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Obama, el real y el imaginario
SÓLO PALABRAS
Hay una serie de palabras que desde muy joven me basta escuchar para que sienta algo agradable, una emoción familiar, una especie de calor placentero. Palabras como socialismo, rock y Mundial de Futbol, entre otras, tienen la capacidad de esquivar los centros de la razón de mi cerebro y funcionar como una especie de endorfina ideológica para crear un efecto de euforia instantánea, y para inspirar buenos deseos y evocar recuerdos maravillosos. Por supuesto que ese espacio idílico de nostalgia y optimismo no puede sobrevivir al menor cuestionamiento o a la indeseable interferencia de la memoria de purgas estalinianas y persecuciones de la creatividad en la desaparecida Checoslovaquia, Bon Jovi y Aerosmith, México perdiendo en penaltis o eliminado por Estados Unidos hasta el fin de los tiempos. El superyo arrastra esos recuerdos negativos y pisotea la fantasía con pequeños detalles que ponen en perspectiva que esas plácidas palabras son sólo palabras. Pensaba en esto a las once de la noche del pasado martes 4 de noviembre, cuando la cadena televisiva cnn proyectó, con cien por ciento de seguridad, que Barack Obama había ganado las elecciones a la presidencia. No puedo recordar otro momento comparable en mi vida. El triunfo de Obama no sólo marcaba el triunfo de la campaña electoral más sobria, inteligente y calculada de la historia, sino que era la confirmación de que la mayoría de los estadunidenses no eran el pueblo racista, infantilizado, vengativo, trivial y belicoso que durante ocho años la administración Bush nos aseguró que era. Quedó en evidencia que los grandes medios de comunicación y sus expertos habían estado observando al país equivocado.
REALIDAD BIEN FRÍA
Pero, obviamente, mi superyo también hizo aparición esa noche. El Obama que triunfó esa noche no es exactamente el mismo político y organizador comunitario de hace algunos años. Este Obama había recibido donaciones y apoyo de muchas de las mismas megacorporaciones que apoyaban a su rival McCain; había condicionado (aunque no ha dado marcha atrás) su visión radicalmente antibélica; había moderado sus propuestas ambientales (al aceptar perforar pozos petroleros en algunas zonas costeras protegidas); había asegurado que extendería la guerra en Afganistán y, en un exabrupto, dijo que mudaría la embajada estadunidense en Israel (país al cual se refirió como sacrosanto) a Jerusalén, en contra de toda lógica y de la ley internacional.
REFERENDO COMPROMETEDOR
Obama se definió a sí mismo desde las elecciones primarias de su partido y no desvió el curso. En cambio, John McCain, un político veterano y exprisionero de guerra, no pudo nunca decidirse por la imagen que quería proyectar de sí mismo, por lo que, tras muchos tropiezos, se dedicó a agredir a su contrincante. Lo acusó de carecer de experiencia, de tener amigos terroristas, de ser ingenuo en materia de relaciones internacionales, de ser antiamericano y de ser una especie de Paris Hilton de la política (literalmente). Pero la peor acusación la guardó para el final: lo acusó de ser socialista y de querer distribuir la riqueza. La palabra socialismo en Estados Unidos ha tenido desde siempre el efecto opuesto al que me produce a mí. La campaña de McCain y Palin trató de convertir esta elección en un referendo sobre el socialismo. Ante la falta de argumentos, los operadores políticos republicanos volvieron a rescatar la guerra cultural de los años sesenta para confrontar los peligros del liberalismo con la certezas del conservadurismo. Un hombre de color, con alianzas desconocidas, cosmopolita, intelectual y elitista, opuesto a un patriota que, contradiciendo toda lógica fiscal, se manifestaba en contra de distribuir la riqueza (lo cual es la función elemental de los impuestos). Este tipo de absurdos funcionaron (aunque apenas) para elegir dos veces a George w . Bush, pero fallaron ahora. Bush fue electo en un tiempo de relativa bonanza económica, en el que la gente quería votar por un tipo carismático con el que le gustaría tomarse una cerveza. Ante la hecatombe económica actual, sólo un cretino o alguien completamente cegado por el racismo o la ideología osaría darle el poder a un candidato que, ante la quiebra de Lehman Brothers, declaró: “Los fundamentos de nuestra economía son fuertes”; a un hombre que varias veces declaró que la economía no era su fuerte y que, aun cuando el merolico Alan Greenspan reconoció su error al creer que los mercados financieros podían regularse a sí mismos, seguía pregonando mantras friedmanitas. Los republicanos perdieron apabullantemente porque trataron de dividir al país en una “América real” y otra América, supongo que falsa. Pero en buena medida los estadunidenses dejaron de tenerle miedo a ciertas ideas que asociaban vagamente con el socialismo y repudiaron masivamente al régimen de Bush y, de paso, a McCain. Mientras tanto, la palabra Obama pasó a integrarse, por lo menos por ahora, a mi léxico personal de lo entrañable.
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