, acá titulada con el lugar común magnífico de Persecución inminente, deben estar ocupando algo así como dos tercios del aforo cinematográfico total de este país. Por un instante, justo cuando el otrora Han Solo-Indiana Jones-Deckard da la impresión de estar aburriéndose mucho en el desempeño de un papel tanto o más plano que una hoja de ídem –lo mismo que Unoqueotro en su butaca–, una parte de Uno le dice a Uno algo así como “chance y no esté tan jodido eso de que nada más cuatro películas acaparen tres cuartas partes de la cartelera, total, ¿para qué quieres que joyitas como Juego de ladrones, La propuesta, Suegra al ataque o 17 otra vez tengan más espacio?” “¿Ah, no?”, interviene otra parte de Uno, mientras es testigo de que tampoco Ray Liotta parecía tener suficientes ganas de trabajar porque el funcionario corrupto que le tocó interpretar le está quedando menos creíble que Antonio Banderas como ladrón chafa, que Sandra Bullock en uno más de sus personajes inmediatamente olvidables, que Diane Keaton a años luz de las maravillas actorales alcanzadas en otros, felices y woodyallenescos tiempos, o que Quiensabequiénes derramando estulticia en la franca y anticlimática payasada ésa de volver a la adolescencia... “¿No te parece jodido que cuatro definitivas miasmas, al menos una de ellas escandalosamente sobrevalorada –sigue interviniendo otra parte de Uno– releguen, sí, a las otras cuatro definitivas miasmas, pero al mismo tiempo le resten espacios de exhibición, por ejemplo, a Vals con Bashir, con la que Másdeuno se enteraría de qué significa para la historia y cómo fue la masacre de Sabra y Chatila en los años ochenta? Y en dibujos animados, carajo, más fácil y más ad hoc para esta temporada...?”
Luego de ver cómo Ford, Liotta y Ashley Judd concluyen de cualquier modo el catálogo de platitudes a que fueron obligados por Wayne Kramer, Uno abandona la sala con la sensación de que incluso pensar en este tipo de situaciones aberrantes pareciera inútil porque no tienen viso alguno de cambiar, pero también sale convencido de que eso no anula la necesidad de mencionarlas, por lo menos para que dejen de parecer normales.
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