En mi camino encontré una
mañana única en Lesbos. Los
besos entre mujeres
enojaban al camarero que
no había visto los
sudores helados de Safo. Hombres
de la isla bebían ouzo. Su silencio
no tenía extrañezas, tal vez
nostalgia de la mujer que parecía
muerta de amor. Estaba el mar
entre Turquía y el fuerte.
No se escuchaba la voz rota ,
ni su vagar sin rumbo.
El sol subió hasta donde lo dejaron.
En mi copa vacía
callaban los ojos inciertos
y el zumbido que oprime al corazón. |