Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
9:19 am–12:32 pm
YUNUEN CUENCA
La política de las fantasías conspirativas
MAURICIO SCHOIJET
Música de la música
(200 años de E. A. Poe)
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
La estafa
JUAN GELMAN
Migración y ciudadanía hoy
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN
Telescopio SASIR: cinematografía cósmica
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ
Leer
Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
Directorio
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Felipe Garrido
Dicen
Dicen que en Viesca había una muchacha que tenía una madrastra cruel. Un día en que la joven lloraba ante la tumba de su madre, vio que al lado había crecido un árbol. Comió de sus frutos y se sintió bien. Desde entonces, cada vez que estaba triste iba a buscarlos. Su madrastra se dio cuenta y convenció al padre de la niña de que mandara cortar el árbol. Cuando vio lo que había pasado, la muchacha lloró por tres días y sus lágrimas hicieron crecer unas florecillas color de lágrimas que, puestas en sus cabellos, la hacían sentir feliz. La madrastra mandó arrancar las flores. La pobre huérfana se dejó caer sobre la lápida y volvió a llorar. Un borboteo le hizo alzar la cabeza: de la tumba manaba una fuente. La niña se lavó el rostro y se alzó resplandeciente. La madrastra, que estaba espiándola, se abalanzó en seguida, se enjuagó la cara con aquella linfa y luego bramó horrorizada. No hizo falta un espejo. Desde entonces todos la vieron tal como era. |