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Carlos Fuentes y Barack Obama: la memoria y el deseo
Antonio Valle
PALABRAS SUMERGIDAS EN UN RÍO ESPEJEANTE
Hace una década La Jornada publicó un ensayo titulado Clinton y Faulkner. Era el discurso con el que Carlos Fuentes conmemoraba un centenario del nacimiento de William Faulkner. Ese texto, que fue pronunciado en el Senado de la República Francesa, nos permite saborear el pensamiento preciso y elegante de un maestro del ensayo. En él da cuenta de una reunión a la que asistieron, invitados por el escritor William Styron, Gabriel García Márquez, el entonces presidente Clinton y Carlos Fuentes. La conversación política dio paso a la velada literaria. Llegó el momento de confesar filias y pasiones. Styron dijo que su novela favorita era el Huckleberry Finn de Mark Twain; Márquez prefirió El Conde de Montecristo de Dumas; y Carlos Fuentes, nos dice, tuvo que morderse la lengua para negar que su novela favorita era el Quijote de Cervantes, y no Absalón, Absalón, de William Faulkner. El novelista buscaba que Clinton hablara de Arkansas, de donde es originario. Entre los recuerdos de Clinton, que revivía escenas de violencia racial, las imágenes de Faulkner fueron arribando a las costas de Massachusetts donde vivía Styron. Carlos Fuentes nos da a conocer la médula de Absalón,Absalón. Dice que esa historia sureña “se presenta en la memoria y el deseo”, que ocurre “en un presente capaz de recibir tanto el pasado como el porvenir.” Esa metáfora recupera la famosa sentencia de Heráclito, vertida en el Mississippi, el gran padre de las aguas; y es la expresión de un deseo que busca restituir algunas cosas que ha escondido el tiempo; deseo que sólo tiene posibilidades de existencia si es capaz de inventarse un futuro, es decir, una llegada. Si desde el Mississippi brota el pasado en las historias de Faulkner, Carlos Fuentes nos ayuda a comprender que las grandes novelas, “no se encuentran detrás de nosotros, están delante, nos miran a la cara.”
SANTUARIOS QUE SOBREVIVEN EN ESTADO LATENTE
La intensidad trágica de William Faulkner apunta hacia la esencia psicológica del sur de Estados Unidos. Ese espíritu revuelto campea en un espacio que Faulkner inaugura en el preludio de la Guerra civil, la desenvuelve entre batallas y concluye con la aparente desaparición de ciertos tipos humanos clásicos de esa región inmensa. Sin embargo, algunas de las contradicciones que propician la conflagración continúan latentes. En su discurso Carlos Fuentes cita a Catherine Anne Porter, quien describe a esa tierra como “hija dolorosa de una guerra perdida”. Esas contradicciones, inutilizadas sólo en apariencia, explotarán años más tarde.
Sus inagotables recursos narrativos, la multitud de voces, planos y contrapuntos generan un blackout cada vez que un lector sensible termina sus novelas. Lentamente las historias de Faulkner se hunden en las aguas del inconsciente, dejando que floten en la superficie algunas señales poéticas que, al recordarse, generan reacciones en cadena. Una vez que ha descendido la creciente, aparecen los restos de ese período doloroso. Basta con mencionar tres títulos del maestro de New Albany, Mississippi: Mientras agonizo, El sonido y la furia y Santuario.
POÉTICA PARA ABORDAR LA CONDICIÓN HUMANA
El vínculo entre la prosa y la poesía de William Faulkner está presente a lo largo de su saga, brota de unas manos que alguna vez utilizó para sobrevivir pintando casas. Después de sumergirnos en su poesía portentosa salimos asqueados, hartos de reconocer uno de los rostros más siniestros de la condición humana. ¿Dónde están, qué hacen las tristísimas figuras, los despojos subhumanos, las mujeres y hombres que lograron sobrevivir en sus santuarios arruinados? Cuando en 1950 le fue entregado el Premio Nobel de Literatura, entre las líneas de su discurso, William Faulkner nos ofrece algunas claves para responder a estas preguntas. “ El escritor joven… debe aprender que la más vil de todas las cosas consiste en tener miedo… no escribirá sobre el amor, sino sobre el deseo… Escribirá como si fuese un testigo del fin del hombre.” Tiene razón Carlos Fuentes: en una época como la nuestra, las novelas de William Faulkner están cimentadas en los territorios del deseo y nos miran a la cara.
ES POSIBLE MATAR A UN RUISEÑOR, PERO NO A LOS SUEÑOS
En la película de Robert Mulligan, Matar a un ruiseñor (1962), Gregory Peck interpreta a un abogado que defiende a un granjero negro. A contracorriente de los prejuicios raciales de la población rural, intenta demostrar que el granjero es inocente de haber violado a una mujer blanca. Al “negro”, por supuesto, lo asesinan. Finalmente el abogado demuestra que el infeliz hombre no tuvo nada que ver en aquel delito. Matar a un ruiseñor es un símbolo de la inocencia perdida. En esta película, como en otras obras de la cultura estadunidense, se percibe la influencia narrativa de William Faulkner. Su literatura se abre paso en historias de linchamientos y de incendios. No es imposible que se haya entremezclado entre los sueños pacifistas del pastor King, en las imágenes de algunos filmes como Mississippi Burning, o en el grito y el silencio de Bessie Smith, la contralto que nunca más cantó después de que un servicio médico de blancos se negó a atenderla.
EN VÍSPERA DE UNA CONTIENDA DEL DESEO CONTRA EL OLVIDO
Una década después, el creador de Aura firma un artículo cuya cabeza dice: Presidente Obama. Estas dos palabras sintetizan la capacidad visionaria que tienen sus ensayos. Sin embargo, una parte considerable de mexicanos opina que Barack Obama no debería haber ganado las elecciones. Si hubieran estado en condiciones de votar lo habrían hecho por John McCain. Los complejos raciales que ha padecido Estados Unidos han reforzado a los de aquí. Hace cuarenta años Carlos Fuentes decía, en su espléndido libro de ensayos Tiempo mexicano, que la cultura “no es, como vulgarmente se le concibe en México al nivel televisivo, un ejercicio minoritario al que se dedican unos cuantos intelectuales”. Cierto, algunas situaciones han cambiado; sin embargo, para amplios sectores, aunque sea evidente que la crisis económica, moral y social que vive Estados Unidos -y con ese país el mundo entero- es producto, entre otras cosas, de las políticas republicanas; prefieren, por razones históricas y culturales, mantener una postura, que no es insólita, pero que sí demuestra una educación deficiente. En aquella velada en la casa de William Styron, Gabriel García Márquez seleccionó El Conde de Montecristo, argumentando que esta es “ la más grande novela sobre la educación. Encierras a un joven marinero casi iletrado en una mazmorra del castillo de If y más tarde sale sabiendo física, matemáticas, altas finanzas, astronomía y algunas lenguas”. Ante semejante perspectiva de lectura, a los hipotéticos votantes de McCain en México, tal vez les habría gustado reflexionar un poco sobre un aforismo del Tao Te King: “ Eso se conoce como caminar hacia adelante cuando ya no hay camino.”
CARLOS FUENTES TIENE RAZÓN POR PARTIDA DOBLE
Los ojos de un retrato nos observan. Son Cervantes y el Quijote. Los ha pintado su contemporáneo Juan de Jáuregui, quien, además de retratista, escribió un Antídoto contra las soledades y una Apología por la verdad. En el retrato están fundidos el creador y el personaje. Esa mirada parece decirnos que el mejor antídoto contra la soledad es el ingenio. Las apologías de la verdad única han terminado. Comienza la ficción. Es el primer tiempo del Quijote y la novela hispanoamericana. Diversas biografías concluyen que Cervantes tuvo una vida adversa, que fue un hombre fracasado. De alguna manera es cierto; sin embargo, también sabemos que fue un hombre atravesado por historias y aventuras, un hombre que terminó con la idea lineal del tiempo, y que con una pluma en la mano logró trascender sus circunstancias. En algún momento Cervantes nos presenta al Caballero de los espejos. ¿Cuántas oportunidades tenemos para mirarnos en esa metáfora y trascender el infortunio? Sin lugar a dudas, el temperamento creativo de Carlos Fuentes está más cerca de Cervantes que de Faulkner. Si en la casa de William Styron se mordió la lengua, fue para crear una especie de lapsus linguae controlado, pensado con asombrosa inteligencia. Esa expresión coloquial nos conduce a una antípoda, a un lugar donde creador y personaje logran que el mundo se entere -y recuerde para siempre- que es posible vivir y pensar con libertad; que entre la realidad y la literatura existe una arteria consanguínea que nació con el hombre. Vale la pena preguntarse: ¿por qué, si los fabulosos personajes de Cervantes son capaces de tomar conciencia de que viven dentro de una historia literaria, siglos después a muchos de nosotros nos cuesta tanto leer -verdaderamente comprender- esa novela con lucidez y alegría? El anacrónico Caballero de la Triste Figura , al convertirse en Señor de los espejos se erige en un héroe cultural moderno. Carlos Fuentes dice que Don Quijote y Don Juan, el Burlador de Sevilla, son personajes anticanónicos. “ Ellos transformaron las ideas feudales del honor y del amor en experiencias modernas de camino y de la alcoba.” Fuentes se imagina un imposible encuentro entre el Burlador de Sevilla y el Ingenioso Hidalgo. “ Ese encuentro hubiese significado la salud de España. Una locura luminosa y un mal heroico habrían caminado de la mano.” Algo semejante sucedió en el siglo V a.C. Una escena de El banquete de Platón la ha registrado. Cuando está a punto de finalizar el simposium, esa antigua forma de la velada literaria, el dionisiaco Alcibíades, que carece de razón en el sentido apolíneo, acusa de impiedad a Sócrates. Éste se encuentra disertando sobre el rigor racional que merece la filosofía. En el fondo, la radicalidad de ambos pensamientos es poco piadosa, y al darse la espalda, marchando cada uno por su lado, propician una tragedia histórica y existencial por partida doble. Hace cuarenta años, citando a Lévi-Strauss, Carlos Fuentes dijo en Tiempo mexicano: “la historia rara vez es acumulativa y casi siempre simultánea… una historia de aparentes cabos sueltos, de promesas truncas e incumplidas, de latencias… parecen esperar el agotamiento para proponer soluciones distintas. ” Recientemente, Bruce Springsteen señaló, haciendo referencia a la salud política y social de la Unión Americana : “Nos hemos tardado demasiado tiempo en hacer el cambio .”
Si las novelas de Faulkner nos invitan a conocer sus santuarios latentes en Yoknapatawpha -hoy, o en el registro de un deseo, mañana-, Cervantes seguirá mostrándonos espejos para contemplar los mundos posibles de La Mancha.
Los ensayos de Carlos Fuentes se han fundido en un río poderoso. El creador de La región más transparente sabe que, como dijo William Faulkner al recibir el Nobel, “el hombre posee un alma y un espíritu capaces de compasión, sacrificio y aguante, que el deber de quien escribe es ayudarlo a resistir y a prevalecer.”
En una carretera de La Mancha , un hombre desciende de un artefacto viejo y todavía poderoso, se quita el casco, mira con intensidad a Carlos Fuentes. Lo saluda.
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