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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La divinidad se ancló en Machu Picchu
ROSA NISSÁN
Dos poemas
ELENI VAKALÓ
Cine vasco: censura y autocensura
BLANCHE PETRICH entrevista con FERNANDO LARRUQUERT
La izquierda en Euskadi
BLANCHE PETRICH
La vida de Conejo John Updike
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El poeta como crítico de la poesía
RICARDO VENEGAS entrevista con JOSÉ MARÍA ESPINASA
Carta de Felice Scauso, embajador de Italia en México
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Felipe Garrido
Eligio Rojas
Dicen que el viejo Eligio Rojas, que para entonces vivía encerrado en su finca, mandó a seis o siete de sus peones a decirle a Lencho, que iba con Lisa camino al puerto, de juerga en juerga, cuando por fin se la llevó, que en su casa ni en sus tierras había lugar para ellos; que no quería que le infamaran La Escondida con sus amores. Fusil al hombro montó a caballo, pero no quiso acercarse porque, luego se dijo, no quiso matarlos ese día. Eligio el Manco, como le decían. No es que me conste, pero cuentan que fue cuando aquello de los cañeros de San Miguel de Adentro. Ya era viejo entonces, y eso fue hace mucho tiempo, porque lo corajudo lo tuvo siempre. Machete en mano, para que nadie dijera que llevaba ventaja, se metió entre los alzados. Que por eso, el muñón al aire, entrapado y sangrante, mandó que a todos los que pudo agarrar les cortaran las manos. Y que no los ahorcaran, para que llevaran de por vida la marca de su estúpida osadía. |